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Automedicación, atención no calificada o clandestina, los riesgos de la transición en la población trans porque no cuenta con acceso a la salud

domingo, 28 junio 2020 - 13:46
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Las personas transgénero inician tratamientos hormonales para adecuar su cuerpo con el género que se identifican, pero por la falta de políticas públicas que garanticen estos procedimientos se exponen a múltiples dolencias. La Organización Panamericana de la Salud recomienda que los tratamientos hormonales se hagan bajo vigilancia médica y el Consejo para la Igualdad de Género propuso la creación de protocolos para garantizar el derecho a la salud de las personas trans.

Desde su adolescencia empezó a usar jeans sueltos y camisetas holgadas para ir dejando poco a poco los vestidos que debía lucir por obligación. También fue abandonando su larga cabellera crespa que moría en su cintura: el primer corte acabó en la mitad de la espalda; el segundo, en los hombros; el tercero, para su graduación como bachiller, en su propio cuero cabelludo, casi al ras.

Como parte de su transición al género con el que se identificó desde niño, el masculino, el año pasado buscó atención médica para sus tratamientos hormonales. Quería que su cuerpo menudo ganara masa, su piel luciera más vellos, su voz se tornara grave...

Con 27 años, Jesús Cuero fue al centro de salud pública de la Prosperina, sector donde reside en Guayaquil. Se acercó a la recepcionista y consultó por la especialidad de endocrinología. “Aquí no hay. ¿Para qué?”, le preguntó. “Vengo a iniciar un proceso de reemplazo hormonal”, respondió Jesús. “No, aquí no hacemos esos procesos y no hay endocrinólogos” recibió como respuesta.

Jesús preguntó si otro centro médico brindaba atención en endocrinología. La recepcionista nuevamente preguntó por qué. Ante la insistencia, Jesús indicó que era un hombre transgénero que requería tratamiento hormonal. “Aaaaah. No, aquí no hay, aquí no hacemos eso”.

Los tratamientos hormonales son parte del proceso de transición de las personas transgénero para adecuar su físico con el género con el cual se identifican. Por el uso de hormonas sexuales, la Organización Panamericana de la Salud recomienda supervisión médica calificada en estos tratamientos y políticas públicas que garanticen una atención integral a personas trans.

Sin embargo, en Ecuador no hay un programa dirigido a este colectivo que abarque la transición, y quienes desean hacerlo recurren a la automedicación o a la atención con personal que no está especializado en estos tratamientos, lo que puede provocar afecciones a la salud.

En Latinoamérica solamente Argentina y Uruguay tienen programas dirigidos a la población trans para sus tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas, lo que garantiza su derecho a una salud integral.

Cuba también cuenta con programas para la transición bajo vigilancia médica. El Ministerio de Salud de ese país creó una clínica de especialidades específica para la salud trans.

La identidad de género es una categoría protegida contra la discriminación en la Constitución de Ecuador y en la Convención Americana de Derechos Humanos. Se trata de la vivencia interna del género como cada persona se percibe, al margen de las construcciones sociales en torno a su anatomía.

Con esta categoría, las personas transgénero y transexuales están -en el papel- protegidas contra todo tipo de discriminación y deben acceder a todos los derechos, entre ellos salud. Pero en su diario vivir continúan desplazadas y enfrentándose a prejuicios y estigmas.

Debido a la falta de programas de tratamientos hormonales en Ecuador, Jesús tuvo que escuchar muchísimos “no” en la búsqueda del especialista que necesitaba. Buscó en internet y en las páginas amarillas de la guía telefónica. Sus llamadas continuaron por dos meses.

Por referencias, acudió a un endocrinólogo de un hospital público en el sur de la ciudad, pero solo lo vio en la primera cita médica porque en las siguientes Jesús sólo trataba con los asistentes para su seguimiento.

El endocrinólogo le recetó la hormona Primotestón, que personal del área de emergencias del hospital le inyectó. Su voz se engrosó, sus brazos se ensancharon, su cuerpo ganó vellos, pero hubo un problema: estos últimos seguían creciendo, sin parar, en frente, espalda, barriga, hombros y cuello.

“Me salió vello por todo el cuerpo. Me hice exámenes y se elevó bastante la testosterona. Tuve problemas con los riñones porque la Primotestón fue muy fuerte para mi organismo”, comenta.

Los asistentes del endocrinólogo lo atendieron. El médico no. Después de ese efecto adverso detuvo por dos meses la hormonización. Los vellos cayeron, pero su voz se fue suavizando. Cuando retomó el tratamiento, los mismos asistentes le recetaron Nébido.

Tras el episodio con la primera hormona, Jesús decidió recibir paralelamente la atención de un endocrinólogo mexicano a distancia. “Él me comentó que lo ocurrido con la Primotestón fue negligencia porque al evaluarme debieron ver la cantidad de dosis adecuada que tenían que aplicarme”.

En los tratamientos hormonales, las personas trans necesitan hormonas sexuales (disponibles en medicamentos producidos por empresas farmacéuticas) para desarrollar características físicas del género con el que se identifican.

Los hombres transgénero necesitan testosterona, mientras que las mujeres transgénero necesitan estrógenos o antiandrógenos.

Las hormonas sexuales son productos que constan en el Cuadro Nacional de Medicamentos Básicos en la última aprobación del Consejo Nacional de Salud, el año pasado. Estas hormonas no son exclusivas para los tratamientos de personas trans, también se usan para tratamientos de personas con hipogonadismo (enfermedad que provoca un escaso desarrollo de las características físicas masculinas y femeninas).

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) aborda el tema de la transición en el informe Por la salud de las personas trans. En este documento señala que los tratamientos hormonales requieren de evaluación y acompañamiento médico calificado, pues tanto las hormonas masculinas como femeninas pueden tener efectos en la salud si son autoadministradas.

Según se desprende del estudio, sin una vigilancia médica especializada, los estrógenos y antiandrógenos pueden provocar trombosis, disfunción hepática, hipertensión o cálculos biliares. En el caso de la testosterona, disfunción hepática, hipertensión o enfermedad cardiovascular.

La OPS alerta en el informe que los sistemas de salud en Latinoamérica y el Caribe no están preparados para ofrecer atención a personas LGBTI y, en consecuencia, el acceso del colectivo trans a atención en tratamientos hormonales es limitada, pese a que -señala- es crucial para su supervivencia.

Ante la falta de políticas públicas en salud para las personas trans en Ecuador, el Consejo Nacional para la Igualdad de Género recomendó al Estado crear programas que garanticen la transición al género con el que se identifican.

En la Agenda Nacional de Mujeres y Personas LGBTI 2018-2021, el organismo pide que entre las políticas y acciones para garantizar el derecho a la salud de la población trans se consideren programas para la consolidación de la identidad sexo genérica.

Fernando Sancho, especialista en investigación y estudios de género en el Consejo Nacional para la Igualdad de Género, explica que las políticas que constan en la Agenda son vinculantes por mandato constitucional.

La Constitución otorga a los consejos nacionales de igualdad la formulación, seguimiento y evaluación de políticas públicas. En ese sentido, Sancho sostiene que los entes rectores de política pública deben obligatoriamente ejecutar las políticas propuestas por el Consejo para la Igualdad de Género.

Con las políticas propuestas por el organismo, Sancho explica que la Asamblea debe aprobar una normativa sobre los tratamientos hormonales y el Ministerio de Salud expedir protocolos o guías de atención. Pero, aclara, no van necesariamente de la mano. El Ministerio, como ente rector del sistema de salud, puede crear protocolos para brindar los tratamientos sin necesidad de que la Asamblea apruebe una ley.

Para la atención a personas LGBTI, el Ministerio de Salud aprobó en 2016 un manual de atención con recomendaciones a su personal relacionadas al trato adecuado y al respeto a la orientación sexual e identidad de género.

En el caso de la atención a personas trans, el documento menciona la existencia de los tratamientos hormonales y la necesidad de un monitoreo a quienes los han iniciado, pero no es un protocolo específico que regule estos procedimientos.

Revista Vistazo consultó al Ministerio de Salud sobre los programas de tratamientos hormonales y en su respuesta destacó la existencia de este manual de atención y anunció que será actualizado el segundo semestre de este año. Sin embargo, no especificó si la cartera de Estado ofrece un programa específico a personas trans o si tiene previsto iniciarlo.

Por la ausencia de un programa y la falta de preparación en el sistema de salud, Emilio Villafuerte, hoy de 32 años, también sufrió complicaciones cuando inició sus tratamientos hormonales con un médico que no conocía el proceso. Hace 5 años, Emilio contactó a un ginecólogo y el especialista, aunque no tenía experiencia en los tratamientos, decidió atenderlo.

La administración de la testosterona (a través de una ampolla) fue cada semana durante seis meses. Los resultados fueron notorios: cambio de voz, crecimiento de barba y de masa muscular. Pero después de esos seis meses sintió dolores de cabeza, continuos y fuertes.

“Me hicieron varios exámenes, hasta me dijeron que quizás era un tumor. Busqué en internet la ayuda de una endocrinóloga en Argentina, me envió exámenes y tenía una crisis de triglicéridos y colesterol, todo alto, porque no hubo un control en la nutrición”. Emilio tuvo que iniciar una dieta para continuar con el tratamiento y cambiar la aplicación de la hormona cada 21 días.

Antes de la aplicación de las hormonas, Emilio se sometió a una histerectomía (extracción del útero y ovarios). Un año y medio después, una mastectomía (extirpación de mamas).

Por su experiencia y la de otros chicos transgénero, Emilio Villafuerte, como presidente de la organización Valientes de Corazón (que trabaja por la defensa de derechos de personas trans), demanda que el Estado garantice los tratamientos hormonales como parte del derecho a la salud integral.

“Nosotros luchamos por un tratamiento, no porque quiero verme con barba, sino porque es parte vital de nuestra vida. Si dejo de inyectarme puedo presentar afectaciones a los huesos o tener hasta una embolia”, sostiene. En el caso de Emilio, como no produce estrógeno tras la histerectomía, necesita obligatoriamente que en su organismo haya una hormona.

A inicios de año, Emilio consiguió la hormona Nebido “como una aguja en un pajar” y casi al tiempo que la necesitaba. Desde finales del año pasado, la hormona no era abastecida. Bayer, la farmacéutica que la produce, argumentó a Valientes de Corazón un retraso en la entrega del producto a Venezuela, Colombia y Ecuador.

Entre febrero y marzo la hormona nuevamente podía encontrarse en farmacias. Antes del desabastecimiento temporal de Nebido dejó de llegar la Primotestón, que es más económica. Esta última cuesta alrededor de $ 3.50 y la Nébido aproximadamente US$ 55.

“Para un chico que gana un salario básico ($ 400), representa el 14% de sus ingresos; es un desafío. Y solo en el caso de que ese chico tenga un trabajo estable, porque en la población LGBTI las oportunidades laborales son escasas”, comenta Emilio.

El informe ‘Situación de los Derechos Humanos de las Personas Trans en Ecuador’, del Consejo Nacional para la Igualdad de Género, alerta que este colectivo no accede a empleos en igualdad de oportunidades y eso conlleva a que tenga trabajos precarios. El 80% se dedica a labores informales como estética y belleza, trabajos domésticos, servicios de protección y seguridad, protección de personas o venta de mercancías y otras son empujadas al trabajo sexual.

De acuerdo al mismo estudio, el 80% de la población trans percibía en 2012 entre uno y dos salarios mínimos.

El eterno temor por ser diferente

Pero además de que el sistema de salud de Ecuador no tiene un programa para las necesidades de las personas transgénero, hay otro factor que apunta la Organización Panamericana de la Salud en el informe ‘Por la salud de las personas Trans’: el miedo al rechazo, al tratamiento inadecuado o a la negación de servicios, lo que provoca que las personas trans prefieran servicios privados o clandestinos, la automedicación o mantenerse fuera de los servicios de salud por completo.

Según el informe ‘Situación de los Derechos Humanos de las Personas Trans en Ecuador’, del Consejo Nacional para la Igualdad de Género, 61% de personas trans se sintió discriminado en el sistema de salud y 79% no cuenta con acceso a la seguridad social o seguro privado.

Los prejuicios o dogmas se anteponen a la atención a los pacientes. Rashell Erazo, presidenta de Asociación Alfil (organización LGBTI que pertenece a la Red Latinoamericana y del Caribe de Personas Trans), explica que en el país falta sensibilización para atender a las personas transgénero y transexuales, pues personal médico trata -de manera errónea- a las mujeres trans como hombres y a los hombres trans como a mujeres.

Emilio Villafuerte, de Valientes de Corazón, agrega que cuando el personal médico es religioso o transfóbico pone trabas a los tratamientos hormonales y juzga a los pacientes con frases como “pero estás bien” y “para qué lo necesitas”.

A inicios de año, Emilio tuvo una cita con una médica general en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) para controles médicos. Cuando le comentó que años atrás se había sometido a una histerectomía, escuchó cuestionamientos: “¿Por qué lo hiciste?”, “¿estás loco?”.

Días después, Emilio tuvo una cita con un endocrinólogo del IESS. Temía nuevamente recibir un trato discriminatorio, pero quería acceder a una atención que como afiliado tiene derecho. Él trabaja en una empresa pública.

Esta vez, la atención fue distinta. “Estaba empapado del tema y me atendió muy bien. Me mandó una serie de exámenes y me recetó el medicamento”. Sin embargo, la hormona no es cubierta por el IESS.

$!Emilio Villafuerte acude cada 3 meses a un centro de salud privado para que le administren la hormona Nébido. Su tratamiento lo supervisa un endocrinólogo. (Fotografía: José Villacreses)

La discriminación que las personas trans han sentido en el sistema de salud es un problema que también han sufrido en otros ámbitos, entre ellos la familia. Desde la infancia, las personas transgénero están expuestas a imposiciones de vestimenta, citas con psicólogos o con curas, expulsión de los hogares, insultos o golpes.

Cuando Jesús tenía 14 años, su mamá lo llevó a donde un cura. El sacerdote dibujó en un papel figuras alusivas al cielo, el infierno y el limbo. “En el dibujo los señalaba y me decía que no iba a encajar y que cuando muriera iba a ir al infierno”.

A esa edad, Jesús estaba culminando sus estudios en una academia de corte y confección. “Mi mamá quería que siguiera una carrera de mujer; yo quería mecánica, pero no”. Después de graduarse de la academia, retomó sus estudios de secundaria; los había dejado porque en el anterior colegio una profesora empezó a atosigarlo por su identidad de género.

En el nuevo colegio tuvo que vestir falda y blusa, pero sus compañeras y compañeros lo conocían como Jesús, nombre con el que desde los 15 años pidió a su mamá que lo llamara. Para la graduación pidió a su mamá vestir terno. Ella aceptó y el colegio también.

Emilio sintió el rechazo de su madre y su hermano. A la primera le comentó que iniciaría la transición y no lo aceptó. Hasta ahora, el contacto con ella surge por temas puntuales. “Cree que un milagro me hará lo de antes”. El segundo lo amenazó de muerte y el año pasado intentó agredirlo físicamente.

Desde sus cuatro años de edad, Emilio se identificaba como varón; más allá de los juegos (uno de sus favoritos eran los Power Rangers), comenta que fueron etapas en las que fue descubriendo su identidad de género.

En un entorno de rechazo también creció Briana Jijón, hoy de 37 años. “No sabía que era una mujer trans, pero me sentía diferente. Recuerdo que tenía cuatro años y mi mamá llegaba del trabajo con su cartera. En mi inocencia, yo abría la cartera y me empezaba a maquillar delante de todo el mundo”.

Inicialmente, lo hacía sin recibir cuestionamientos o castigos, pero pasaron los años y llegaron las intenciones de controlar sus expresiones. Su mamá empezó a cerrar las tapas de los esmaltes con fuerza, pero Briana los abría con los dientes y volvía a pintarse.

Quería compartir y jugar con sus sobrinas, con quienes es contemporánea; también jugar con muñecas. Y llegaron las frases de imposición de su padre y sus hermanos varones: “Esas cosas no hacen los hombres”, “esas cosas hacen las mujeres”, “anda a jugar pelota”.

Briana y sus sobrinas llegaron a la pubertad. Briana veía cómo ellas desarrollaban sus pechos y sus cuerpos formaban una silueta con curvas. “Yo quería ser como ellas, vestirme como ellas, pero no tenía la manera de decirle a mis padres que quería ser mujer”.

Temor, desconfianza, recelo... Briana calló y su refugio fueron chicas trans que conoció en las aulas del colegio Vicente Rocafuerte. Ellas, escondidas tras cuerpos y uniformes con los que no estaban conformes, conversaban sobre sus deseos de construir una figura con la cual se sintieran a gusto.

Con esos deseos, Briana y sus amigas fueron a peluquerías del sector del colegio donde trabajaban mujeres transexuales que oscilaban entre los 20 y 25 años de edad. Ellas fueron sus guías en cómo iniciar la transición, les sugirieron qué medicamentos tomar o inyectarse, cómo pedirlos en las farmacias y las dosis.

De esa manera, Briana inició su tratamiento hormonal a los 13 años, a escondidas de su familia y sin vigilancia médica. Tomó las pastillas anticonceptivas Diane35 que escondía en su ropa; una pastilla diaria, sin falta.

Su cuerpo empezó a cambiar: crecieron pequeños senos, su cuerpo rollizo adelgazó poco a poco y su piel se tornó más suave.

$!Briana Jijón inició sus tratamientos hormonales a los 13 años con pastillas anticonceptivas, a escondidas de su familia, por temor al rechazo. (Fotografía: José Villacreses)

El uso de anticonceptivos, por tener estrógeno sintético, es común en los tratamientos hormonales sin supervisión médica de las mujeres trans. De la misma manera empezó Ivanna Melgar, a los 19 años, también a escondidas de su familia y por recomendaciones de una amiga.

Según el informe ‘Situación de los Derechos Humanos de las Personas Trans en Ecuador', del Consejo Nacional para la Igualdad de Género, el 81% de quienes usaron hormonas para su transición lo hicieron sin atención ni prescripción médica.

Ivanna, hoy de 38 años, guardó silencio ante su familia sobre su identidad de género. Cuando empezó los tratamientos hormonales aún vestía camisas y pantalones. Empezó a tomar las pastillas Diane 35 y luego se aplicó la solución inyectable Topasel, que dejó porque provocó que su espalda se ensanche.

Aunque inició sus tratamientos a los 19 años, a los 25 decidió que la mujer que a escondidas vestía blusas, faldas y tacos saliera del clóset. “Yo me dediqué a hacer feliz por mucho tiempo a todo el mundo y era momento de que yo fuera feliz”.

En varias ocasiones encontró a su mamá llorando, durante casi un año. Pero hoy la situación es distinta: “es mi buena amiga”. Le regala ropa o accesorios para que los luzca.

La endocrinóloga Fabiana Reina, del Hospital Nicolás Avellanada de Tucumán (Argentina), quien ha atendido pacientes transgénero, señala que el riesgo de los tratamientos hormonales sin vigilancia médica es el uso de medicación que no está probada para la transición corporal.

En el caso de las mujeres trans, son los anticonceptivos. Si son tomados durante mucho tiempo y en altas dosis, explica, pueden provocar trombosis.

Aunque Maffer Vega, de 34 años, acude a un endocrinólogo privado para sus tratamientos hormonales, ella toma todos los días pastillas anticonceptivas, después de almuerzo. Adicionalmente, bajo recomendación de él, se coloca los parches antinconceptivos Evra una vez por semana.

Pero no ha tenido efectos secundarios y está satisfecha con la atención de él. Además, tiene otros cuidados como tomar medicación para el hígado.

Desde los 24 años el endocrinólogo la atiende, pero Maffer inició su transición a los 17 años sin supervisión médica con la aplicación de la hormona Gravidinona cada mes. Una amiga suya le recomendó esta hormona. “Ella me dijo que para cuidarme tenía que consumir bastante aguacate, maní y no comer ají ni limón”.

Desde los cinco años, Maffer se maquillaba y ponía tacones a escondidas de sus abuelos, con quienes vivió desde los dos años porque su mamá murió. A los 15 años vivía con una tía y ella le pidió que abandone su casa “porque iba a dañar a sus hijos”. Desde esa edad, Maffer empezó dividir su tiempo entre sus estudios y el trabajo en una librería.

Los hombres trans que no siguen un tratamiento médico en algunas ocasiones recurren a anabólicos, que si bien aumentan músculos del cuerpo o estimulan el crecimiento de vellos, pueden provocar aumento en el colesterol y los triglicéridos, o generar hipertensión o trastornos renales, advierte la endocrinóloga Fabiana Reina.

Iván (prefiere no revelar su apellido) en una ocasión se inyectó un anabólico. Aunque a los 19 había iniciado su tratamiento con la hormona Primotestón, dos años después no tenía dinero para adquirirla y un tío de una amiga que es médico le recomendó un anabólico. “Era más barato. Quise intentar y me hizo daño. Me sentí mal, como si alguien me hubiera dado una paliza. Me dio fiebre y escalofríos”.

Iván fue a un médico que hasta hoy le sigue el tratamiento y le explicó que el anabólico no era una hormona para la transición.

Cuando Iván inició su tratamiento hormonal fue a escondidas de sus padres. A los 19 años él les contó que estaba en un cuerpo que no quería. Su mamá dejó de hablarle y él quiso irse de casa. “Le dije que me sentía incómodo, que me daba ropa de mujer y yo no quería, pero ella no lo entendía y se dejaba llenar la cabeza por comentarios de mi tía que decía que me encerrara”. Ese encierro significaba llevarlo a un centro de “terapia de conversión”.

Iván y sus padres dialogaron; no se fue de casa. Sus padres dijeron que iban a aceptarlo, pero eso fue a medias porque le pidieron que continuara en el cuerpo que él no quería. “Traté de sobrellevarlo, pero no pude. Me cortaba el cabello, dañaba la ropa de mujer”.

Cuando se acercaba a los 20 años, Iván empezó a aplicarse hormonas, sin supervisión médica. Compró la primera hormona a un amigo. Él mismo se la aplicó porque estudió en el colegio la especialización Química Biológica.

Pero al poco tiempo acudió a un médico general del barrio donde vive, en el sur de Guayaquil, para que siguiera su tratamiento. Con las hormonas, la voz de Iván cambió, su cuerpo se ensanchó y los pechos comenzaron a disminuir. Crecieron vello y barba. Acude cada seis meses para chequeos.

Su mamá es quien le inyecta la hormona. En la casa hoy le dicen “gordo” o “negro”. “De tanto verme llorar en silencio, mi mamá me fue entendiendo”.

Infancia y adolescencia, etapas críticas

El rechazo de la familia marca la vida de una persona trans. Ana Trueba, exdirectora de la maestría de Psicología Clínica de la Universidad San Francisco de Quito, explica que la discriminación en los hogares causa un impacto en su autoestima y desarrollo.

La niñez y la adolescencia son etapas que Trueba considera “fuertes” para las personas transgénero. Indica que cuando los padres regañan a una niña trans por jugar con muñecas o colocarse trapos en el cabello para fingir que lo tienen largo “le causan más confusión”.

Posteriormente, cuando llega la adolescencia, y con ella el desarrollo de las características físicas, empiezan a ver las diferencias y a sentirse disconformes con su cuerpo, explica.

La endocrinóloga Fabiana Reina sostiene que cuando la visibilización de la identidad transgénero es a muy temprana edad y no es escuchada se vuelve traumático para la persona porque tiene que vivir mostrando un cuerpo con el que no se identifica.

La incongruencia de género, término que emplea la Organización Mundial de la Salud (OMS), puede presentarse en la niñez o en la adolescencia y la vida adulta. El organismo incluyó la incongruencia de género en la Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD11) como una condición relacionada a la salud sexual, después de haber eliminado a la transexualidad como una enfermedad mental.

En el documento, la OMS explica que las personas con incongruencia de género expresan de forma continua una disconformidad con las características físicas de su anatomía porque sienten que no corresponden a su género, y un deseo de tener las características de la anatomía del género con el que se identifica.

El activismo LGBTI considera que es estigmatizador que el término incongruencia de género conste en el ICD11, pero la OMS explicó que consta en el documento para que los países garanticen a las personas trans la atención médica, psicológica e incluso los tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas.

Trueba aclara que aunque el término está en el ICD11 no significa que las personas trans tienen una enfermedad, sino que esta incongruencia causa depresión porque no existe esa identificación con su cuerpo y su genitalidad y el sistema de salud debe otorgar atención. Luego, agrega, cuando la persona se somete a los tratamientos para adecuar su físico con el género con el que se identifica, resuelve la disforia.

En el caso de la niñez trans, el tratamiento es con bloqueadores de pubertad, que impiden el desarrollo biológico del género con el cual no se identifican. “El daño psicológico que ocasiona el forzar a un niño o adolescente a permanecer en un género que ellos sienten que no les corresponde puede ocasionar problemas de autoestima y desarrollo”, indica Trueba. Reina explica que los bloqueadores no son sólo para las necesidades de la niñez trans, sino también para niñas cisgénero de 4 a 7 años que tienen un desarrollo puberal adelantado.

Para la niñez trans, los bloqueadores de pubertad se emplean en el estadío 2 de la escala de Tanner (que define el desarrollo biológico de los niños y adolescentes). En el estadío 2 empiezan a desarrollarse las características sexuales. Reina aclara que son pocos los efectos colaterales en relación al beneficio de su salud integral. El bloqueo es reversible; es decir, si por alguna razón dejan de usarlos se inicia el desarrollo biológico.

La familia de Amada (nombre protegido) reclama esos bloqueadores de pubertad para su hija. El Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social se los negó el año pasado. Amada tiene 11 años y su familia logró que ella tuviera una cédula de identidad de acuerdo a su género. “Mi esposo y yo tenemos 20 años de afiliación y mi hija tiene derecho a los servicios de salud”, indica Lorena Bonilla, madre de Amada y presidenta de la Fundación Amor y Fortaleza, que agrupa a familias con niños transgénero.

“Los bloqueadores son importantes en el momento en que hay esta incongruencia de género (...) A las niñas trans les impiden que se ensanchen los hombros o cambien la voz. En ningún momento son operaciones”, explica Bonilla.

Desde temprana edad, Amada empezó a identificarse con el género femenino. “Tenemos fotos de ella cargando muñecas desde los dos años. Mi hijo mayor, Amada y mi sobrina jugaban juntos. A los tres años fue más fuerte cuando por su cumpleaños quisimos hacerle una fiesta de príncipe y ella quiso vestirse de princesa. Me decía que quería ser una princesa, que por qué su cabello era corto, por qué no podía tener el cabello largo, por qué no podía usar vestido, era continuo”.

La madre de Amada indica que si el IESS no otorga los bloqueadores debe continuar el proceso de manera privada. Pero, advierte, “el Estado tendrá que responder porque no me dio la salud integral de mi hija”.

Bonilla comenta que Amada tiene año y medio atendiéndose en el IESS, con estudios hormonales y estudios genéticos, como paso previo a la aplicación de los bloqueadores de pubertad. Los bloqueadores de pubertad disponibles en Ecuador oscilan entre los $ 600 y $ 800, comenta.

¿Discriminación por salud?

Para activistas LGBTI y defensores de derechos humanos, la ausencia de políticas públicas en salud para las necesidades de las personas trans es un acto discriminatorio y el Estado incumple con la aplicación de políticas públicas.

Christian Paula, presidente de Fundación Pakta, y Mabell García, titular de la Fundación de Transgénero Peninsulares (Futpen), coinciden en que hay discriminación por identidad de género para acceder al derecho a la salud. “Si no hay un programa para las necesidades de salud de las personas trans, hay discriminación. De la misma manera cuando se niega cualquier tipo de atención que sí reciben otras personas. Pero más allá de eso, es negar acceso a la salud a un ser humano”, señala García, quien es abogada y a través de Futpen propone la formulación de políticas públicas a favor de la población trans en la provincia de Santa Elena.

Paula, también abogado, expone otro argumento: no sólo la Constitución prohíbe la discriminación por identidad de género, sino que la Corte Constitucional, en una sentencia de 2017, resuelve que la identidad de género es un derecho y, en consecuencia, el Estado debe generar políticas públicas para garantizarlo.

La sentencia a la que se refiere Paula es la que favoreció a Bruno Paolo Calderón Pazmiño, un hombre transexual que pedía el cambio del campo de sexo de femenino a masculino en su cédula de identidad. En el análisis de la sentencia, el máximo organismo de control e interpretación de la Constitución estableció que la identidad de género recibe protección constitucional, tanto en no discriminación como en garantía. Además, la Corte consideró que la decisión de iniciar tratamientos hormonales o intervenciones quirúrgicas está amparada en la Constitución, porque esta consagra los derechos a gozar del progreso científico y a tomar decisiones sobre su salud y sexualidad.

La Corte dispuso el cambio de sexo en la cédula a Calderón Pazmiño y, además, que la Asamblea tramite leyes para regular el procedimiento de este tipo de reformas en los documentos de identidad. El plazo para el Legislativo fue de un año y hasta ahora no ha cumplido.

Actualmente, las personas trans pueden incluir en su cédula el género con el que se identifican y reemplazarlo por el campo de sexo, según dispone la Ley de Gestión de la Identidad y Datos Civiles. Sin embargo, no pueden cambiar el campo de sexo.

En la sentencia, la Corte consideró que los derechos de libre desarrollo de la personalidad, identidad y dignidad humana pueden estar siendo vulnerados con la imposibilidad de cambiar en la cédula el campo de sexo.

Paula sostiene que, a partir de esta sentencia, la Asamblea debe aprobar una Ley de Identidad de Género para garantizar los derechos a la población trans, como lo hicieron Argentina y Uruguay.

En estos dos países, estas leyes permiten el cambio de sexo en los documentos de identidad y la partida de nacimiento; además garantizan los tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas como derecho a la salud.

Rashell Erazo, de la Asociación Alfil, señala que una de las barreras para lograr una atención de salud integral para personas trans es el registro de sus datos conforme a su género. Explica que el cambio en la cédula es superficial y no tiene efectos legales. “No hay un reconocimiento legal del género porque el dato legal sigue siendo el sexo, que consta en la partida de nacimiento (...) Yo tengo en mi cédula género femenino, pero en la partida de nacimiento sigue sexo masculino. Para efectos legales, soy un hombre. Entonces, el Estado dirá que las mujeres trans son hombres y que no necesitan hormonas femeninas”.

Intervenciones riesgosas

La ausencia de políticas de salud para las personas transgénero también provoca que busquen alternativas clandestinas, riesgosas y económicas para acelerar la transición, advierte el Consejo Nacional para la Igualdad de Género en el informe Situación de los Derechos Humanos de las personas Trans.

En el caso de las mujeres transgénero, recurren a la aplicación de silicona líquida para adecuar sus cuerpos. Muchas veces, este procedimiento es llevado a cabo por personas que no están capacitadas. La Organización Panamericana de la Salud, en el informe Por la salud de las personas trans, también expresa preocupación por estos procedimientos.

Ivanna se inyectó silicona en sus glúteos a los 20 años. La sustancia se la aplicó otra mujer trans que conoció a través de una amiga.

“Supuestamente iban a estar dos personas, la dueña de la casa y la que me iba a suministrar. Cuando llegué había como 6 chicas, todas viéndome los glúteos y me estaban bombeando, sin asepsia”.

La aplicación de la silicona, que le costó US$ 100, fue un día sábado. Regresó a su casa, descansó en su cama boca abajo el fin de semana y el lunes, a las 08:00, estaba trabajando. “Tuve que sentarme al filo de la silla porque me dolía”.

$!Pese a que las mujeres trans protagonizaron la recolección de firmas para presentar la demanda de inconstitucional del artículo del Código Penal que penalizaba la homosexualidad, el colectivo trans es el más desplazado y discriminado de la población LGBTI.

La OPS advierte que la aplicación de silicona puede ocasionar embolia pulmonar. A Briana le sucedió y casi muere en terapia intensiva de un hospital.

La primera vez que se aplicó silicona fue a los 18 años para moldear más su figura. Una amiga que conoció en una discoteca le inyectó. “Como no me pasaba nada, me seguía poniendo. Al principio me cobró como $ 200, luego dejó de hacerlo porque se dio cuenta de que no trabajaba y empezamos a ser amigas”.

La última vez que se aplicó silicona, en la casa de su amiga y sin que su familia lo supiera, sintió cansancio extremo y dolor en el pecho. “Fue como si me hubieran dado una paliza; caminaba y me cansaba, sentía frío”. Llamó a su mamá y le contó lo ocurrido.

Con su madre acudió al Hospital Luis Vernaza. Con una radiografía, el personal médico determinó que tenía una embolia pulmonar. “Al inyectarme silicona agarraron un capilar y si me hubieran tomado una vena o una arteria me hubiese muerto al momento”.

Con unas inyecciones que le colocaron en el ombligo (no recuerda qué contenían), Briana empezó a botar por la boca coágulos de sangre. De esa manera se recuperó y pudo dejar el hospital.

El riesgo continúa. La silicona también puede provocar úlceras, migración de la sustancia en el cuerpo, abscesos e infecciones.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en el informe ‘Violencia contra personas LGBTI’, expresa su preocupación por este tipo de procedimientos informales porque provocan muertes de mujeres trans que pueden ser prevenibles. El mismo informe detalla que en la región la expectativa de vida de una mujer trans oscila entre los 30 y 35 años.

Pese a los informes y recomendaciones de organismos internacionales, propuestas de políticas públicas y una sentencia que protege el derecho a la identidad de género, la población trans continúa desplazada y vulnerable. Su transición corporal, elemental para su vida, para verse en un espejo y que el reflejo sea la persona que sienten y no la que la sociedad impone, no goza de protección.

Jesús continúa con sus tratamientos hormonales. Ya es un año de hormonas, citas médicas, exámenes y cuidados en su dieta. Continúa asistiendo al consultorio del endocrinólogo del hospital, aunque sigue tratando solamente con sus asistentes, y paralelamente con la segunda opinión del endocrinólogo mexicano, quien cobra $ 26 la consulta.

Después de las complicaciones por la primera hormona, ha ganado algo de masa muscular en su cuerpo menudo, escasos vellos y su voz aún es aguda. Hasta ahora, no está conforme, pero espera que la nueva hormona provoque más cambios. En su cédula cambió sus nombres e incluyó la opción de género para que aparezca masculino.

Como a sus 14 años le respondió al cura que lo estaba condenando al infierno, quiere sentirse bien consigo mismo. “Por darle el gusto a las personas, nunca he estado feliz”.

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