¿Somos criaturas de hábitos o podemos cambiar?

Los expertos recomiendan cultivar los buenos hábitos
Luis Medina

El camino hacia crear o cambiar un hábito puede ser largo y frustrante. ¿Cuántas veces se ha dicho que va a empezar a caminar 45 minutos todos los días, o que comerá más sanamente, solo para darse cuenta días después de que no logró su cometido? Crear nuevas rutinas o costumbres, aunque sean pequeñas o necesarias, es un proceso complejo, que exige perseverancia. ¿Pero, perseverancia por cuánto tiempo? ¿Cuánto lleva crear o deshacerse de un hábito? Diversos estudios desde los años 50 han intentado calcular en promedio el tiempo que lleva crear un nuevo hábito, ubicando los resultados más comunes entre los 21 y 66 días. Sin embargo, investigaciones como la de Phillippa Lally, experta en psicología de la salud de la Universidad de Londres, sostienen que el proceso es más largo: crear un hábito nunca toma menos de 18 días, pero puede requerir hasta 254.

En lo que coinciden todos los análisis sobre el tema es que los hábitos necesitan tiempo. El cirujano estadounidense Maxwell Maltz fue uno de los primeros en llegar a esa conclusión, cuando en los años 50 notó cómo las personas que perdían un miembro o que se realizaban una cirugía estética necesitaban de al menos 21 días para ajustarse a los cambios en sus cuerpos. Esta observación propició un auge en la publicación de libros que proponían recetas mágicas sobre cómo mejorar el estilo de vida cambiando malas costumbres en tres semanas.

No obstante, para muchas personas 21 días no son suficientes. James Clear, experto en psicología del hábito, explica que es importante no esperar cambios drásticos en el comportamiento en un periodo tan corto, porque al no obtener resultados, el individuo puede experimentar frustración y rendirse. Clear agrega que tampoco debe ser considerada una derrota si un día no se cumple con la actividad que se quiere convertir en hábito, dado que se trata de un proceso y el camino no tiene que ser perfecto.


Para dejar hábitos como fumar, especialistas recomiendan
generar ambientes que favorezcan los cambios.

Para cambiar un hábito hay que darse cuenta del peso que tiene en la vida cotidiana. Wendy Wood, especialista en psicología social, recuerda que el 40 por ciento del tiempo no estamos completamente conscientes de lo que hacemos, sino que nos dejamos guiar por nuestros hábitos. Los hábitos, dice, permiten a las personas poner su atención en otras cosas mientras cumplen con tareas rutinarias, dejándose llevar como en piloto automático.

Wood explica que las personas tenemos una mente intencional y una mente habitual. La primera siempre está consciente y la segunda trabaja casi de forma automática. La mente habitual funciona en relación a estímulos predeterminados, promoviendo respuestas del cuerpo que se dan casi sin pensar. Por ejemplo, en un experimento realizado por la experta, se hizo comer canguil fresco y canguil guardado a los participantes. Guiados por la mente intencional, todos prefirieron el primero. Sin embargo, durante la proyección de una película, los que tenían el hábito de comer canguil en el cine, liderados por la mente habitual, no hicieron distinción alguna y comieron la misma cantidad de canguil sin diferenciar sabor ni calidad.

CÓMO CAMBIAR

Es cierto entonces que a veces los hábitos nos dominan. Aun así, es posible cambiarlos. Woods argumenta que para lograrlo hay que generar ambientes que favorezcan los cambios. Recomienda disminuir ciertas costumbres para dar paso a nuevas, con las que se pueden hacer pequeños ajustes. Por ejemplo, si la meta es tener una alimentación más saludable, se puede reorganizar las repisas de la cocina y el orden de los productos que están en el refrigerador, poniendo a la mano las cosas que se consideran más saludables. La especialista dice que escenarios como un cambio de trabajo o una mudanza abren grandes posibilidades para crear nuevos hábitos y dejar otros a un lado.


Los hábitos como la destreza en el aprendizaje de un idioma,
se adquieren mediante un constante proceso de repetición.

Otra de las claves, agrega Woods, es la repetición. La psicóloga explica que siempre hay que recordar que los hábitos no existen independientemente, sino que fueron adquiridos por un constante proceso de repetición. En consecuencia, la paciencia es clave, teniendo en cuenta que dejar un hábito, o forjar uno nuevo, puede ser un proceso de más de 200 días. Si la meta es crear un nuevo hábito, Woods recomienda crear nuevos estímulos que generen la acción que se pretende convertir en un hábito. Por ejemplo, si el objetivo es usar más hilo dental, puede buscar crear una conexión con la acción de lavarse los dientes. De esta forma, cada vez que se lave los dientes sentirá la necesidad habitual de también usar el hilo dental. Lo importante, concluyen los especialistas, es siempre recordar que los hábitos son cuestiones de repetición, constancia y que normalmente el cerebro necesita estímulos para activarlos como lo que son: respuestas casi involuntarias.

INICIAR PRONTO

Entonces, si reconocemos que cambiar un hábito es un proceso complicado y que toma su tiempo, una de las mejores opciones es crear buenos hábitos desde el inicio. Los expertos sugieren promover costumbres sanas desde la infancia y adolescencia. Thomas Plante, profesor de la Universidad de Santa Clara en Estados Unidos, explica que los malos hábitos como el consumo excesivo de alcohol se inician durante el fin de la adolescencia y el inicio de la vida adulta. Plante advierte que este dato es preocupante, ya que un 20 por ciento de los estudiantes estadounidenses consume cinco o más tragos en cada salida, lo cual los pone en riesgo de convertir el consumo de alcohol en un hábito. El académico tiene una preocupación similar en relación a los consumos alimenticios. Explica que una gran parte de los menús para niños tienen comidas como hot-dogs, hamburguesas, pizzas o tacos. Esto crea una preferencia que luego se ve reflejada en el comportamiento de jóvenes universitarios, quienes en situaciones de estrés prefieren comida rápida o eligen estas opciones pese a la existencia de alternativas más sanas. La preferencia de comida chatarra en la infancia, entonces, también puede convertirse en un hábito que luego causará estragos en la vida adulta.