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¿El correísmo se acuerda de Guadalupe Llori?

jueves, 19 diciembre 2019 - 01:45
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    El 8 de diciembre de 2008  Rafael Correa presidía el  Ecuador y seis días antes, el  paro petrolero en Dayuma  (Orellana) se había zanjado con un  estado de emergencia y la detención  de 23 personas, entre ellas la prefecta Guadalupe Llori. 
     
    Ese día, varios militares y policías allanaron su domicilio para  aprehenderla y llevarla a Quito. Luego de nueve meses y 15 días en prisión, la ‘Mama Lucha criolla’ –así la  insultó Correa, con toda la fuerza de  su omnímodo poder, según recoge  diario El Universo– recuperó la libertad al ser absuelta de los cargos de  terrorismo, sabotaje y peculado.
     
    El primer fallo de la Corte de  Nueva Loja, de enero de 2008 que  ordenaba su libertad, y la amnistía  otorgada a su favor por la Asamblea  de Montecristi no dieron resultado,  pues a Llori le abrieron dos procesos más, luego de que la Contraloría  examinara algunos contratos viales.
     
    Tres de los cinco consejeros de  Orellana la destituyeron el 7 de marzo; Llori perdió el cargo de prefecta.
     
    Por las condiciones en la que se  dio su detención, por la forma en la  que el gobierno de entonces manejó  el caso, por el maltrato y asedio que  supuestamente sufrió en la cárcel y porque no hubo recurso legal interpuesto que garantizara los derechos  judiciales de la detenida, organizaciones como Human Rights Watch  enviaron sendas comunicaciones  al entonces presidente Correa para  que velase por la integridad de Llori. La obligaban a lavar ollas y fregar pisos para amedrentarla, sin  olvidar las requisas y los forcejeos  en su celda. Carondelet desestimó  cualquier ensañamiento en la cárcel, negando que se tratara de una  “prisionera de conciencia”.
     
    Este relato demuestra cómo estamos condenados a repetir la historia una y otra vez sin que nada  nos haga reflexionar o peor madurar  como democracia. Quizás entre Llori y la actual prefecta de Pichincha,  Paola Pabón, haya demasiados hechos en común: un paro, el estado  de emergencia, el allanamiento a  su vivienda, un enfrentamiento  político con el presidente, dudas  y/o evidencias de conspiración, la  cárcel, el riesgo de su destitución  y las alertas de organismos como  HRW o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre un  debido proceso, justo e imparcial.
     
    Pero lo triste sería constatar  que la opinión pública mide con  diferente rasero a las dos prefectas. Que se haya escandalizado por  los abusos contra Llori y que ahora  exista indiferencia por lo que sucede con Pabón, más aún, cuando  el gobierno morenista, como ocurrió con el correísta en 2008, dribla  cualquier observación internacional llenándola de matices.
     
    Si Ecuador quiere construir una  sociedad decente, debe abandonar  el cinismo como moneda de curso. El correísmo, simplemente, no  tiene cara para reclamar por los  derechos de su prefecta, de Virgilio  Hernández o de Christian González, porque violó los de Llori, de los  periodistas y veedores de El Gran  Hermano, de Cléver Jiménez y Fernando Villavicencio, de los dueños  de El Universo y porque se burló de  las lágrimas de la hija del coronel  César Carrión, a las que Alexis Mera  calificó de “teatro político”.
     
    Cuando este país inaugure la  decencia, declaraciones como las  de Marcela Aguiñaga, admitiendo  que para ellos el poder era eterno, no tendrán más asidero que la  condena pública. Pero no, quieren  volver por más…  

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