Macbeth, Underwood y Ubú

Santiago Roldós

Tiempo atrás Cristina Fernández de Kirchner tuvo el mérito, la insolencia o ambas cosas a la vez, de confesar que “House of Cards” era su serie favorita.

Quienes aún no hayan visto el programa de Netflix no entenderán la ironía o provocación de la Presidenta argentina: se trata de una actualización de la tragedia de Macbeth, centrada en el matrimonio sin hijos de Claire y Francis Underwood, dos individuos capaces de todo con tal de escalar el poder político.

“Si quieres poder o liderazgo, a veces tienes que actuar como un sinvergüenza”. Frase número nueve de Frank Underwood citada por la web de Forbes México en su artículo “10 excéntricas lecciones de liderazgo desde ‘House of Cards’”. Como en otros ámbitos, esta coincidencia de admiración entre neoliberales del siglo XX y socialistas del siglo XXI resulta muy ilustrativa.

El nombre de la serie alude al carácter volátil y adictivo de la política: un juego de naipes donde los apostadores actúan como ajedrecistas crueles y viciosos, en una partida que ganará quien logre anticiparse más jugadas a su oponente, lo cual se traduce en la mayor cantidad de trampas y mentiras puestas en el camino.

Frank y Claire se aman profunda y sinceramente (“Amo a esta mujer más de lo que los tiburones aman la sangre”, dice Frank en uno de sus continuos rompimientos a la cámara, hablándonos directamente a los televidentes), y al menos hasta la segunda temporada (cada una de 13 capítulos), intentan ser lo más sinceros entre sí, incluyendo sus respectivas infidelidades, siempre y cuando ellas no pongan en peligro sus intereses: como en toda sociedad mafiosa, a veces es mejor no saber, para luego poder mentir mejor.

Quizás coherente consigo misma (la verdad es que no: se trata del viejo problema del drama norteamericano develado por Roland Barthes en su libro “Mitologías”, en un espléndido análisis comparativo entre “Nido de ratas”, la película de Elia Kazan y Marlon Brando, y la dramaturgia brechtiana), la serie se construye sobre una mentira: la convicción de Frank de que el poder es más importante que el dinero.

“El dinero puede ser una gran mansión en Sarasota que empieza a derrumbarse en 10 años. El poder es una sólida construcción de piedra que perdura por siglos”. Basta leer a Maquiavelo o acceder a las cuentas secretas de los gobernantes y tiranos más longevos para saber que eso no es cierto. Los Frank Underwood de la realidad lo saben; otra cosa es que luego lo olviden, narcotizados a punta de limosinas, teléfonos rojos, abrazos con el Papa, etc.

Pero bueno, tampoco le vamos a pedir peras al olmo: esto es televisión, y bastante ha hecho ya “House of Cards” develando con cinismo y poesía ciertos mecanismos de la política, como para encima pedirle que, desde el propio centro del capitalismo, desnude al capitalismo.

Además eso ya la hizo en 1898 Alfred Jarry, en la más genial subversión de Macbeth: la trilogía del Padre Ubú, un verdadero cerdo que, llegado al trono tras asesinar al Rey, estaba sobre todo orgulloso de su título como Ministro de Finanzas. Más de un siglo después Ubú sigue siendo un estadista contemporáneo. Mención aparte merecen los extraordinarios trabajos actorales de Kevin Spacey y Robin Wright, una Lady Macbeth memorable, al menos durante las dos primeras temporadas de la serie (por lo que llevo visto de la tercera, “House of Cards” ya sufre del mismo síndrome de extensión innecesaria que dinamitó a “Homeland”, pero también a ciertas democracias).

Es interesante observar cómo, en la industria del entretenimiento, mientras el cine comercial entroniza y cultiva la belleza adolescente e infantil, casi hasta de niveles de estupro, la televisión pueda abrir espacio al talento y al peso de la madurez.