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Aborto, política y aritmética

jueves, 26 septiembre 2019 - 03:40
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    Dejemos por un momento el análisis binario y la inevitable toma de una postura a favor o en contra de la despenalización del aborto por violación, incesto, inseminación no consentida o malformación del feto incompatible con la vida, y centrémonos en las lecciones que la sesión legislativa del 17 de septiembre deja para la historia.
     
    La primera de ellas es el machismo como ejercicio de la política. De los 59 asambleístas que votaron en contra de este cambio, el 71 por ciento fueron hombres; es decir, 42 parlamentarios. Esta cifra demuestra una evidente desproporción, pues en la composición general de la Asamblea, el 60 por ciento de sus integrantes son hombres y el 40 por ciento, mujeres. 
     
    ¿Por qué en la votación de un tema donde se expresaba una de las aspiraciones más importantes de la lucha de género, fueron los hombres los que más se opusieron?
     
    La pregunta cobra mayor interés si se advierte que dentro del grupo que estuvo a favor de la figura de despenalización, los votos masculinos y femeninos fueron equilibrados (34-31). Hubiese habido un empate si María Mercedes Cuesta y Jeannine Cruz iban y votaban según las consignas que dijeron defender en tantos años. Y si se sigue la hipótesis de que las seis abstenciones, en este caso, fueron consecuencia de alguna presión política, cuatro mujeres (67%) la sintieron en mayor medida.
     
    Mirar estos números desde la perspectiva del machismo es pertinente, porque es el cuerpo de la mujer y no el del hombre, el que está sometido al trauma de la violencia sexual, al silencio de sus familias y a la tortura –así lo advierte la ONU- que significa un embarazo producto de una violación por un delincuente, un padre, un abuelo o un tío degenerado. Pero fueron más los hombres parlamentarios los que se pronunciaron en contra de esta legislación que para el 56 por ciento de sus colegas mujeres significaba la reivindicación del derecho a decidir sobre sus cuerpos.
     
    La política en el Ecuador es patriarcal. En 2013, el entonces presidente Correa endureció su posición, condicionando el comportamiento de sus 100 legisladores (hombres y mujeres). La despenalización del aborto por violación no entró en el COIP y Soledad Buendía, Gina Godoy y Paola Pabón fueron sancionadas por su organización. Seis años después, cuando Correa toma distancia sobre el tema, casi todo su bloque se orientó a favor de la reforma. 
     
    Lasso, en esta legislatura, reivindicó la visión ‘provida’ y casi toda su bancada se opuso a la despenalización. El presidente Lenín Moreno y Jaime Nebot fueron más prudentes, por lo que Alianza PAIS y el PSC se dividieron. La votación de los legisladores indígenas, en contra, merece una lectura adicional, pues evidencia que en las organizaciones que se asumen como de izquierda, aún pesan las miradas más conservadoras.
     
    La lección final de esta jornada es que la Asamblea no es el centro del pluralismo ni del debate constructivo. La discusión sobre el aborto ha durado más de seis años y lo único que se ha visto es un alarde de dogmas, prejuicios y revanchas, de lado y lado, donde las únicas que pierden son las seis niñas que cada día -2.190 al año- se convierten en madres en el Ecuador. 

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