El poder absoluto corrompe

Alberto Acosta-Burneo

Nuevamente Ecuador se encuentra frente al desafío del ajuste económico. No se trata de una imposición arbitraria del FMI, sino de la consecuencia inevitable de los excesos de la bonanza cuando el gasto público pasó del 28,9 por ciento del PIB en 2007 a 43,7 por ciento en 2013. Es lamentable que hayamos tropezado dos veces con la misma piedra, y que repitamos la historia de los años 70 cuando la bonanza terminó en varias décadas de dolorosos ajustes económicos. El origen de los problemas no es la capacidad/honestidad (o su ausencia) de los administradores públicos, sino el rol que le estamos otorgando al Estado. Expliquemos.
 
El Estado es el único en la sociedad que tiene el monopolio de la coerción. Esto significa que puede obligar a los individuos a tomar una conducta que nunca escogerían libremente. La coerción es censurable porque impide a los individuos usar la totalidad de sus capacidades y, consecuentemente, hacer su mayor contribución a la sociedad.
 
Las sociedades que buscan más Estado tienen que estar dispuestas a aceptar mayor grado de coerción, es decir, a ceder más libertad al Estado. Mayor grado de coerción requiere de un Estado de mayor tamaño para sostener su poder. Pronto aparecen excesos o perversiones del Estado. Veamos algunos ejemplos:
 
Estado que busca limitar la competencia protegiendo a los productores ineficientes frente a productores más eficientes. Esa es la esencia de la sustitución de importaciones.
 
Estado generador de prácticas anticompetitivas aprovechando de su poder coercitivo, fija las reglas del juego tendiendo a la creación de monopolios públicos y privados.
 
Empresas públicas que juegan en cancha inclinada a su favor en donde abundan: el desorden, las malas decisiones de inversión, sobreprecios e información financiera incompleta. Estas empresas públicas empobrecen a la sociedad y bajan su estándar de vida porque distorsionan los mercados al ser las únicas que pueden darse el lujo de tomar decisiones antieconómicas y, a pesar de ello, mantenerse en mercado.
 
Estado paternalista que piensa que su rol es proteger a los individuos de sí mismos y de sus malas decisiones. De este modo invade la esfera privada al aplicar coerción en la moral y las costumbres (por ejemplo al impedir los casinos o el consumo de comida chatarra, cigarrillo o licor).
 
Estado gran hermano que desea conocer lo que hacen los individuos en su vida privada. Justifica espiar a los individuos asegurando que así se está protegiendo el bien común o a la sociedad.
 
Estado Robin Hood que, a través de la coerción para el cobro de impuestos, decide arbitrariamente a quién quitar recursos y a quién entregarlos.
 
¿Cómo solucionar el dilema entre Estado y libertad? Para defender la libertad, debemos sustituir las facultades “cuasi divinas” del Estado por nuevas responsabilidades: protección de los derechos individuales a la vida, a la libertad y a la propiedad. La única vía para lograrlo es restringiendo el poder del Estado a través de una nueva Constitución y de normas que creen pesos y contrapesos. No olvidemos que: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.