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Un pacto por el empleo

jueves, 9 abril 2020 - 05:08
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    Por: Carlos Rojas Araujo
     
    Anticipando el grave daño que la  pandemia del Covid-19 ocasionará en Bogotá, la recién posesionada alcaldesa Claudia López dijo que  era el momento de hablar con urgencia  y sin dilaciones sobre un nuevo contrato  social para la capital colombiana.
     
    Clara, contundente, realista y reflexiva, como muy pocos personajes políticos en Ecuador… López está segura  de que a la emergencia sanitaria le seguirá una dura depresión económica que no  será resuelta, únicamente, con bonos de  asistencia a los estratos más pobres. Su  angustia es por los 1,5 millones de hogares bogotanos (más de seis millones de  personas) que componen la clase media:  motor de la economía, el consumo local,  el emprendimiento y la estabilidad política en cualquier latitud. Para esta enorme porción del pastel sociodemográfico,  la Alcaldesa pide acciones concertadas y  disruptivas al Gobierno colombiano, a  empresarios, al sector financiero y a las  élites dirigenciales.
     
    Quienes discuten la política desde  la visión de los estadistas saben que no  hay mejor programa social que la generación de empleos estables y de calidad.  El contrato al que apela Bogotá parte  por mantener viva su fuerza laboral  como el incentivo de producción más  importante de los próximos años.
     
    A medida que Ecuador despertaba de sus años de bonanza ficticia,  por el petróleo caro al que el Estado  no le dio valor agregado -ni si quiera  se interesó por aumentar su producción- y el feroz endeudamiento para  alargar la borrachera, los indicadores  del empleo anticipaban una tragedia.
     
    Desde 2014, en el país se destruyen sistemáticamente unos cien mil  empleos formales cada año. Y las escasas plazas que se generan en uno u  otro pico de leve prosperidad, ni de  lejos, acogen a los 150 mil profesionales que cada año gradúa la universidad ecuatoriana.
     
    Si acotamos además que en 2016,  año del terremoto, se perdieron  244.000 empleos, ¿qué esperamos de  este 2020, con una paralización nacional de al menos dos meses? 
     
    ¿Medio millón de empleos pulverizados? ¿Una desazón general devenida en violencia, caos y frustración?  ¿La generación más preparada de la  historia dispuesta a emigrar a países  también enfermos y en recesión?
     
    El empobrecimiento no puede ser  una preocupación exclusiva del Gobierno ni el tema favorito de la próxima campaña electoral. Debe marcar  la agenda nacional; de lo que hablen  con pragmatismo, sinceridad y buena fe empresarios, dirigentes sociales, académicos, sindicalistas, políticos, estudiantes e indígenas.
     
    Las estrategias macro fiscales para evitar que el país se vaya a la quiebra deben tener en cuenta esta prioridad, apoyando a las compañías con  políticas claras que permitan su liquidez y subsistencia. Y los sectores sociales con amplia capacidad de  movilización, proponer nuevos marcos regulatorios que permitan a más  personas acceder a un salario seguro.
     
    La cuarentena es un sacrificio de  vida, el aporte para evitar que el contagio colapse a la Salud pública y al  Estado. Pero habrá que salir de ella  con algo de esperanza, frente a un  mundo que cambió para siempre.
     
    Si nuestras élites no están listas,  como plantea la Alcaldesa de Bogotá,  para hablar de un nuevo contrato social, al menos procuremos un pacto  por el empleo. 

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