<img src="https://certify.alexametrics.com/atrk.gif?account=fxUuj1aEsk00aa" style="display:none" height="1" width="1" alt="">

¿Cómo criar una niña independiente en un mundo de hombres?

viernes, 8 marzo 2019 - 03:04
Facebook
Twitter
Whatsapp
Email

Empecé a leer libros a Simone desde bebé, buscando historias inspiradoras de Ecuador y de todo el mundo. Buscaba narrativas que le alejen de un destino manifiesto de “princesa” que espera pasivamente al supuesto “príncipe”. Al no encontrarlas fácilmente disponibles en esa época, modificaba las clásicas como Rapunzel con finales en donde ella muestra su valentía e independencia al salir de su torre/cárcel, y construir su propio camino.  
 
Bajo el paraguas del 8 de marzo y de la mano de esta invitación, me animo a escribir sobre mi maternidad escogida, y con ello, sobre mi hija, Simone. Una de mis tantas preocupaciones era cómo criar una niña, joven, adulta independiente, que pueda crecer lo más libre de prejuicios y de estereotipos basados en ser niña:  desde los colores rosado/celeste, los juguetes que nos enseñan destrezas, los hobbies, que después influirán en su profesión como en su elección de pareja, si desea tenerla.  Mis sombreros de Lingüista y Antropóloga abonaron a compartirle diferentes miradas del mundo.  Compartiendo estos pensamientos con Simone (que ahora tiene 19 años y está por graduarse del School of Art Institute of Chicago), le preguntaba sobre su experiencia creciendo entre países:  Estados Unidos y Ecuador, como de mis elecciones en su crianza.  Dos fueron recalcadas como fundamentales para que niños y niñas crezcan en contextos que favorecen sus capacidades como seres humanos, no marcados por su género.  Por ejemplo, desde el año, la expusimos a la naturaleza para que pueda jugar como quisiera, explorando frutos, piedritas, árboles. 
 
En sus hogares en Quito y en D.C. tuvo siempre pinturas de manos y papelote, y un lugar para echar a andar su “Pollock”.  Lo último que me preocupaba era si se “ensuciaba” pues para ello llevaba extra ropa adonde fuéramos, o pintaba con una camiseta mía designada para el efecto.  Con ello, Simone (y yo), descubrimos que los pantalones con bolsillos a los lados para guardar piedritas y más, se encontraban exclusivamente en la sección de ropa de niños, en colores muy limitados:  azul, café.  En la sección de ropa de niñas, las licras sin bolsillo con muchas flores y mucho rosado podían ser muy graciosas, más no permitían la libertad de movimiento que los “cargo pants”.  Si a este relato le añado los zapatos, las diferencias crecen.  Durante un tiempo, me convertí en clienta de tiendas de ropa de niños, a la par que Simone también escogía vestidos para las ocasiones en que quisiera lucirlos.  La libertad estética no es menor.  Recuerdo tanto en mi familia como en mis amistades, niñas intrépidas obligadas a estar quietas:  una de las formas de asegurarlo era poniéndoles vestido o falda y zapatos que hagan juego, que impidan cualquier aventura.  
 
Sobre lo que llamamos en Ciencias Sociales presentación de género:  qué colores, qué estilo, qué zapatos, qué mandatos sociales gobiernan, ya no solo la vestimenta, sino las actividades que puedes o no hacer con ellas, pueden a su vez influir o ir de la mano con hobbies nuevamente limitados y delimitados por género.  Nos preguntemos así porqué un niño no puede incursionar en ballet sin ser repudiado por alguien de su comunidad, o una niña jugar libremente y sin repercusiones un deporte como fútbol.  A Simone le interesaba este deporte, lo practicó inicialmente con su colegio Quaker en Maryland, y un verano en Quito estuvo en la escuela de fútbol de la Liga:  eran tres niñas entre al menos cuarenta niños.  Los entrenadores no las tomaban en serio, los balones “accidentalmente” les llegaban a ellas con fuerza, y cuanta pesadilla más.  
 
Afortunadamente, en nuestra condición transnacional de alta movilidad, encontramos en Maryland una academia de artes marciales para la familia completa.  Simone practicaba Tae-Kwando con su papá y mamá, aprendiendo a escuchar a su cuerpo, su fortaleza, y a través del mismo, escucharse a si misma.
 
En mi afán por evitarle la famosa “culpa cristiana”, decidí que Simone crezca expuesta a una serie de religiosidades y espiritualidades, para que pueda decidir al alcanzar una mayoría de edad, el ser parte o no de alguna de dichas comunidades.  Las prácticas culturales están enraizadas en postulados, en nuestro medio, principalmente católicos.  Con ello, el no practicar una religión, o no creer en un mismo Dios o deidad, no elimina los estereotipos perpetuados por la misma.  Así, revisitar nuestras prácticas culturales es una tarea urgente: frases aparentemente inocuas como gritar “que los niños no lloran”, deslegitimar a las niñas y sus oportunidades, son, entre otras, conductivas a la sociedad que tenemos:  embarazo adolescente forzado por abuso sexual de un familiar o conocido, de la mano de violencia intrafamiliar, con tasas entre las segundas y terceras más altas en toda la región.
 
Brindar herramientas a las niñas (y niños) desde pequeñas para que tengan un abanico amplio de opciones sobre su vestimenta, sobre sus juguetes, sus hobbies, sus estudios, su elección de vida, es crucial para construir sociedades más equitativas.  Cuando una de las maestras de Simone a sus tres años, en su querido Taller Aloutte en Quito, le pidió a ella y a su grupo que pinten el cielo de azul, Simone ya tenía una herramienta/voz/perspectiva para preguntarle porqué el cielo no podía ser de otros colores que ella había observado:  rosado, rojo, amarillo.  
 
Las niñas y niños no nacen ni víctimas ni victimarios.  Sus familias tienen en sus manos el abogar por una niñez sin la violencia que los prejuicios y mandatos sociales alrededor de género, entre otros, les han sido impuestos.  Cuestionarlos se convierte en un nuevo y refrescante mandato.
 
 
María Amelia Viteri, Ph.D.
Profesora/Investigadora Senior
Departamento de Antropología, Universidad San Francisco de Quito
Investigadora Asociada, Universidad de Maryland
 
 

Más leídas
 
Lo más reciente