La delincuencia nos ha visto los ojos
2020/11/1301:04H.
POR ALEGRÍA CRESPO CORDOVEZ
Corro en la playa sintiendo libertad, corro sintiendo la brisa marina desde Same, provincia de Esmeraldas en Ecuador hasta Tonchigüe. Es mi kilómetro 7 y voy a buen ritmo. Una mariposa amarilla me acompaña y sonrío pensando que debe ser presagio de esa buena suerte que tanto la necesito. Mis audífonos a todo volumen con música. Veo mi destino a un kilómetro aún y de repente: siento un jalón intempestivo en mi brazo derecho. Regreso a ver desconcertada y me encuentro con un hombre asustado con un cuchillo de 50 centímetros diciéndome “te voy a matar, dame todo”.
Entra en mí un pánico tan inmenso que logra disfrazarse de tranquilidad y le digo “no me mates, soy mamá, tranquilo”. Me arrancha mi reloj mientras jala mi top y lastima el pecho en un forcejeo brutal. El cuchillo muy cerca a mis costillas. “Mis hijos, Dios”, solo pienso eso. Regreso a ver de reojo y no hay un alma, nadie me puede escuchar, nadie. La muerte frente a mí, así que le digo “tranquilo, vamos yo te doy dinero, mira tengo 20 dólares”. Los agarra, sale corriendo y siento un grito ahogado en mi ser. Con el pecho aruñado, corro muy rápido de regreso a casa. Los vecinos me ven desde la playa, me untan alcohol y me dan agua. Me meto al mar con mi ropa de deportes y entre lágrimas rezo el Padre Nuestro. Puedo contar esta historia y eso es motivo suficiente de gratitud eterna.
Mi país… La inseguridad nos ha mermado, el hambre es protagonista. Hay un 25 por ciento de desnutrición infantil crónica y alguien que tiene a sus hijos con hambre es capaz de matar. Pero yo no quiero morir en manos de un delincuente y tampoco vivir con miedo. Me solidarizo con cada persona que ha pasado un momento similar y por eso debemos poner un alto.
Que los planes de gobierno dejen de ser pomposos y vayan a lo básico: la seguridad, la salud y la educación. Como lo dijo Pitágoras: “Educa a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Es algo que nos urge y en lo que no se puede perder más tiempo.
Sobre esas bases hablaremos del resto. Escribo esta columna con marcas en mis brazos y en mi pecho, con lágrimas a punto de brotarme al sentirme ultrajada, y por eso debo dejar esto plasmado en blanco y negro. Por mí, por ti, por nosotros y nuestros hijos.
Que el Ecuador vuelva a tener lo básico: paz… De ahí, después de eso señores, lo demás.