La delincuencia nos ha visto los ojos

Alegría Crespo

POR ALEGRÍA CRESPO CORDOVEZ
 
Corro en la playa sintiendo libertad, corro sintiendo la brisa marina desde Same, provincia de Esmeraldas en Ecuador hasta Tonchigüe. Es mi kilómetro 7 y voy a buen ritmo. Una mariposa amarilla me acompaña y sonrío pensando que debe ser presagio de esa buena suerte que tanto la necesito. Mis audífonos a todo volumen con música. Veo mi destino a un kilómetro aún y de repente: siento un jalón intempestivo en mi brazo derecho. Regreso a ver desconcertada y me encuentro con un hombre asustado con un cuchillo de 50 centímetros diciéndome “te voy a matar, dame todo”.
 
Entra en mí un pánico tan inmenso que logra disfrazarse de tranquilidad y le digo “no me mates, soy mamá, tranquilo”. Me arrancha mi reloj mientras jala mi top y lastima el pecho en un forcejeo brutal. El cuchillo muy cerca a mis costillas. “Mis hijos, Dios”, solo pienso eso. Regreso a ver de reojo y no hay un alma, nadie me puede escuchar, nadie. La muerte frente a mí, así que le digo “tranquilo, vamos yo te doy dinero, mira tengo 20 dólares”. Los agarra, sale corriendo y siento un grito ahogado en mi ser. Con el pecho aruñado, corro muy rápido de regreso a casa. Los vecinos me ven desde la playa, me untan alcohol y me dan agua. Me meto al mar con mi ropa de deportes y entre lágrimas rezo el Padre Nuestro. Puedo contar esta historia y eso es motivo suficiente de gratitud eterna.
 
Mi país… La inseguridad nos ha mermado, el hambre es protagonista. Hay un 25 por ciento de desnutrición infantil crónica y alguien que tiene a sus hijos con hambre es capaz de matar. Pero yo no quiero morir en manos de un delincuente y tampoco vivir con miedo. Me solidarizo con cada persona que ha pasado un momento similar y por eso debemos poner un alto.
 
Que los planes de gobierno dejen de ser pomposos y vayan a lo básico: la seguridad, la salud y la educación. Como lo dijo Pitágoras: “Educa a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Es algo que nos urge y en lo que no se puede perder más tiempo.
 
Sobre esas bases hablaremos del resto. Escribo esta columna con marcas en mis brazos y en mi pecho, con lágrimas a punto de brotarme al sentirme ultrajada, y por eso debo dejar esto plasmado en blanco y negro. Por mí, por ti, por nosotros y nuestros hijos.
 
Que el Ecuador vuelva a tener lo básico: paz… De ahí, después de eso señores, lo demás.