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Inédito

jueves, 9 abril 2020 - 04:55
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    Por: Alfredo Pinoargote
     
    La tragedia mundial del coronavirus marca una conciencia colectiva que debe resetearse para recomenzar. Pues la memoria colectiva no la  tenía registrada entre sus antecedentes  inmediatos mientras se saludaba al surgimiento de los milénicos como la nueva generación capaz de escribir la historia por venir de la humanidad.
     
    Más allá de que lo principalmente  inédito será el final de EEUU y el nacimiento de China como primera potencia mundial, el Imperio dominante de  una economía socialista de mercado. Un  híbrido de la dictadura totalitaria comunista guiada por el pensamiento motriz  capitalista de que ser rico es glorioso.
     
    Ahora el mandato imperativo es la  salud y las consecuencias de terror de  la peste del coronavirus. Pues no solo el gobierno sino que la sociedad entera han sido desbordadas. Pero eso  no exime del señalamiento de errores  porque aún hay tiempo de enmendarlos, por consiguiente, es momento  de puntualizarlos sin que esto implique posturas políticas.
     
    En tal sentido hay que recalcar  que el origen del caos es un modelo autoritario que olvida la subsidariedad de la sociedad civil a la que se  entretiene con el diálogo en vez de  tenerla en cuenta para ejecutar soluciones. Me refiero al problema sanitario que desde el comienzo se trató  con el excluyente modelo centralista y concentrador que la república  ha sufrido durante una década. Para empezar se aplicó un pobre sistema de control migratorio desde la  primera persona que llegó infectada  de Madrid. Luego cuando se decreta  el estado de excepción se constituye  un bodrio llamado comité de emergencia nacional que debió estar en  Guayaquil. Comunidad que tuvo que  sufrir la inoperancia de un caos parapetado en protocolos que podían  tomar minutos pero su burocrática  elaboración duraba días mientras la  crisis se salía de madre.
     
    Problemas simples cotidianos como la tramitología para enterrar o  cremar un cadáver permanecieron  inmutables desembocando en el apilamiento funerario que horrorizó a todos. Su solución era tan simple como dejar de aplicarlo para la cantidad  diaria de cadáveres que produce una  ciudad de tres millones de habitantes. Quedando solo los infectados  para el informe médico legal. Pero  ni siquiera todavía con vida estos  infectados eran atendidos. Toda esta realidad se pretendió tapar con  la desinformación de que en Guayaquil no acataban el toque de queda, pero resulta que el propio ministro de Defensa tuvo que insistir  en la declaratoria de zona especial  de seguridad, algo de cajón en todo estado de excepción que declara  la movilización nacional de las fuerzas armadas. El COE nacional entre  tanto se distraía discutiendo protocolos a 500 kilómetros del brote.
     
    Eso si para bajar la cifra diaria  de muertos por el virus nunca autorizó a los laboratorios privados a  hacer pruebas rápidas de infección  que facilitaran una atención oportuna de los afectados a fin de bloquear su crecimiento.
     
    Todo esto ha tenido explicaciones muy dialécticas, hasta el crimen de la corrupción en el IESS.  Puede ser y es explicable, pero totalmente inaceptable. 

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