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La restauración mashista

jueves, 19 marzo 2015 - 12:15
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    El feminismo es una tarea pendiente en la agenda de la liberación no sólo de los pueblos, sino de cada uno de los hombres como individuo.

    Lo que está pasando con las mujeres en el Ecuador es una ignominia: ya no solamente se ha reducido su derecho a decidir sobre sus propios cuerpos, sino que incluso sufrir un aborto terapéutico o natural las vuelve sospechosas de un crimen y factibles de ser inmediatamente detenidas.

    Que esto pasara en la época de los supuestos gobiernos conservadores hubiera llevado a la indignación. Que esto ocurra con el silencio y por ende el aval de Gina Godoy, Ximena Ponce, Paola Pabón, Carina Vance y toda la lista de mujeres ayer progresistas, incluso cuadros de ONG feministas, produce náuseas.

    El Informe Sombra preparado por la Coordinadora Política de Mujeres del Ecuador, asequible fácilmente en la web, no así en nuestros medios de información privados y estatales (en Ecuador no existen los medios públicos), documenta y registra la distancia entre la utopía/ la demagogia de los derechos de Montecristi y la realidad social demócrata cristiana de esta coalición de gobierno formada por boy scouts salesianos, lasallanos y del Opus Dei junto a estalinistas rezagados y socialistas más amantes de la transformación de su status personal que del cambio social.

    Nada de esto es realmente nuevo. Ya en la década de los ochenta las mujeres de avanzada bromeaban acerca de la dominante tendencia del machismo leninismo, no sólo en nuestro país: la deformación del marxismo como algo donde resulta insoportable la explotación del hombre por el hombre, pero no la de la mujer, aparece recurrentemente en la obra del comunista y juglar italiano Darío Fo, Premio Nobel de Literatura que, para ser justos, debería habérsele concedido ex aequo junto a su compañera Franca Rame, camarada creativa y coautora de varios de sus textos.

    La violación de Rame, encargada por la policía política italiana de los setenta como mecanismo de amedrentamiento y represión, junto a la criminalización de la intimidad de la mujer perpetrada por la hoy definitivamente monstruosa Alianza PAIS, revelan hasta dónde, como decía John Lennon, la mujer sigue siendo “el negro del mundo”.

    Por eso siempre me muero de vergüenza o de risa, dependiendo del grado de ingenuidad del caso, cuando alguien relativiza la pertinencia de “seguir hablando” de igualdad de género, como si la desigualdad y el atropello fueran cosas del pasado. Apenas en la última ceremonia del Óscar, la actriz Patricia Arquette denunció el nivel de inequidad que sufre la mujer en la supuestamente moderna y liberal industria del entretenimiento de los Estados Unidos.

    Arquette y las integrantes de la Coordinadora Política de Mujeres ofrecen la contracara de la moneda de ese discurso instalado en programas supuestamente femeninos, verdaderas jaulas de oro al estilo de la Casa de Muñecas de Ibsen, que clama a los cuatro vientos que las principales culpables (digamos mejor, anti cristianamente: responsables) del machismo serían las propias mujeres, porque ellas como madres lo inculcan en sus hijos.

    Esta falacia intelectual y política habla del nivel de desafecto, represión y castración humana a la que el mashismo condena también a los hombres, absolutamente desposeídos en ese relato del placer y la responsabilidad de la mapaternidad: el argumento de las madres como las “encargadas de educar” revela hasta dónde el feminismo es una tarea pendiente en la agenda de la liberación no sólo de los pueblos, sino de cada uno de los hombres como individuo. El derecho al aborto es un derecho de la humanidad. Ser masho, sobre todo a la mashi del siglo XXI, es sinónimo de estar humanamente menguado.

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