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¡Cuando multiplicar, resta!

lunes, 24 agosto 2020 - 01:14
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    Por Alberto Acosta-Burneo

    Existe una creencia absurda, pero generalizada, que asegura que el gasto público siempre tiene un efecto multiplicador en la economía. Esto equivale a decir que mientras más gaste el Estado, más prósperos seremos. Sin embargo, la realidad es totalmente distinta. Expliquemos con un ejemplo.

    Pensemos que has ahorrado 50 mil para comprarte una casa. No da lo mismo que compres con ese dinero una casa que vale 25 mil o una que efectivamente vale 50 mil. Si pagas 50 mil por una casa que en realidad vale 25 mil, te estarás empobreciendo. Lo mismo sucede con la inversión pública de mala calidad.

    Los creyentes del multiplicador del gasto público aseguran que incluso cuando el Estado gasta por gastar, el resultado final es positivo porque eleva el PIB. Es verdad que todo gasto público eleva el PIB, incluso cuando está plagado de coimas, sobreprecios y “acuerdos entre privados”. Pero hay que ver la película completa, recordando que el gobierno no es un productor, sino que obtiene sus ingresos de cobrar impuestos a los ciudadanos. Entonces, el costo del gasto público es lo que los ciudadanos dejamos de hacer por sostenerlo. El gasto público de baja calidad nos empobrece porque desvía recursos que se hubieran destinado a otros usos más importantes para los ciudadanos. Es decir, reduce el potencial de producir bienes que la población realmente necesita y que hubieran elevado su nivel de vida.

    Urge abandonar creencias absurdas y trabajar, de manera seria y profunda, en una reingeniería del gasto público basada en tres criterios fundamentales. Primero: PRIORIZAR el gasto público en el ciudadano invirtiendo en salud, educación y seguridad, y reducir o eliminar significativamente todo lo demás. Segundo: devolverle CALIDAD al gasto para evitar obras sobredimensionadas o innecesarias. Tercero: crear nuevas reglas para lograr TRANSPARENCIA en el uso de los recursos públicos y luchar contra la corrupción.

    Es hora de impulsar esta transformación reconociendo que los recursos estatales son escasos y que deben ser usados con cuidado. Terminemos con el hábito de los populistas criollos de gastar por gastar, de inaugurar las obras más grandes (e inservibles), de despilfarrar los recursos escasos de los ciudadanos y de hipotecar nuestro futuro con agresivo endeudamiento. El gasto público sin calidad no multiplica, ¡resta!

     

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