Editorial Vistazo
Con vientos que viajan hasta 200 kilómetros por hora, un huracán es uno de los más devastadores fenómenos de la naturaleza. En medio del remolino y la velocidad, el centro, conocido como ojo, permanece inmutable. Si un bote navega bajo el ojo y se mueve correctamente, no se destruye. El COVID-19 ha tenido la fuerza de un huracán. Con más de tres millones de personas contagiadas y 200 mil víctimas aen todo el mundo, pocos líderes han tenido el liderazgo para actuar con la calma del ojo de la tormenta y minimizar los daños en sus países. Desafortunadamente para Ecuador, el presidente Lenín Moreno no es uno de ellos.
Manifestar que otros están en las mismas condiciones no ayuda a enfrentar lo que todavía resta de una situación inédita: la mayor vulnerabilidad que ha asolado a la raza humana desde la última mitad del siglo XX. Las guerras tuvieron rostros visibles; este virus es invisible y como tal requiere de un esfuerzo coordinado entre todos, donde un líder convoque a esa acción conjunta y señale el camino a seguir. Para lograrlo, es imperativo ser creíble. Y el Gobierno no lo ha sido. Primero, porque faltó a la verdad. Esconde todavía la gravedad de la tragedia, hasta ahora juega con las cifras sobre el número de muertos. No ha protegido a los trabajadores de la salud, por ello el alto número de médicos, enfermeras y trabajadores hospitalarios fallecidos. Tampoco ha aceptado su responsabilidad en las deficiencias, lo que demoró en encontrar algunas de las soluciones más importantes como establecer una fuerza de tarea para enterrar los muertos y autorizar que 88 laboratorios y no solo uno en Quito ofrezcan los resultados a los exámenes del COVID-19.
Falló en la comunicación. Varios voceros, algunos poco preparados para explicar de manera sencilla lo que está pasando. Innecesario y excesivo número de mensajes para repetir lo mismo. Mensajes contradictorios, que han demostrado desorganización y falta de comunicación en los equipos de Gobierno, lo que afecta negativamente a la hora de tomar decisiones claves. No obstante, un cambio de equipo de comunicación, porque se promovió la imagen del Vicepresidente sobre la del Presidente, solo agrava la sensación de que la intriga está sobre los intereses nacionales. Como también parece estar el amiguismo: con la gravedad de las denuncias en el IESS, la renuncia de su presidente Paúl Granda debió ser aceptada inmediatamente.
El vendaval de la pandemia no se ha alejado. El presidente Moreno tiene la obligación de enrrumbar el barco y para ello debe actuar con la tranquilidad del ojo del huracán. Comenzar por lograr un frente interno unido, que presente con veracidad lo que ocurre y deje de lado el egoísmo político para así armonizar a las diversas fuerzas sociales. Convencer a todos de arrimar el hombro, exigir que el sacrificio sea de todos. Cuando ocurren las crisis, el Estado no puede seguir solo pensando aumentar impuestos y sacar recursos de un sector privado famélico y dejar intacto al sector público. Hay que reducir los gastos, eliminar instituciones innecesarias en épocas de bonanza, indignantes en épocas de penuria económica. Acabar con los privilegios salariales, eliminar subsidios a los combustibles, manteniendo solo el del transporte público y focalizar el del gas.
La pandemia debe generar una sociedad distinta, donde cambien prioridades y se eliminen ineficiencias, pero sobre todo, donde sus dirigentes actúen como estadistas y no como políticos, incluidas las autoridades seccionales. Es un signo de indiferencia al dolor cuando se carece de tanto y se dan presupuestos gigantes para publicidad: en la Prefectura de Chimborazo 400 mil dólares y en el Municipio de Guayaquil 800 mil.