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¿Dónde está el problema del examen Ser Bachiller?: el suicidio de una chica alentó la eliminación de la prueba

El suicidio de una chica que fracasó dos  veces en la prueba “Ser Bachiller” alentó  una discusión política  para eliminar la  prueba. Datos oficiales muestran que la  educación media es deplorable en los  sectores rurales empobrecidos, limitando su  acceso a la universidad pública.
 
Ninguno de los 88 jóvenes de la  parroquia rural San Miguelito,  provincia de Tungurahua, que  rindieron la prueba “Ser Bachiller” en  junio de 2019, pudo estudiar medicina  o alguna ingeniería en las mejores universidades públicas del país, que exigen  puntajes superiores a 950 sobre mil. Esto no lo dicen los políticos que piden eliminar la prueba; tampoco lo informan  las autoridades que la defienden como  una manera de ofrecer acceso igualitario a la educación superior.
 
Nadie prestó atención a San Miguelito, cantón Píllaro, hasta fines de enero, cuando circuló la noticia de una chica que se suicidó días después de fracasar en su segundo intento en la prueba “Ser Bachiller”. Evelyn Iza Criollo se graduó del colegio el año anterior y quería estudiar sicología en la Universidad Técnica de Ambato, pero fue imposible.
 
Según datos de 2018 de la Secretaría de Educación, Ciencia y Tecnología  (Senescyt), en la universidad ambateña hubo más de 600 postulantes a esa  carerra, con un promedio de 934 puntos en el examen “Ser Bachiller”, pero solo se abrieron 40 cupos. Es una  competencia fuerte que restringe el acceso en todas las carreras y universidades públicas del país.
 
Evelyn obtuvo alrededor de 700 puntos en su primer intento en junio, nota que repitió en enero, pese a que asistió a un curso privado de preparación.  “Ella quería ir a la universidad de Ambato, su hermana estudia contabilidad allá,  en un instituto. Pagamos 250 dólares en  el preuniversitario y terminó así”, dice  Zenaida Criollo, madre de la chica, quien  se dedica a la agricultura en el barrio San  Juan, parte alta de la parroquia.
 
Pero no solo fue problema de Evelyn.  Ninguno de sus compañeros que rindieron la prueba en la “Unidad Educativa  12 de Noviembre”, donde hizo la secundaria, habría podido ingresar a esa carrera, ni a otra con mayor exigencia, según  las bases de datos del Instituto Nacional  de Evaluación Educativa (Ineval), en las  que aparecen los puntajes de miles de estudiantes que rinden el examen cada vez  que se abre la convocatoria.
 
De entre los compañeros de Evelyn, ninguno superó los 900 puntos y apenas  tres sobrepasaron los 800. Una tercera  parte que obtuvo entre 700 y 799, quizá  fueron aceptados en institutos tecnológicos o carreras poco cotizadas. La mayoría, el 64 por ciento, pudo haber quedado  fuera de la posibilidad de continuar estudios de tercer nivel en una institución pública. La única alternativa es estudiar en  un centro privado, donde el examen “Ser  Bachiller” no es requisito.
 
Pero que puedan pagar una universidad particular es lo menos probable en  San Miguelito, una parroquia de la Sierra  centro, con cinco mil habitantes, pero con  mucha historia. En uno de sus 14 barrios,  Huaynacurí, nació el inca Rumiñahui. Allí,  en la hoya de Patate, más de la mitad de su  población se dedica a la agricultura y ganadería, que reporta ingresos mínimos; la  otra mitad, al comercio, dependencias públicas, artesanías y otras actividades. La  pobreza por necesidades básicas insatisfechas alcanza el 76 por ciento, por falta  de agua potable, alcantarillado, recolección de basura, según datos del INEC y el  Plan de Desarrollo Parroquial.
 
No hay mayores oportunidades para  quienes salen del colegio: se enfrentan a  competir por un cupo o siguen el destino de sus padres. La mamá de Evelyn dice que pensaron enviarla a una universidad privada. “Pero costaba más de 1.000  dólares el semestre. Yo le dije que vea  otra carrera como policía o belleza. Desde que salió del colegio me ayudaba en la  casa, en el terreno y cuidando a mi hija  menor de cuatro años”, relata.
 
Un problema más profundo
Luis Miguel Aymara tiene 18 años. Estudió en el mismo colegio que Evelyn, pero  se graduó un año antes. Desde entonces, Luis ayuda a su papá en la agricultura y  ganadería, esperando ingresar a la Policía  Nacional. No necesita de puntajes altos en  la prueba “Ser Bachiller”, sino simplemente una nota superior a 700 para esta profesión. Dice que muchos de sus compañeros esperan su turno para la Policía o el  Ejército, mientras se emplean en el campo; unos pocos fueron a universidades de  Guaranda y Riobamba.
 
Parecen no existir mayores aspiraciones en San Miguelito. Un 31 por ciento de  los estudiantes que se gradúan del colegio  anhela una ingeniería; solo el 1,2 por ciento aspira trabajar en la agricultura, pese a  que sus padres requieren de tecnificación  del campo. Son datos de una encuesta que  aplica el Ineval a todos los bachilleres, junto con la prueba. Nadie, en esa zona, eligió  biología o química. Y un cinco por ciento dijo no querer ir a la universidad.
 
En contraste, en el tercer mejor colegio del país, ubicado en Latacunga, 21 de  sus estudiantes obtuvieron 1.000/1.000  en la “Ser Bachiller”. El 38 por ciento de  ellos indicó que aspira estudiar medicina o afines; 19 por ciento  apuesta por ingenierías;  7,1 por ciento por biología; mientras los que no  quieren ir a la universidad ni siquiera se acercan al uno por ciento.  Es un colegio privado,  en una ciudad con servicios, donde los jóvenes  tienen mayores oportunidades y aspiraciones.
 
Tal vez si Evelyn nacía en una de las principales ciudades del país y, quizá, si asistía a un colegio privado o municipal, seguramente habría ingresado a la carrera que deseaba. Tras su muerte, muchos políticos usaron su historia ofreciendo eliminar el examen “Ser Bachiller”, mientras un joven que dijo ser cercano a la chica aseguró en redes sociales que ella se quitó la vida por otros motivos, sin especificar cuáles.
 
Lo que sí confirmó a Vistazo  la madre de Evelyn es que su hija fracasó en la prueba y lamenta que ninguna discusión le devolverá a su niña.
 
Cupos restringidos
Según datos de la Senescyt, desde 2012 hasta 2019, más de 2,2  millones de estudiantes rindieron la prueba “Ser Bachiller”, pero hubo  solo 1,1 millones de cupos en las universidades públicas. Obviamente, quienes mayores puntajes obtienen, son quienes logran ingresar. Es la gran crítica al sistema.
 
En la Universidad Central, en Quito, en 2018, había 250 cupos para Medicina y 4.358 aspirantes. En la Universidad de Guayaquil se postularon 959 bachilleres para estudiar Comunicación, pero eran solo 300 cupos. En la Politécnica Nacional, 421 chicos querían estudiar Ingeniería Civil; se asignaron 68 cupos. 
 
 
Edwin Palma, director del Ineval hasta  el 5 de febrero, reconoció ante los medios  que la oferta pública es limitada y que hacen falta más universidades. Pero advierte que, si se elimina la prueba, se generará  un caos porque cada universidad y colegio  asumirá su propia forma de evaluación y  acceso, mermando la calidad de la educación. Si bien es cierto, la prueba y las encuestas a los bachilleres permiten ver las  realidades de una manera objetiva, como  el caso de San Miguelito, también generan  una barrera para los más pobres.
 
El puntaje de “Ser Bachiller” corresponde al 60 por ciento de la nota. El  otro 40 por ciento al currículum académico. Antes, la única nota que servía  era la del examen que inició en 2012  con el nombre de ENES. Pese a esta reforma, el exministro  Milton Luna, quien dirige la organización Contrato Social por la Educación,  afirma que la prueba Ser Bachiller sigue  teniendo un enfoque punitivo: “Evalúa  para sancionar y excluir de la universidad pública”. Cree que no es necesario eliminar el examen pero sí revisarlo y  adaptarlo a las realidades del país, pues  está claramente demostrado que estudiantes de colegios privados, municipales y de grandes ciudades, obtienen mejores notas que en el campo.
 
La discusión puede ser larga, pero hay  algo claro: si se elimina la prueba, el Estado se queda sin información de las asimetrías sociales y educativas para impulsar  políticas que mejoren la situación. Pero, si  continúa así, se seguirá excluyendo a sectores desprotegidos de una educación superior de calidad. La realidad del país es  que no todos están en las mismas capacidades para “Ser Bachiller”.

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