Investigación busca rescatar la importancia de la vainilla y canela amazónica en Ecuador

La Universidad Católica de Cuenca impulsa un proyecto que combina conocimiento ancestral, biotecnología y cooperación internacional para rescatar especias y convertirlas en oportunidades productivas sostenibles para las comunidades shuar.

Una persona sostiene una planta de vainilla.
Jorge Cavagnaro

En el corazón verde de Morona Santiago, un grupo de investigadores trabaja junto a comunidades shuar para devolver protagonismo a dos tesoros del bosque: la vainilla y la canela amazónica.

Lo hacen desde los laboratorios de la Universidad Católica de Cuenca, sede Macas, donde la ciencia se une al saber ancestral para demostrar que la Amazonia puede producir con identidad y sin dañar su entorno. “Intentamos mejorar las capacidades locales para competir con el resto del país”, explica Hernán Yumbla, docente y director de la carrera de Agronomía.

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Desde esta provincia, históricamente rezagada en el ámbito agronómico, el equipo promueve sistemas agroecológicos y alternativas de cultivo propias de la región, con el respaldo de la Cooperación Alemana GIZ, que impulsa el programa BioValor.

En la búsqueda de alternativas de producción con identidad amazónica, y que tengan también valor económico, surgió un producto ancestral: la vainilla amazónica, también conocida como sekut. “Se la usaba más que como alimento, por su olor; lo llevaban las mujeres en sus prendas para aromatizar”.

Hoy, ese aroma del pasado es el punto de partida de una investigación científica. “La reproducimos con biotecnología, con sus semillas (microsemillas) porque no son viables de forma natural”, explica.

El profesor Hernán Yumbla, en la sede de la U. Católica de Cuenca, en Macas. Él es quien lidera el desarrollo del proyecto.

Con técnicas de micropropagación y el uso de hongos micorrízicos, los científicos multiplican las plantas de manera sostenible. “Puede llegar a ser incluso mejor que la planifolia (tipo de vainilla comercial). La amazónica se produce todo el año y tiene un contenido de vainillina casi parecido a la planifolia, que se produce dos veces al año”.

El proyecto también se expande hacia otro símbolo amazónico: ishpingo o canela amazónica. “No es la misma que la del mercado, incluso son de familias diferentes”, sostiene Yumbla.

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Las investigaciones revelan que esta especie puede cosecharse desde los seis años -y no a los 10 o 12 como se creía- sin perder calidad. “Encontramos también que en Morona Santiago hay dos ecotipos de ishpingo: uno con mayor cantidad de cinamaldehído, que le da su aroma característico a canela; y el otro con mayor cantidad de Caryophyllene oxide, entre otros componentes, que le da características antimicrobianas o anti sépticas. Estos hallazgos abren un abanico de posibilidades de investigación y a futuro una mayor y mejor oportunidad de aprovechamiento de esta especie”.

La comunidad shuar de Tsapau, en el cantón Sevilla Don Bosco, es la principal aliada. “Ellos están encargados en toda la cadena de valor, desde la colecta hasta la siembra y cosecha”, comenta Yumbla. “Nos ayudan con sus conocimientos y materiales de campo, y apoyamos con los resultados de la investigación”. Así, la relación entre universidad y comunidad fortalece la producción y el conocimiento local.

Más allá de los cultivos, insiste en la necesidad de inspirar a nuevas generaciones. “La agricultura ya no es pico y pala; ahora hay mucha tecnología. Necesitamos jóvenes que se involucren, porque de aquí a 10 años no tendremos nuevos investigadores agrícolas”.

Desde los suelos fértiles de la Amazonia, la vainilla y la canela dejan de ser solo aromas para convertirse en la prueba de que la ciencia, cuando se mezcla con la memoria ancestral, puede sembrar futuro.