Carlos Rojas Araujo

Mi voto, por la paz de Colombia

jueves, 1 septiembre 2016 - 05:23
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No me gusta escribir en primera persona, ni siquiera en una columna de opinión. Son cosas de la formación periodística: redactar en tercera persona permite al reportero conservar una prudente distancia frente a los hechos y evita protagonismos innecesarios. Pero ahora romperé esta regla personal, pues no encuentro una forma distinta de plasmar mi optimismo porque Colombia selle la paz interna con el voto de su pueblo.

Viví tres años en ese país y, lo reconozco, me siento un poquito colombiano. Allá están grandes amigos, quienes me abrieron su casa y se convirtieron en parte de mi familia. En Bogotá construí una de las facetas más vibrantes de mi carrera. Como corresponsal sentí de cerca el horror de la violencia, las grietas irreparables que el secuestro deja en el alma y la psiquis de familias destruidas y anuladas. También noté cómo muchos y muy poderosos políticos colombianos cifraron en una guerra eterna la única posibilidad de amasar más y más poder y, en su nombre, pretender torcer la democracia en favor de un caudillo. Menos mal que en Colombia las instituciones funcionan mejor que en otros países del vecindario, por eso el fallo de la Corte Constitucional de 2010 impidió a Álvaro Uribe ser candidato presidencial por tercera ocasión. Sin ese dictamen, Colombia no soñaría hoy con el fin de la guerra.

Ahora, del voto de los colombianos en la consulta popular del 2 de octubre para refrendar los acuerdos de paz entre su gobierno y la guerrilla dependerá que el uribismo derive en una fuerza política decadente y que también se acaben todos los pretextos para que una cúpula guerrillera, que cubrió con la maleza del monte, su mente y su espíritu, renuncie al terrorismo y permita que Colombia brille con mayor intensidad.

A los colombianos siempre los admiré por su tenacidad y capacidad de trabajo; por eso sus ciudades son industriosas y pujantes. Medellín ha sido capaz de lucir al mundo esa faceta de progreso, belleza en todos los sentidos, cultura y vitalidad por fuera de la sombra del narcotráfico, los ‘paracos’ y la violencia. El buen carácter de los colombianos resulta inspirador. Su fino sentido del humor y la calidez de sus dialectos hacen tan acogedora la convivencia.

Por esta y por muchas razones más es de esperar que el proyecto del presidente Juan Manuel Santos de sellar la paz en las urnas, proyecte un futuro de esperanza y progreso. Es verdad que los puntos de negociación entre el Gobierno y las FARC no son del todo satisfactorios. Que hay la impresión de que Santos fue concesivo con la guerrilla y que persisten las voces de que las FARC, en lugar de ser un partido político, paguen con la cárcel sus años de violencia reprochable e injustificada.

Sin embargo, no es menos cierto que las sociedades tienen que cerrar y dejar en el pasado los momentos dolorosos. Ya ha muerto mucha gente en Colombia y una promesa de paz será el mejor legado para los hijos de quienes tanto sufrieron.

Cuánto dolió a muchos las condiciones con las que Ecuador selló su frontera. Este episodio, si bien no es igual a la tragedia que asoló a Colombia, puede ser un buen ejemplo para asegurar que un paso hacia la paz será mejor que tantos años de guerra y muerte. Ojalá los colombianos tomen una sabia decisión y que en los próximos carnavales de Pasto, pueda celebrar con mis amigos la paz de un nuevo país.

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