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La carta de Maria Fernanda Ampuero a su madre

viernes, 10 mayo 2019 - 08:47
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En este último año en el que las escritoras ecuatorianas han recibido la luz y la atención que su trabajo merece, «Pelea de Gallos», el primer libro de cuentos de María Fernanda, fue publicado en España por la prestigiosa editorial Páginas de Espuma y mencionado entre los 10 mejores libros de ficción del 2018 en The New York Times en español.
 
La voz de María Fernanda en relación al libro, que está en su cuarta edición y será traducido al inglés y al griego, ha sido descrita como «dura y hermosa», es la forma de la escritora de acercarse a lo íntimo.
 
Esta es la carta que le escribió a su madre
 
*** 
 
Porque aunque a ti te enseñaron a callar me enseñaste a hablar. 
Porque aunque a ti te enseñaron obediencia me permitiste ser rebelde.
Porque aunque la gran ilusión de tu vida era ser mamá dejaste que la mía fuera otra.
Porque dejaste que yo fuera otra.
Porque sé que imaginaste para mí otro futuro, pero jamás me lo has dicho. 
Porque te cuidas de hacerme sufrir.    
Porque aunque tú no tuviste una madre amorosa conmigo eres amor exacto, infalible. 
Porque aunque te enseñaron que las mujeres son las siervas de los hombres siempre me trataste igual que a mis hermanos. 
Porque no me criaste para ser una mujercita, sino una mujer. 
Porque querías que fuera libre. 
Porque no me heredaste tus cadenas. 
Porque aunque creciste en un mundo hostil algodonaste el mío para que no me golpeara (tanto) contra las paredes. 
Porque aunque te castigaban no me castigaste. 
Porque aunque te pegaban no me pegaste. 
Porque aunque te decían cosas horribles nunca me has dicho una sola cosa horrible. 
Porque quisiste ser mejor madre para mí de lo que fue la tuya. 
Porque sé que no es fácil amar de la manera total con la que tú amas.
Porque duele. 
Porque “una madre no se cansa de esperar”.  
Porque las hijas a veces reprochamos, exigimos, nos sentimos defraudadas. 
Porque aunque aprendiste que la vida es pura batalla me alejaste cuanto pudiste de las trincheras. 
Porque me enseñaste la compasión siendo compasiva. 
Porque me enseñaste a reírme de mí misma (y cambiaste con eso mi vida) riéndote de ti misma. 
Porque me enseñaste a cuidar cuidando. 
Porque amas el humor, y humor es amor. 
Porque me enseñaste hospitalidad siendo generosa. 
Porque para ti soy importante siento que soy importante. 
Porque me diste el don de la palabra y el don del silencio y sobre los dos he construido una carrera y una existencia.
Porque siempre estabas, siempre estás, siempre estarás y aunque no te busque, aunque no te necesite, aunque me aleje miles de kilómetros, aunque no tenga ahora las palabras para hablarte, sé que siempre estuviste, que estás, que estarás.
Porque eres el único amor constante —incuestionable, eterno— de mi vida. 
Porque eres para mí una fe. 
Porque nunca me has reprochado mis ausencias aunque sé que eran espadas en tu corazón. 
Porque cuarenta años después me sigue sorprendiendo tu amor irreductible. 
Porque más de una vez he pensado que no te merezco. 
Porque de vez en cuando me recuerdas que sí lo merezco y haces que me lo crea. 
Porque dar la vida no es parir, sino construir. 
Porque sigues dándome la vida a cada rato. 
Porque te gusta ser mi mamá.
Porque haces que me guste ser tu hija. 
Porque a pesar de todo lo que tú y yo sabemos seguimos juntas, queriéndonos y, sobre todo, riéndonos. 
Gracias mamá. 
 

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