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Afectos que no golpeen: las mujeres y nuestras comunidades

viernes, 8 marzo 2024 - 20:00
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Artículo de opinión de María Amelia Viteri, científica social transnacional (Lingüista y Antropóloga)*

Si ponemos una lupa en los avances en cuanto a una vida digna para las mujeres y sus comunidades afectivas, laborales, de conocimiento, solidarias, y tantas otras, me gustaría resaltar, dentro del marco del camino empedrado de esa búsqueda, las bondades alcanzadas y los retos continuos.

A lo largo de nuestra América miramos alrededor los tejidos y ñeque de las mujeres alrededor de todas las causas, desde participación barrial activa y organizada para afrontar las violencias múltiples, para la conservación, en emprendimientos, formando cooperativas, construyendo de la nada fondos solidarios. Todo esto, en un sistema que desfavorece la participación activa y solidaria de las mujeres. Me parece que a veces se malinterpreta que cuando hablamos de las mujeres están aisladas de sus comunidades, cuando son y somos parte central de las mismas compuestas por hombres, niños, niñas, y todas las diversidades sexuales y de género.

Ahora bien, con el mayor acceso a tecnología y la mundialización de la violencia en tu móvil, presenciamos al mismo tiempo un “pushback” un tipo de retaliación anti-dignidad o una interpretación de la igualdad y de la equidad que resulta sorprendente.

El énfasis de las mujeres únicamente como víctimas o bien como resilientes (¿qué opciones nos quedan por ejemplo a las madres solteras?) ha dejado de lado un enfoque sobre la forma en la que se produce la violencia, es decir cómo y qué significa mayoritariamente ejercida por hombres, y en una enorme mayoría, hacia mujeres que amaron, aman, o quisieran amar. No es un tema de competencia de que si las mujeres pueden también o no también ejercer violencia sino que los datos y las experiencias personales nos muestran que la principal forma de comunicación de una buena mayoría de hombres es alguna forma de violencia. Y si ustedes están cansados del tema imagínense quienes la vivimos sistemáticamente.

En cada país que conforma este magnífico continente Americano me sigo sorprendiendo. Por un lado de la infinita capacidad de organización solidaria de las mujeres bajo las circunstancias más extremas de marginalización y sufrimiento, y por otro de las formas en las que los discursos para justificar las violencias han cobrado nuevas formas: “anti-género” no es menor, pues se traduce en anti-participación ciudadana, que a su vez reduce las posibilidades de mujeres y hombres de elegir formas que conducen a su bienestar.

Más que respuestas aunque una es el fortalecimiento de las capacidades de organización y autonomía de las mujeres, se me acumulan las preguntas.

¿Cómo aseguramos comunidades afectivas que ubiquen la dignidad al centro de los valores humanos? ¿Cómo construimos en conjunto afectos que no golpeen?

Un vistazo a los caminos recorridos me descorazonan por un lado y por otro me llenan de esperanza. A nivel personal, la autonomía de mi hija Simone, labrada a pulso, con mucho en contra, es signo de aliento.

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