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Cambiar el rumbo

martes, 12 mayo 2020 - 09:20
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    Editorial Vistazo
     
    Con vientos que viajan hasta 200  kilómetros por hora, un huracán es uno de los más devastadores fenómenos de la naturaleza. En  medio del remolino y la velocidad, el  centro, conocido como ojo, permanece inmutable. Si un bote navega bajo  el ojo y se mueve correctamente, no  se destruye. El COVID-19 ha tenido  la fuerza de un huracán. Con más de  tres millones de personas contagiadas  y 200 mil víctimas aen todo el mundo, pocos líderes han tenido el liderazgo para actuar con la calma del ojo de  la tormenta y minimizar los daños en  sus países. Desafortunadamente para  Ecuador, el presidente Lenín Moreno  no es uno de ellos.
     
    Manifestar que otros están en las  mismas condiciones no ayuda a enfrentar lo que todavía resta de una situación inédita: la mayor vulnerabilidad  que ha asolado a la raza humana desde  la última mitad del siglo XX. Las guerras tuvieron rostros visibles; este virus  es invisible y como tal requiere de un  esfuerzo coordinado entre todos, donde un líder convoque a esa acción conjunta y señale el camino a seguir. Para  lograrlo, es imperativo ser creíble. Y el  Gobierno no lo ha sido. Primero, porque faltó a la verdad. Esconde todavía  la gravedad de la tragedia, hasta ahora  juega con las cifras sobre el número de  muertos. No ha protegido a los trabajadores de la salud, por ello el alto número de médicos, enfermeras y trabajadores hospitalarios fallecidos. Tampoco  ha aceptado su responsabilidad en las  deficiencias, lo que demoró en encontrar algunas de las soluciones más importantes como establecer una fuerza de tarea para enterrar los muertos y  autorizar que 88 laboratorios y no solo  uno en Quito ofrezcan los resultados a  los exámenes del COVID-19.
     
    Falló en la comunicación. Varios  voceros, algunos poco preparados para explicar de manera sencilla lo que  está pasando. Innecesario y excesivo  número de mensajes para repetir lo  mismo. Mensajes contradictorios, que  han demostrado desorganización y falta de comunicación en los equipos de  Gobierno, lo que afecta negativamente a la hora de tomar decisiones claves.  No obstante, un cambio de equipo de  comunicación, porque se promovió la  imagen del Vicepresidente sobre la del  Presidente, solo agrava la sensación de  que la intriga está sobre los intereses  nacionales. Como también parece estar el amiguismo: con la gravedad de las  denuncias en el IESS, la renuncia de su  presidente Paúl Granda debió ser aceptada inmediatamente.
     
    El vendaval de la pandemia no se  ha alejado. El presidente Moreno tiene la obligación de enrrumbar el barco  y para ello debe actuar con la tranquilidad del ojo del huracán. Comenzar por lograr un frente interno unido, que presente con veracidad lo que ocurre y deje  de lado el egoísmo político para así armonizar a las diversas fuerzas sociales.  Convencer a todos de arrimar el hombro, exigir que el sacrificio sea de todos.  Cuando ocurren las crisis, el Estado no  puede seguir solo pensando aumentar  impuestos y sacar recursos de un sector privado famélico y dejar intacto al  sector público. Hay que reducir los gastos, eliminar instituciones innecesarias  en épocas de bonanza, indignantes en  épocas de penuria económica. Acabar  con los privilegios salariales, eliminar  subsidios a los combustibles, manteniendo solo el del transporte público y  focalizar el del gas.
     
    La pandemia debe generar una sociedad distinta, donde cambien prioridades y se eliminen ineficiencias, pero  sobre todo, donde sus dirigentes actúen  como estadistas y no como políticos, incluidas las autoridades seccionales. Es  un signo de indiferencia al dolor cuando  se carece de tanto y se dan presupuestos  gigantes para publicidad: en la Prefectura de Chimborazo 400 mil dólares y en  el Municipio de Guayaquil 800 mil.

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