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Delegar la gestión

viernes, 7 junio 2019 - 02:29
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    En 2007, la inversión pública en la economía era  de 31 por ciento y la privada de 69 por ciento. A  2017, luego de 10 años en que las arcas fiscales  se inflaron gracias a la bonanza petrolera y el  endeudamiento agresivo, el motor de la economía fue el sector público con 58 por ciento de la  inversión, mientras 42 por ciento provenía del  sector privado. Cuando cayó el precio del petróleo  y el financiamiento externo se volvió escaso y muy  caro, despertamos a una dura realidad: resulta imposible seguir manteniendo al “ogro filantrópico”,  que metió sus narices en todos los ámbitos económicos, con ineficiencia y corrupción.
     
    Es indudable que ha llegado la hora de pagar la  factura de la fiesta irresponsable, una realidad que  no puede discutirse si se tiene sentido común. La  pregunta difícil es cómo se desinfla el globo de ensayo creado por la administración del expresidente Rafael Correa. Aunque tarde, se ha cambiado el  modelo del endeudamiento costoso con la China  y los mercados de capitales, con un crédito con el  Fondo Monetario Internacional y varios recursos  para necesidades sociales con otros bancos multilaterales de inversión. El cambio de prestamistas  exige seguir un programa de ajuste para equilibrar  las finanzas públicas. El programa es complejo  y traerá descontento pues, entre otras medidas,  se demanda disminuir la nómina de empleados  públicos, los subsidios y mejorar las recaudaciones  tributarias. Aspecto clave también es el destino de  las empresas públicas, atiborradas de ineficiencia  e imposibilitadas por la crisis de seguir realizando  inversiones adicionales. El presidente Lenín Moreno ha dictado el decreto 740 con este propósito.  El decreto crea un comité para decidir en cuáles  empresas puede delegarse su administración o si  se las entrega en concesión.
     
    Es la dirección correcta. El Estado ha demostrado ser un pésimo administrador y los servicios ni  han mejorado ni han bajado de precio. No obstante, ejemplos recientes de concesiones cuestionadas  como son las portuarias, dos de ellas a 50 años sin  concurso, hechas por la administración pasada,  exigen condiciones básicas para llevarlas a cabo  para que ni el Estado ni los ecuatorianos seamos  perjudicados por la entrega en administración o  concesión de estos activos. La más importante  es la transparencia: cuáles son los términos de la  delegación o de la concesión. Estos deben ser conocidos y discutidos públicamente, con posibilidades  de presentar impugnaciones sobre los posibles  adjudicatarios. Estos adjudicatarios no pueden  recibir prebendas –como alguna vez ocurrió con la  Empresa Eléctrica de Guayaquil, que tenía utilidad  garantizada o mercados estatales cautivos– sino  venir a competir y con esa competencia ofrecernos  mejores y más económicos servicios.
     
    Además de la transparencia, quienes integren  el comité de decisión deben ser expertos en cada  caso, conocer a fondo el mercado y el sector y poder  trabajar con plazos reales. Un primer anuncio está  previsto para los próximos 30 días. Si muchas de las  empresas ni siquiera tienen balances, ¿cómo evaluarlas? Tampoco pueden tener voz determinante  personas cuyo único mérito es su cercanía al gobierno. Uno de los éxitos del Consejo de Participación  Ciudadana Transitorio fue precisamente que no se  debía a nadie y por ello operó con independencia e  integridad. En el caso del patrimonio del Estado,  que ha sido tan abusado por corrupción y despilfarro, la probidad de quienes lo subasten debe ser  superlativa, ausente de toda sospecha. Hay que  adelgazar el Estado, pero hay que hacerlo eficientemente y sin la menor sombra de duda.

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