<img src="https://certify.alexametrics.com/atrk.gif?account=fxUuj1aEsk00aa" style="display:none" height="1" width="1" alt="">

La importancia de un presidente

martes, 28 abril 2020 - 08:28
Facebook
Twitter
Whatsapp
Email

    Por Carlos Rojas Araujo
     
    Si tuviera un mero propósito administrativo, la humanidad ya  se hubiese inventado un esquema menos traumático y más eficiente  para organizar las cuestiones de la vida pública. Pero la importancia simbólica de la representación y la lucha  irracional por controlar el poder han  vuelto a los políticos demasiado importantes. En el vecindario latinoamericano parece no haber algo tan  imprescindible como el presidente de  una república.
     
    Sobre él gira el relato cronológico  de los pueblos. Las épocas de alta autoestima o la desazón general corren  por cuenta de su talento, sus miopías y sus hurtos. El anhelo por buscarle un remplazo mejor puede convertir un proceso electoral en una  fiesta o legitimar el más burdo golpe de Estado.
     
    Para muchos, Lenín Moreno es un  mal presidente. Gobierna un país quebrado; ha debilitado cualquier posibilidad de alianzas; y, en sus tres años  de mandato, se cuentan las tragedias  por la acción terrorista en la frontera  norte, las protestas más violentas del  período democrático y las víctimas de  una pandemia incontrolable.
     
    Seguramente, Moreno -como ser  humano y demócrata- tendrá muy poco  que ver en ese balance dramático,  pero como diría Ortega y Gasset, él y  sus circunstancias han vuelto tan frágil y vilipendiada su administración.
     
    Frente a una sociedad que deposita en los otros sus culpas y frustraciones, las circunstancias importan poco porque lo fácil es devaluar  al Presidente y su investidura. La crítica emerge en el más humilde de los  campesinos, pasa por el empresario  siempre inconforme y puede llegar al  más calculador de los políticos. Nada  expía más que la queja inmediatista.
     
    No importa cuán cómplices fuimos de un sistema paternalista y poco previsivo o cuántas veces permitimos que el ajuste fuera postergado,  sin imaginar que la pobreza volviera  acompañada del miedo a una enfermedad todavía indescifrable.
     
    Moreno, sus ministros, los legisladores, alcaldes y prefectos, empresarios, trabajadores, estudiantes,  líderes sociales y formadores de opinión, alimentamos esas circunstancias, aunque las culpas solo debe asumirlas quien porta la banda y ejerce el  poder en la constitución.
     
    Así es la vida y poco logra Moreno con lamentarla en una cadena nacional. Nadie más que su esposa y el  entorno correísta le pidió ser candidato. Todos eran conscientes de sus  grandes cualidades y también de su  vulnerabilidad.
     
    Él dijo sí y una vez que ganó en  esa jornada de resultados electorales  opacos, el país le aplaudió por derribar las pilastras que sostenían el proyecto autoritario, sin importarle lo  poco que Moreno sabía de economía.
     
    Un Presidente de la República está para tomar decisiones y aguantar el  pesado reproche de los inconformes.  Su gestión no se mide únicamente  por buenos o malos indicadores, sino por cómo el pueblo mantiene la  fe en el cargo que ostenta y el respeto a la política como instrumento de  servicio. Y llamar a la muerte cruzada, en estos momentos, no le hará un  mejor estadista.
     
    Moreno hoy es tan cuestionado  como lo fueron Correa, Palacio, Gutiérrez, Noboa, Mahuad, Alarcón, Bucaram, Sixto, Borja, Febres-Cordero,  Hurtado o Roldós. Lo importante es  que años después, el país pueda recordarlo como un buen mandatario  y una buena persona. En esa categoría entran muy pocos. 

    Más leídas
     
    Lo más reciente