El Ecuador atraviesa un momento político singular. La reciente victoria electoral, con un margen amplio y legítimo, no solo representa una reafirmación democrática interna, sino que envía al mundo una señal clara de estabilidad institucional. Frente a un escenario internacional volátil, con tensiones geopolíticas crecientes y un orden global en disputa, contar con un gobierno fuerte y con horizonte de cuatro años es una ventaja estratégica que debe ser aprovechada para relanzar la política exterior ecuatoriana sobre bases firmes y pragmáticas.
La diplomacia ecuatoriana no puede permitirse titubeos. Es tiempo de apostar por una agenda clara, coherente y funcional, que ponga al país en sintonía con las dinámicas globales sin renunciar a sus principios. En un mundo que transita hacia bloques más fragmentados, donde la multipolaridad ya no es solo una teoría sino una realidad en construcción, Ecuador debe actuar con inteligencia y sentido práctico. Esto implica priorizar las relaciones que generen resultados concretos en términos de comercio, inversión, cooperación y posicionamiento internacional, sin caer en alineamientos ideológicos que poco benefician al interés nacional.
En ese sentido, reconozco el papel de la actual canciller y su grupo de viceministros, quienes en un corto tiempo han logrado encauzar la política exterior tras períodos de incertidumbre y desorden. Devolver el profesionalismo y dirección a la Cancillería, reforzando el perfil del Ecuador como un actor serio y confiable es una compleja labor. La tarea recién empieza, por esto, cambiar de timón en este momento enviaría al concierto internacional un mensaje innecesario de inestabilidad. La continuidad, cuando se ha demostrado eficacia, es también una forma de liderazgo.
Pero una política exterior moderna no se construye solo desde los escritorios diplomáticos. Es imprescindible articular una visión de Estado que convoque a la academia, a los centros de pensamiento, al sector empresarial, y a los actores sociales que comprenden los desafíos del siglo XXI. Solo así se podrá construir una política exterior sostenible, con objetivos a largo plazo, que trascienda gobiernos y responda a los intereses reales del país.
El mundo no espera. Ecuador debe prepararse para participar activamente en él, con estabilidad interna, visión global y una diplomacia eficaz que represente lo mejor de lo que somos y aspiramos a ser.