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Corruptos y corruptores

jueves, 4 julio 2019 - 12:52
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    Ya habrá tiempo para  que la historia nos relate cómo un esquema de  delincuencia organizada,  entre empresarios, tecnócratas y gobernantes corruptos, asestó un golpe demoledor a las democracias de  América Latina.
     
    Durante años, los sectores liberales de la región hablaron de  las bondades de una integración  más técnica que política, basada  en la cooperación internacional y  financiera, como la herramienta  ideal para el desarrollo. Mientras  que los progresistas (donde se incluye, por supuesto, al socialismo  autoritario) alentaban la construcción de estados todopoderosos que  prometían tutelar a los más pobres  como única receta contra las corporaciones oligárquicas.
     
    El continente pasó una década  discutiendo sobre ideologías, pero  a sus espaldas hubo empresarios,  tecnócratas y gobernantes que hicieron los negocios de sus vidas. Todo  confluyó en una perversa mezcla de  capitales, leguleyadas y poder que  recién se comienza a dimensionar.
     
    Hace 40 años, el desastre latinoamericano se resumía, con evidente  exageración, en una sola sigla, la  CIA. Desde ese concepto se inspiraron fuerzas sociales, políticos y  constituciones que ni bien llegaron  a gobernar, montaron sus esquemas  de corrupción, escudados en una  justicia lenta y poco fiable.
     
    ¿Qué palabra puede sintetizar  hoy la decepción por ese desastre  regional? Quizás las más adecuada  sea Odebrecht, así sus ejecutivos  quieran lavarse la cara, cambiando  su identidad corporativa por las  siglas OEC y alardeando nuevos  códigos éticos, cuando la prensa  ha denunciado, días atrás, que ni  siquiera en su cooperación eficaz  con la justicia de diferentes países  han dicho toda la verdad.
     
    Esa verdad, de constatarse, es  dolorosa no solo por los cientos de  millones de dólares que se sobornaron, sino por el sistema de corrupción establecido más allá de las  oficinas de varios gobernantes inescrupulosos y sus testaferros. 
     
    Resulta patético y dramático  escuchar a los exalcaldes capitalinos, Augusto Barrera y Mauricio  Rodas, cuando defienden la transparencia de las obras y los contratos que impulsaron con Odebrecht  por el hecho de que la Ruta Viva y  el Metro contaron con el aval y el  financiamiento de los organismos  multilaterales.
     
    Si es que estas entidades y su  staff de tecnócratas fueron cómplices, por participación u omisión, el  daño a la reputación de lo público  será irreparable. Para países como  Ecuador, carente de instituciones  confiables en todo aspecto, siempre  fue positivo contar con su apoyo.  De esta manera, se entendía que  una obra pública, por ellos financiada, era necesaria; además, su  presencia constituía un repelente  eficaz para corruptelas económicas  y demagogia política.
     
    Ahora que el dedo apunta a todas partes, queda claro que la confianza de una sociedad sobre sus  gobiernos, los contratistas privados  y las entidades financieras, del rango  que sean, puede diluirse en poco  tiempo. Habrá que exigir, entonces,  que en la próxima campaña electoral los políticos no ofrezcan obras  e inaugurar así una nueva etapa de  subdesarrollo.

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