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Cuando el amor no es suficiente

lunes, 9 diciembre 2019 - 10:32
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*contiene spoilers*
 
Hay una escena en Marriage Story -el último filme de Noah Baumbach- que la resume en su esencia: precisa y directa, como un golpe seco en el estómago. 
 
Nicole (Scarlet Johanson) y Charlie (Adam Driver) están cerrando una gran puerta de madera. Pesada, con bordes metálicos, de esas de las que están hechos los garajes. La corren con fuerza los dos a la vez y llegan al final del tramo sin soltar la mirada ni la respiración: están agarrados de los ojos del otro, ahogados, angustiados. Y la puerta se cierra. La cierran. Y se siente como si una cuchilla hubiera cortado algo puro e incorrompible. Algo que era y ya no es. 
 
Podríamos decir que la puerta es la metáfora de este matrimonio fallido que -pese al amor- se descascara y que Baumbach nos lo muestra con toda la ironía, el dolor y la realidad con la que suele retratar la juventud, los anhelos, las vivencias, la llegada a la adultez, los desencuentros y las crisis existenciales en su particular lenguaje cinematográfico. 
 
"Marriage Story" obtuvo seis nominaciones a los Globos de Oro, en las categorías mejor actriz, mejor actriz de reparto, mejor actor y mejor guión. Aspira también a mejor filme dramático. Este lunes se posicionó como la película con mayor cantidad de nominaciones a estos premios, que suelen ser un termómetro para la entrega posterior de los Premios Oscar. 
 
El filme cuenta el divorcio de Charlie y Nicole, en el que hay desilusión, tristeza, pero también una bondad extraña y una dulzura casi inocente: aquí nadie quiere herir, pero la vida es un cuchillo que corta por ambos lados. Esta bondad nos la deja ver el director en las primeras escenas, cuando él habla de ella y ella habla de él, en textos que deben leerle al mediador de su separación y que finalmente ella se niega a hacer. Es difícil entender que dos personas que dicen tantas cosas nobles del otro insistan en separarse, pero Nicole está cansada. Es un satélite, orbitando alrededor de la vida de Charlie. 
 
Nicole, actriz de teatro de la compañía que Charlie fundó al llegar a vivir a New York, quiere ser su propio planeta, quiere deseos que sean escuchados, anhelos que sean cumplidos, llevar el cabello como le agrade, largo, corto, que las luces le apunten a ella, dejar de ser un apéndice, una sombra, vivir en la ciudad que quiere. Ser, por cuenta propia. 
 
Charlie, seguro de su lugar en el mundo y regocijado en su éxito profesional, al parecer jamás supo medir con exactitud las frustraciones de su esposa. Evadió. Fue egoísta. Pensó que hacer esto de esta manera era hacerlo lo mejor posible. No es un mal tipo. No hay culpas y no hay malos, talvez solo los perros feroces de los abogados que los empujan a enfrentarse. Aquí solo hay algo roto, moribundo y es ese matrimonio: un enfermo al que habían mantenido con respirador artificial, sostenido por la terquedad y también por una especie de esperanza absurda.
 
Quizá ninguno de los dos supo cuánta alma y cuánta piel debían estar dispuestos a dejar en esa relación para que funcione. ¿Cuándo nos damos cuenta de que para subsistir, amarse no es suficiente? ¿Cuándo aceptamos que la realidad -aburrida, mundana, pesada- es un tsunami devastador capaz de hacer tambalear todo nuestro mundo? ¿Cuándo estamos listos para pelear con estas verdades?
 
Ambos están heridos. A ratos, demasiado como para seguir. Se rinden en el suelo, en lágrimas, en la Corte, aceptando tratos que realmente no desean, frente a los amigos, cantando una canción... 
 
“Somebody crowd me with love,
somebody force me to care
somebody make me come through,
I'll always be there,
Frightened as you to help us survive.
Being alive, being alive, being alive, being alive” 
 
Casi al final, Charlie canta esta canción de Stephen Sondheim -del musical Company puesto en escena en 1970- en un bar con sus colegas, embarrado de tristeza y de derrota. Una derrota que se hace más evidente cuando va a visitar al pequeño Henry por Halloween, casi un año después de que todo comenzara. Nicole, su hijo, la nueva pareja de su ahora exesposa y su exsuegra se disfrazan de The Beatles en la etapa de Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band. Charlie no tiene disfraz y se las arregla con una sábana blanca… Es un fantasma que los acompaña, literal y metafóricamente. 
 
Al dejar a Henry en brazos de Charlie, Nicole -que hasta hace poco le cortaba el pelo, en el más dulce y evidente gesto de cuidar de alguien- retrocede algunos pasos para atarle los cordones de sus zapatos y se despiden con una sonrisa melancólica. 
 
Esta película -triste, tristísima- es una bofetada que nos hace mirar las múlitples aristas de las relaciones. Nos muestra la fragilidad, pero también la fortaleza. Pese a todo, Baumbach nos deja ver que algunos vínculos no se rompen tan fácilmente y que talvez esas personas que estuvieron dispuestas a abrazarnos muy fuerte alguna vez, quieran seguirlo haciendo... aunque sea un ratito más. 

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