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Dimensión #SELFIE

lunes, 20 octubre 2014 - 07:10
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La palabra está por todas partes. Como hongos brotando cada día alrededor del mundo, los “selfies” han invadido las noticias, la política, el arte… Cobran vida en los monumentos de Europa, en los restaurantes de América, en los rascacielos de Asia, o en donde sea… No solo actores o cantantes se los hacen, sino también líderes mundiales como Barack Obama o el Papa Francisco. Y ciudadanos de a pie, por supuesto. Miles de ellos se los toman a diario. El selfie es un fenómeno de nuestro tiempo, uno en el cual es perfectamente normal entrar al baño de un restaurante aunque sea solo para fotografiarse a través del espejo usando el smartphone y segundos después compartir esa imagen mediante las redes sociales.

Se podría decir que el fenómeno selfie explotó en 2013. El término se lo usaba desde hace varios años en Internet (hay registros desde 2002), pero recién a finales de 2012 empezó a popularizarse masivamente, sugieren los datos de Google Trends, una herramienta de análisis de tendencias de búsquedas en la web. Un año después ya no había vuelta atrás: una investigación conducida por los editores del Diccionario de Oxford reveló que la frecuencia con que se empleaba el término en el idioma inglés había aumentado en un 17.000 por ciento en doce meses. Consecuencia de esta expansión, los editores se vieron obligados a incluir la palabra en sus definiciones.

Selfie. Sustantivo. Informal. Una fotografía que una persona se toma de sí misma, típicamente con un smartphone o una webcam y la sube a una red social”. Pero el selfie es más que eso, mucho más. Hay dimensiones de mayor profundidad en su acepción, las cuales han interesado a sociólogos y psicólogos de todo el mundo: un ensayo de la Universidad de la Ciudad de Nueva York publicado en febrero de 2014 sostiene que algunas de las reacciones académicas al repentino aumento de popularidad y notoriedad del selfie revela en él una multiplicidad de enfoques y posibles significados. Se trata de más que una simple autofoto (como podría traducirse al español la palabra), entonces.

Dimensión social

En las esferas académicas, el selfie ha sido llamado de diferentes formas: “un síntoma del narcisismo conducido por los medios sociales”, “una manera de controlar las imágenes de nosotros que tienen los otros”, e incluso “una nueva forma no solo de representarnos nosotros mismos ante otros, sino de comunicarnos con ellos a tra vés de imágenes”. Asimismo, hay quienes optan por pensarlo como un mecanismo para ganar relevancia social. Mark Leary, profesor de Psicología de la Universidad de Duke, opina que “posteando selfies, la gente puede mantenerse en la mente de los demás”, mediante la transmisión de “una impresión particular de uno mismo”.

Por estas razones, los elementos de las imágenes son relevantes: a través de la ropa, las expresiones, la puesta en escena y el estilo general de la foto —comenta Leary— la persona que postea el selfie puede proyectar una imagen particular de sí mismo, “presumiblemente, pensando que es una que le permitirá ganar recompensas sociales”. Es publicidad, de cierta forma, opina la investigadora Karen Nelson-Field, de la Universidad de Australia del Sur. “Los selfies nos proveen de una oportunidad para ganar reconocimiento, respaldo e interacción de un círculo social. Y esto no difiere de la promoción de una marca”, considera.

Pero a veces esa marca no es precisamente uno mismo, sino una proyección destinada a influir en la imagen que los demás tienen. “Los juicios de los otros ya no son solo sus propias creaciones, ya que el selfie cosifica el ‘yo’, influencia el pensamiento de los demás”, considera Robert Arkin, profesor de psicología en la Universidad del Estado de Ohio. Este académico agrega que, dado que el selfie es una creación, también proporciona una negación plausible: “No soy yo, sino un ‘yo’ que creé para ti”.

Dimensión afectiva

En abril de este año se difundió por Internet la supuesta noticia de que la Asociación Americana de Psicología había clasificado a la obsesión por tomarse selfies como un desorden mental. Y aunque la información era falsa, los retratos de este tipo sí son capaces de causar problemas. En Reino Unido, por ejemplo, se popularizó la historia de Danny Bowman, un adolescente de 19 años que intentó suicidarse porque no lograba sacarse “el selfie perfecto”. La prensa internacional publicó que el joven pasaba hasta diez horas al día tomándose fotos de sí mismo con su iPhone y eventualmente, tras no conseguir la imagen que deseaba, ingirió una sobredosis de pastillas. Lo rescataron en el hospital, donde además recibió tratamiento psicológico.

Bowman padecía de una condición que, según declaraciones de su equipo médico recogidas por el rotativo inglés Daily Mirror, se ha vuelto más recurrente entre los jóvenes con el auge de los celulares con cámaras integradas: el Trastorno Dismórfico Corporal. Este desorden psicológico se caracteriza por una preocupación persistente e intrusiva por un leve o imaginario defecto en la apariencia personal, indica la Asociación Americana para la Depresión y la Ansiedad. Los síntomas de este trastorno, mezclados con la capacidad de tomarse cientos de fotos y subirlas a la web, precipitaron al adolescente a una depresión agravada por los comentarios que recibía a través de redes como Facebook. “Me decían que mi cuerpo no estaba en forma correcta para ser modelo y que mi piel no estaba a la altura”, explicó Bowman al Mirror.

La autoestima puede resultar afectada cuando el selfie no resulta como esperaba su autor. Karen Nelson-Field señala que en este aspecto las autofotos también se asemejan a la publicidad: “El problema es que, como la mayoría de publicidad barata y hecha con prisa, el selfie puede ser contraproducente y hacer a la marca (la persona) menos deseable”. El desafío, completa Elizabeth Kesses, autora juvenil especializada en temas de autoestima, es redefinir el selfie de una “expresión narcisista de una auto-obsesión” hacia algo más positivo: una foto despreocupada, tomada por diversión. Una foto sin poses ni artificios. 

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