Caudillos

Patricia Estupiñán

La cultura política latinoamericana es el principal obstáculo para su desarrollo. Nacida del caudillismo, ese culto a líderes militares que después de la independencia se convirtieron en gobernantes, ha permanecido enraizada en la región cambiando únicamente el ropaje, pero no las formas de ejercer el poder. De dictaduras militares de los años 80 y la abolición de las elecciones, en las siguientes décadas se volvió común en varios presidentes elegidos por el voto popular manipular las instituciones para permitir las reelecciones. En algunos países como el nuestro se ha llegado al extremo de pensar que “reelegirse es un derecho humano” y en otros como en el caso de Bolivia hacerlo a pesar de referendos populares que consideraban lo contrario.

En el fondo, está ese deseo inconfesable de no dejar el poder, y si las circunstancias son contrarias, por lo menos extender sus mandatos a través de delfines, título dado al príncipe heredero del trono de Francia entre los siglos XIV y XIX. Claro está, que a veces, los delfines tienen voluntad propia: Juan Manuel Santos, Lenín Moreno y Luis Arce son tres ejemplos. Santos rompió con Uribe en pocos meses, al igual que Moreno se desmarcó de Rafael Correa y Luis Arce acabade hacerlo. A todos ellos sus antecesores los han bautizado como traidores.

En otros casos, los sucesores han sido atados con grilletes de oro, haciéndoles saber que deben su victoria a su mentor y obligándoles a cumplir sus designios. Cristina Fernández le hizo muy difícil gobernar a Alberto Fernández, al extremo que ni siquiera optó por un segundo mandato, aunque ella igualmente terminó por excluirse.

Esta práctica malsana corroe los cimientos de la democracia y coarta la aparición de nuevos liderazgos. Además, deja a estos caudillos de origen democrático, pero de talante autocrático, casi dictatorial, como actores permanentes del debate nacional. La región avanzaría si ellos fueran jubilados de una vez por todas, como sucede en las verdaderas democracias y dejaran de ser el centro de la política.