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#NoMásImpuestos

viernes, 2 agosto 2019 - 12:07
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    Durante el correato vivimos un promedio de tres  reformas tributarias por  año con el objetivo de  financiar una costosa farra. Las recaudaciones tributarias, incluyendo  contribuciones a la seguridad social,  subieron aceleradamente consumiendo en 2018 el equivalente a una  cuarta parte de la economía (hasta 2017 representaban una quinta  parte). Una década más tarde, nos  dicen que al gobierno no le alcanza  la plata. Es hora que entendamos  que aumentar impuestos destruye  bienestar y hace daño a la economía.
     
    El mayor engaño de nuestro  tiempo es pensar que el gasto público tiene un efecto “multiplicador”  que mágicamente permite generar  bienestar. Esta creencia supone  erróneamente que el consumo es  el que impulsa a la economía. Que  para que la economía prospere solo  se requiere que el Estado eleve su  gasto, aumentando la demanda del  resto de productos. Sin embargo, la  realidad es más compleja.
     
    Para que el Estado consuma, primero debe quitar recursos, vía impuestos, a quienes generan riqueza  en la sociedad: los emprendedores.  El gasto público adicional reduce  el ingreso disponible de los ciudadanos, y por ende, baja su nivel de  inversión y consumo. Este sacrificio  realizado por los ciudadanos no será  compensado por el aumento en el  gasto público.
     
    El gasto público adolece de un  síndrome de ineficiencia crónica.  Al no poseer la guía de las utilidades/pérdidas, los políticos deciden  qué obras hacer bajo criterios no  económicos. Es decir, ignorando los  deseos más urgentes de los ciudadanos y los usos más eficientes de  los recursos escasos. Es así que, problemas tan simples como la capacidad instalada en una refinería no  pueden ser resueltos satisfactoriamente. El resultado es el despilfarro  en instalaciones subutilizadas, por  ejemplo: en el complejo gasífero de  Monteverde, refinería del Pacífico,  planta de licuefacción de Bajo Alto,  hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, y  un largo etcétera.
     
    Al aumentar los impuestos para  incrementar su gasto, el gobierno  reduce el ahorro de los ciudadanos y  limita su inversión. Menos inversión  restringe la capacidad de expandir la  producción. Contrario al argumento  de los promotores del estatismo,  no es el consumo el que impulsa la  economía, sino el círculo virtuoso de  ahorro e inversión productiva. Solo  cuando existe ahorro, mediante el  sistema financiero este puede convertirse en inversión, ampliando la  capacidad de producción. Aumentar  la producción implica contratar más  servicios y personal lo que, a su vez,  impulsa el consumo.
     
    No hay atajos al paraíso. Para  generar una sociedad de bienestar  debemos impulsar el ahorro y la  inversión productiva. Superemos  la creencia de que el gasto público  produce un mágico efecto “multiplicador”. La realidad es que a los  políticos gastadores nunca les alcanzará el dinero. Si no limitamos  el tamaño del Estado y su gasto desbocado, ¡terminarán comiéndonos  a impuestos! 

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