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“Mi soldado periodista”: la historia del padre de Javier Ortega

Los días no son fáciles para Galo Ortega. Correr en las mañanas junto a “La Pancha” es una de las cosas que le ayuda a sobrellevar la vida, luego de haber perdido a su hijo hace un año.
 
El sueño desaparece a la una de mañana. Quisiera salir a esa hora y correr hasta que se le acaben las fuerzas y las lágrimas. Pero siempre espera hasta casi el amanecer. “No vaya a ser que la gente piense que estoy loco”, bromea como un chiquillo, en medio del dolor que lleva a cuestas.
 
 
Mientras amanece, a veces puede pegar nuevamente los ojos, y otras noches debe batallar con el recuerdo de su “soldado periodista”, o Juanito, como le decían en la casa, o Javier, como lo conocían en la redacción de diario El Comercio.
 
Así pasan las horas hasta que a las cuatro y treinta de la mañana, el reloj biológico de La Pancha hace que ella empiece a raspar la puerta, a ladrar y aullar. Es su forma de decir: ya es hora de salir a correr. Ella también tiene su chaleco estampado con la leyenda #NosFaltanTres y los rostros de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, el equipo periodístico de El Comercio, secuestrado y asesinado por un grupo narcoterrorista en la frontera norte.
 
 
Hace un par de años, Juan Javier, el segundo de los tres hijos de la familia Ortega Reyes, adoptó un perrito. Pero su madre, le dijo que lo devolviera porque era imposible quitarle las pulgas. Ante la tristeza del joven, un día su madre llegó con la pequeña Pancha, que ahora tiene dos años, y se convirtió en la nueva hermana y casi hija de Javier.
 
Pero el 7 de abril del 2018, la perrita quedó huérfana y ahora es la compañera fiel de Don Galo. Él es quien la baña, la peina, la alimenta y juntos salen a correr todas las mañanas. A veces las tardes, buscando el rostro de Javier en cada joven en la calle, con su cabello alborotado, su sonrisa y su mochila llena de libretas donde tenía los apuntes de las miles de historias que escribió en las páginas de El Comercio.
 
 
 
La Pancha se pasea de uno a otro lado de la sala. Salta por los sillones y regresa para buscar caricias, mientras Don Galo repasa los álbumes de fotos. “Aquí esta Juanito cuando se vino de España. Aquí está con su hermano en su primera competición. Aquí está cuando era bebé; se chupaba el dedo del pie…” Suspira. “Discúlpeme que llore pero yo siempre he sido muy sentimental”, dice mientras agarra fuerzas para continuar.
 
La familia Ortega Reyes emigró a España en 1998 buscando mejores días. Allá Juan Javier terminó al colegio y se regresó solo en 2005 para estudiar periodismo. A su padre le habría encantado que sea fotógrafo con él, pero ninguno de sus tres hijos siguió ese camino. “Cuando yo tenía mi estudio fotográfico antes de irnos a España intentaba enseñarles el oficio pero a ninguno le gustaba”, recuerda.
 
Sin embargo, cuando Juan Javier inició la carrera de Comunicación en Quito, le dijo a su padre que por favor le envié una cámara de fotos de España, porque la necesitaba. “Fue una gran alegría, se la envié inmediatamente. Esa cámara todavía está aquí en la casa, en su habitación.”
 
 
Desde ese entonces, Don Galo que había visto en la Tv española cómo los periodistas siempre estaban en la primera línea de guerra, empezó a llamar a su hijo “El soldado periodista”, idealizando la carrera que empezaba el joven, viéndolo cubrir los sucesos más importantes del país. Quizá por eso el chaleco que lleva La Pancha es de color verde militar.
 
Pero nunca se imaginó que un día Javier terminaría en la línea de una guerra que no era la suya, sino un conflicto armado que los estados ecuatoriano y colombiano no pudieron detener ni reconocer. Un conflicto que hace año cobró la vida de cinco soldados, tres periodistas y dos civiles.
 
La casa de los Ortega Reyes se niega a olvidarlo. Su habitación está intacta, con el edredón del Barcelona de España, sus credenciales de El Comercio, la cámara de fotos, sus libros y libretas de apuntes. En el pasillo de las gradas cuelgan grandes retratos del joven con sus amigos. Debajo de las gradas hay un armario donde guardan las banderas de los plantones por los que le han dicho al mundo que #NosFaltanTres.
 
 
Juan Javier tenía 32 años. Sus primeras prácticas las hizo en Radio Tarqui donde su papá tenía un amigo, según cuenta Don Galo. Pero no le gustó. Luego postuló a El Comercio. Empezó cubriendo las ligas de fútbol barriales para el Últimas Noticias, luego crónica, hasta que pasó a ligas mayores: la sección Seguridad, desde donde seguía las pistas de la trama de Odebrecht y el narcotráfico en la Frontera Norte. 
 
Era meticuloso y disciplinado. Sus libretas están llenas de apuntes, de números de teléfono, e incluso dibujos que le ayudaban a entender la historia. Salía de casa a las ocho o nueve de la mañana, y lo más temprano que regresaba era a las diez de la noche. Los días libres descansaba en casa, a veces escribiendo para adelantar las notas.
 
“A pesar de que trabajaba sin descanso era muy preocupado por nosotros. Una vez vi al que llegar fue directo a la cocina a ver si las hornillas estaban apagadas. Luego me di cuenta que lo hacía siempre aunque nunca le pregunté por qué. A veces pienso que al trabajar en crónica, alguna vez tuvo que hacer alguna noticia de una fuga de gas”, dice Don Galo.
 
 
Luego de revisar las hornillas, Javier iba a saludar a La Pancha, que duerme en un pequeño patio junto a la cocina. Esa era su rutina al llegar a casa, hasta hace poco más de un año cuando Javier salió a su última cobertura.
 
Desde el primer día del secuestro, Don Galo empezó a recortar y guardar en una carpeta todas las noticias que salían en los periódicos sobre las vigilias que hacían sus familiares y amigos en Quito y otras ciudades del país. Su idea era que, cuando Javier y sus dos compañeros regresen a casa, debían ir a agradecer a toda esta gente por el apoyo, pero es algo que no pudo cumplir porque su hijo no regresó. 
 
Tampoco pudo verlo cumplir sus próximos objetivos. Juan Javier quería ser escritor y profesor universitario, además de periodista. “Nos frustraron nuestros sueños, porque los sueños de un hijo también son los de un padre”.

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