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El genocidio interminable

jueves, 26 enero 2017 - 06:10
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    Yo tendría claro votar por la opción socialdemócrata o centro izquierdista si su candidatura presidencial la encabezara un indígena, sobre todo si fuera mujer. Es decir: si inscribiera – no única, pero también epidérmicamente- una trayectoria de lucha, y unas potencias de irrupción y arribo al poder de sectores tradicionalmente oprimidos y excluidos. 
     
    Lamentablemente, parece que la sociedad ecuatoriana en su conjunto, incluyendo a militantes y dirigentes de la propia Pachakutik, no está lista para imaginarse representada por alguien como Salvador Quishpe o Lourdes Tibán, sólo por lanzar nombres de dos líderes 300 mil veces mejor acreditados, por su trabajo, que la totalidad de candidaturas actuales. 
     
    Puede que esgrimir esto, a estas alturas del proceso electoral, resulte anacrónico, sobre todo en los campos del marketing y el oportunismo, dos de las fuerzas que nos gobiernan no sólo desde Carondelet, sino también desde la familia, la escuela, los medios de comunicación, la empresa, el arte y las iglesias ecuatorianas, por mencionar a algunas de las instituciones que nos vertebran como comunidad. 
     
    Pero si desplazamos el debate al lenguaje, la política, la historia y la ética, nada resulta más imperativo que asombrarse e indignarse ante la baja representación de las mujeres y los indígenas en las opciones presidenciales, independientemente de discutibles opciones de éxito, pues: ¿cuánto mequetrefe no es hoy candidato, simplemente para inflar su currículum o su ego? ¿Cuántos de ellos pactaron con el gobierno para chimbar y dispersar el voto? 
     
    Según Google, anacronía significa “error que resulta de situar a una persona o cosa en un período de tiempo que no se corresponde con el que le es propio”. 
     
    En Ecuador de hoy, nada nos es más propio que el debate y la resistencia contra los sometimientos de los cuperos, incluyendo los territorios, los hogares y la vida de las comunidades, pueblos y nacionalidades indígenas que durante la patibularia revolución ciudadana han visto agudizada y renovada la colonización imperial, anteayer encabezada por monarquías europeos, ayer por Norteamérica y hoy por China y sus minerias. 
     
    No sólo en nuestra Amazonia, hay un Estado, el chino, y unas empresas, no sólo chinas, decidiendo y gobernando por encima de nuestra soberanía. Llevar adelante elecciones en esos términos resultaría casi espurio, sino fuera porque, de manera madura y consecuente, debemos exigir a cada una de las candidaturas actuales, más de allá de su mediocridad o corrupción, a posicionarse ante hechos criminales consumados en la impunidad (los asesinatos de Bosco Wisuma, Freddy Taish y José Tendetza, entre otros), y ante la política extractivista. La soberanía del Ecuador reside en el cuerpo de cada uno y cada una de sus ciudadanas, incluso más allá de su nacionalidad: en su humanidad. 
     
    Así lo entendieron los estadistas firmantes de la visionaria Carta de Conducta de Riobamba, preparada por el gobierno de Jaime Roldós en 1980: ingerir en otro país es una obligación cuando se violan los derechos humanos de cualquiera de sus ciudadanos, no hay dicotomía entre esa defensa y la de la soberanía. Elegir el curso de los próximos 4 años pasa por debatir cómo garantizar que las comunidades preserven sus hogares y las mujeres avancen en la soberanía de sus cuerpos. 

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