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La reelección indefinida

jueves, 23 octubre 2014 - 10:10
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    La historia humana está plagada del dolor y la injusticia que causa un poder sin límites. La reelección indefinida es una puerta abierta para que esto ocurra.

    Pregunte a los consultores de las campañas políticas, si prefieren manejar la campaña de un candidato nuevo o de alguien que aspira a la reelección. La respuesta será casi unánime: el candidato a una reelección. “No hay una cantidad en dólares que pueda compensar la ventaja de un candidato en funciones” (Rick Taylor, consultor político). Un candidato a la reelección tiene los pies en la puerta, primero porque la gente lo conoce. Hacerse conocer cuesta tiempo y miles de dólares en publicidad. La segunda ventaja es la cobertura informativa gratuita de las actividades del candidato que está en funciones. La cobertura en medios como noticias, a más de ser gratuita es más efectiva que un publirreportaje y/o publicidad. Por estas razones, no sorprende que casi todos los que aspiran a una reelección sean reelegidos. Desde 1945, por ejemplo, de 85 a 90 por ciento de los congresistas estadounidenses han sido reelegidos.

    Se puede argumentar que la reelección per se no es negativa. La experiencia es importante para mejorar el desempeño. No obstante, a mayor poder de un cargo, mayores deben ser los límites, pues las acciones tendrán consecuencias más profundas. No es lo mismo el control de un país que el de una ciudad, o el rango de acción de un legislador que el de un presidente. Por ello, en sistemas presidencialistas de países desarrollados, se permite la reelección en la mayoría de los cargos, con excepción de la presidencia, que se la limita a dos periodos. En sistemas parlamentarios, en cambio, no se limita la reelección de los mandatarios, porque las bancadas en el Parlamento pueden convocar a nuevas elecciones. Es decir, funcionan los pesos y contrapesos legales.

    No es el caso en América Latina: la debilidad del andamiaje institucional, permite que quien detente poder no tenga contrapesos. Quien opta por la reelección, no solo cuenta con las ventajas de ser conocido y de la cobertura informativa por su cargo, sino además de la benevolencia de las otras autoridades que deben controlar los excesos y violaciones a la ley electoral. Ecuador no ha sido la excepción. En la última campaña presidencial, el candidato Rafael Correa, por ejemplo, pasó nueve horas de spots con sus obras durante los 40 días en que los demás aspirantes estaban prohibidos de hacer publicidad. Después además de los 700 mil dólares que podía gastar cada candidato, el Presidente gozó de cobertura total por su cargo en los medios oficiales y los privados, todo lo cual configuró una ventaja sin precedentes.

    No solo por la desigualdad evidente en el proceso es inconveniente la reelección indefinida, sino porque el poder necesita de límites. La historia humana está plagada del dolor y la injusticia que causa un poder sin límites. Desafortunadamente, “las alternativas bolivarianas inspiradas en utopías regresivas conducen a lo de siempre: se reparte igual, pero miseria, salvo la nomenclatura, que nunca se queda con miseria” (Felipe González, fundador del Partido Socialista Obrero Español). Probablemente, González está mirando el espejo de la Cuba de los hermanos Castro y el desastre de la Venezuela de Chávez y Maduro, donde en nombre de ideales loables, sus pueblos han sido sujetos del abuso del poder de sus gobernantes. Que no ocurra lo mismo en Ecuador.

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