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R.I.P. Odebrecht

viernes, 6 septiembre 2019 - 10:49
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    La corrupción de una empresa pasa facturas incalculables; hecha pública muy pocas sobreviven al escarnio  y escapan a la quiebra. Odebrecht  imposibilitada de honrar una deuda  de 25.000 millones de dólares, hace  dos meses se acogió a un concurso de acreedores en Brasil y ahora  ha optado por el capítulo 15 de la  Ley de Quiebras en Estados Unidos,  donde además debe una multa de  3.500 millones de dólares por su  comportamiento no ético.
     
    Para sobrevivir a la vindicta pública, una empresa descubierta en  corrupción requiere de solidez financiera, arrepentimiento creíble y  un sacudón estructural, de manera  que pueda renacer como el ave fénix.  Estas características no las ha tenido  Odebrecht. A medida que crecía el  escándalo, sus socios en algunos proyectos la fueron abandonando. La  última en huir fue la empresa inglesa LyondellBasel, que desistió de la  compra de las acciones que Odebrecht mantiene en la petroquímica  Braeskem en Estados Unidos. Sin  esos ingresos, se produjo el dominó. 
     
    El arrepentimiento tampoco parece creíble. Odebrecht tiene una  historia de sobornos. En 1992, tras  la presidencia de Fernando Collor de  Mello saltaron pagos bajo la mesa a  políticos y fue prohibida de operar,  pero movió sus influencias y regresó  con más ímpetu a las prácticas dolosas. Ahora, se ha descubierto que  en el monto de los 750 millones de  dólares de sobornos que Odebrecht  admitió en su acuerdo con el Departamento de Justicia de Estados  Unidos, no están todas las coimas.
     
    En los procesos judiciales en varios  países, como se evidencia en el caso  Sobornos en Ecuador, han ido apareciendo otras entregas de dinero.  Por último, se percibe que el sacudón estructural de Odebrecht tiene  limitaciones, ya que si bien han sido  apartados de la administración sus  propietarios, la familia Odebrecht,  sigue en teoría siendo dueña de su  patrimonio y tras bastidores mantienen influencia.
     
    A diferencia de Odebrecht, la  multinacional alemana Siemens ha  podido, en una década, poner la casa  en orden. En 2006, fue sancionada  por el Departamento de Justicia por  haber repartido 1.400 millones de  dólares en sobornos. Siemens pagó  una multa de 2.000 millones de dólares; barrió a los administradores;  hizo 900 procesos de auditoría para  eliminar a todos los empleados que  participaron; reeducó a los que quedaron; creó un portal para evaluación de los riesgos de cada cliente;  mantiene 500 auditores de Compliance (cumplimiento de procesos  anti-corrupción) y un departamento  de control interno dirigido por un  exdirector de Interpol. Sin embargo,  lo más importante es que Alemania  le impuso la prohibición de realizar  contratos en países altamente corruptos. La mayoría de sus clientes  no lo eran, entonces el negocio tuvo  menos ingresos pero la empresa siguió operando con ganancias.
     
    La quiebra de Odebrecht demuestra que como su éxito dependía  de los sobornos, cuando estos se esfumaron también se esfumaron los  contratos, su operación se vino abajo. Su desesperación por reparar los  daños en varios países, solo buscaba  continuar operando. A no ser que  ocurra un milagro, por ahora no previsto, no renacerá. Con su quiebra,  Ecuador ha llegado tarde al reparto.  Siete países ya lograron una compensación. Nosotros probablemente no.  ¿Desidia o corrupción? 

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