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Las tres plagas del Estado

viernes, 22 mayo 2020 - 08:36
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    POR VÍCTOR CABEZAS
     
    Hay tres problemas fundamentales en la concepción  del Estado ecuatoriano: La  capacidad de crear necesidades artificiales, la doble moral y la impersonalidad.
     
    Abordemos el primer problema.  El Ministerio reglamenta el teletrabajo y a un funcionario se le ocurre  que el empleador debe proveer sillas  ergonómicas y un lugar seguro para  laborar, pese a que el trabajador está en su hogar. Entonces, desde su  escritorio, formula un manual para  la seguridad en el teletrabajo e incluye multas si se incumplen las regulaciones. Ahora, para aplicar estas  ideas que ya se volvieron normas,  se necesitan inspectores, vehículos,  choferes, formularios, archivos, comunicación, entre otras cosas.
     
    Y así, sencillamente, ante ustedes ha nacido un mundo de necesidades artificiales: procesos, personas y gastos. Todo a partir de  la simple decisión, buena o mala,  del funcionario. Eso, en Ecuador,
    ocurre todos los días, si no veamos la Secretaría de la Felicidad o  de la igualdad intergeneracional.  Y el panorama se pone aún más  gris. Diversos estudios demuestran que las necesidades que crea  el Estado tienden a escalar exponencialmente, o sea, es muy probable que una “idea” requiera inicialmente cinco personas y llegue  a involucrar a 50, luego cien y así  sucesivamente.
     
    Vamos con el segundo rasgo  crítico: la doble moral. Para muestra, un sencillo botón: el Estado  nos multa si invadimos el carril  exclusivo de transporte público y,  peor, si lo hacemos en un auto polarizado y sin placas. No obstante, los funcionarios del Gobierno,  que por excelencia deberían cumplir al menos las mismas normas  de los ciudadanos, circulan a diestra y siniestra por esos carriles y  en automóviles fantasma. ¿Otro ejemplo? El Estado exige a los empleadores privados que paguen  utilidades a sus trabajadores, que  los indemnicen si los despiden,  que garanticen las asociaciones  sindicales, etc. Sin embargo, cuando se trata de sus empleados, el  Estado puede cerrar contratos sin  procesos previos, sin indemnizaciones ni bonificaciones, puede limitar la organización de trabajadores e, incluso, anularla.
     
    Llegamos a la última plaga: la  impersonalidad. La tragedia del  Estado estriba en ser de todos y  de nadie. A la vez, nos presenta  una disyuntiva fatal: por un lado,  nadie lo siente suyo y, por eso, los
    miles de millones que se perdieron en la refinería del pacífico nos  duelen, pero no lo tomamos como  un asalto directo a nuestros bienes. Es la plata del Estado, ¡qué  más da! Lo trágico es que, cuando  esa nebulosa llamada Estado necesita recursos, ahí sí el ciudadano lo padece, lo siente, debe rescatarlo. Para gastar es efímero e  invisible, para cobrar efectivo. 

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