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La estrella que volvió a brillar

martes, 11 junio 2019 - 09:19
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A pocos minutos para terminar el partido entre Zaragoza y Real Madrid, el entrenador mexicano Javier Aguirre le pidió a un adolescente de 16 años que ingresara a la cancha. Para los hinchas del Zaragoza era irrelevante porque perdían 5 a 0 en casa, pero para el ecuatoriano Joel Valencia su vida se resumía en ese momento.
 
Eran mediados de agosto cuando él debutó en la Liga española. Y lo hizo porque su carrera, en pocos meses, había dado un giro inesperado: jugó la Copa del Mundo Sub 17 con la Selección del Ecuador y clubes como el Barcelona de España y el Manchester City de Inglaterra le hicieron ofertas que finalmente rechazó. “Creía que en el Zaragoza iba a jugar más”, dice.
 
Eso no sucedió. Poco a poco perdió espacio y empezó a transitar por equipos de poca relevancia. Parecía que la carrera del prometedor mediocampista terminaría como la de muchos talentos del país, que destacan de jóvenes y luego son solo un recuerdo.
 
 
Si bien el tiempo fue duro con Valencia, ocho años después premió su paciencia: hace pocos días ganó la Ekstraklasa, que es el torneo de primera división en Polonia, donde además fue elegido mejor centrocampista de la temporada. “El fútbol cambia muy rápido”, reconoce.
 
Gambetear los problemas
 
Nació en Quinindé pero se crió en el Recinto El Cabuyal, en el cantón Puerto Quito (Pichincha). Sus primeros recuerdo se reducen a un balón de fútbol. Quizá porque eso se adaptó rápido a su nueva vida: a los siete años emigró a España junto a su familia. “Mi papá viajó primero a buscar un empleo y luego me llevó junto a mi mamá”.
 
La pelota se convirtió en su instrumento de relacionamiento con la gente, primero en equipos amateurs y luego a los 11 en el club Zaragoza. Allí pasó por varias categorías infantiles hasta llegar al primer equipo, donde su sueño se cumplió a medias. “Debuté con el primer equipo pero luego, por situaciones incomprensibles, no tuve más oportunidades”.
 
 
Algo normal en el fútbol pero atípica para alguien como Valencia, que meses antes era el diamante que se peleaban varios equipos europeos. “No es que no me gustaran las ofertas (del Barcelona y del Manchester City), pero me sentía cómodo en Zaragoza”.
 
Lo prestaron un año al Atlético Malagueño, el equipo filial del Málaga, y luego rompió su contrato con Zaragoza para ir a jugar al Logroñés, en la segunda división de ese país. Para ese entonces, su nombre estaba en el baúl de los recuerdos. “Cuando no acepté la oferta del Barcelona, la gente me decía que era tonto, que por no irme allá me estaba pasando todo lo que viví, pero hay que entender que el fútbol es así de raro, nunca sale como creemos”.
 
En Logroñés se convirtió en un jugador más completo; entendió que el fútbol no solo es hacer goles sino también defender. Pero tenía un sueldo “necesario para vivir”, y no se sentía destacado. Incluso pensó volver al Ecuador “cuando mi nombre se perdió del radar pero al final solo tuve acercamientos, nada concreto”.
 
Todo o nada
 
Ya estar en segunda división de España significaba un retroceso, pero Valencia decidió arriesgar todo. Viajó 1.800 kilómetros desde Logroño hasta Koper, en Eslovenia, para jugar en el equipo de esa ciudad. “Mala decisión”, recuerda. Estuvo un año sin cobrar y con lesiones.
 
Pero si en algo se diferencian los deportistas elegidos para el éxito frente a los comunes es que siempre cuentan con más oportunidades. Es así como un día le llegó un mensaje a su cuenta en Twitter; era de Kamil Kogut, buscador de talentos del equipo Piast Gliwice, de la primera división de Polonia. “Me dijo que quería llevarme y que me esperarían hasta que me recuperara de la lesión”.
 
Y fue así. Tuvo una primera temporada de transición con poca influencia en el resultado del equipo, que se salvó del descenso por un punto. Apenas completó 1.300 minutos en cancha (25 partidos, como titular y suplente), con tres goles y ninguna asistencia. 
 
Fue un año de adaptación, tanto al idioma como a la cultura. “Acá el racismo es duro, pero también hay gente amable”. Si bien en el club hay jugadores españoles, con quienes se lleva muy bien, sus mejores amigos son un polaco (Patryk Dziczek) y un danés (Mikkel Kirkeskov). 
 
Incluso recuerda cómo le jugaron una broma cuando intentaba aprender algunas frases en polaco. “Les pregunté cómo se decía “Yo soy guapo” y me respondieron que era “Jestem głupi”. Al final eso significaba “yo soy tonto” y me pasaba diciéndole a la gente “Jestem głupi” y me respondían que ese era mi problema, no el de ellos”, dice riéndose.
 
En la siguiente temporada, que terminó hace poco, jugó 2.900 minutos (33 partidos, todos como titular), anotó seis goles y completó seis asistencias. Su nivel ayudó a que su club gane, por primera vez en su historia, la liga polaca. “Me cambiaron de posición en la cancha (de extremo a mediapunta) y todo resultó”, asegura.
 
Elegido como el mejor mediocampista del torneo polaco, Valencia tiene dos años más de contrato y jugará la fase previa de la Liga de Campeones de Europa. ¿Y si llega alguna oferta de otro club? Prefiere no adelantarse. Ocho años después, su nombre empieza a sonar con la misma fuerza que cuando tenía 16 años. Y esta vez no quiere equivocarse. 

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