"La verdad de las mentiras"

Patricia Estupiñán

Por Patricia Estupiñán
 
Para la filósofa judía Hannah Arendt: “El sujeto ideal para un gobierno totalitario no es ni el nazi ni el comunista convencido sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción y entre lo verdadero y lo falso han dejado de existir”. Sus palabras parecen tener vigencia.
 
Hoy sabemos qué ocurre al otro lado del mundo. Vendemos y compramos digitalmente. Están a nuestro alcance los cursos gratuitos de las mejores universidades y podemos visitar bibliotecas, museos y lugares lejanos, con un click. Sin embargo, al mismo tiempo escuchamos las mentiras de políticos perversos y extremistas que explotan para su beneficio las emociones y los miedos de los demás.
 
Es este desplazamiento de la razón por parte de la emoción, lo que permite que se escamotee la verdad, a través de noticias falsas y también de ciencias falsas. La revista The Economist escribió que en Perú, país con el segundo índice mundial per cápita de muertos por COVID-19, médicos intensivistas se quejan de que no pueden salvar a muchos enfermos porque se habían automedicado, con remedios difundidos como panaceas en las redes pero que eran tóxicos.
 
Las redes sociales han amplificado de manera exponencial las opiniones y las invenciones de cualquiera. “Le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban
solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel”. (Umberto Eco).
 
Muchas de las voces se esconden en el anonimato de seudónimos o son robots de fábricas de mensajes, cuyo objetivo es que los individuos pierdan la distinción entre hechos y
ficción, con terribles consecuencias para las instituciones, sobre todo democráticas. ¿Cómo evitar este efecto pernicioso, sin coartar los beneficios de la hiperinformación es el gran debate de nuestro tiempo? La respuesta fácil sería controlar las redes y encargar a los gobiernos su regulación. El remedio resultaría peor que la enfermedad pues sería entregar en bandeja el poder a los autócratas.
 
La cura debe provenir de la propia sociedad. Hay medidas que pueden hacerse en el corto plazo, algunas dependen de las plataformas propietarias de las redes: no permitir la promoción de ideas que violan los derechos humanos reconocidos por la ONU; impedir el anonimato de quien opina; eliminar cuentas de las fábricas de troles. Por otro lado,
la sociedad civil también debe organizarse para en las mismas redes invalidar las mentiras. Existen ya esfuerzos importantes de agrupaciones de ONG, medios, universidades en este sentido, pero hay que multiplicarlos.
 
En una reciente entrevista el expresidente Barack Obama propone la solución de largo plazo: “Crear un sistema educativo que promueva el pensamiento crítico, que enseñe que hay
verdades objetivas y que ciertos valores como la lógica, la razón, los hechos, la objetividad y la confirmación de hipótesis contribuyen a formar la vida moderna”. Concluye que esta debe ser una lucha permanente, porque de lo contrario volveremos a la oscuridad de la Edad Media, en la era de la hiperinformación. Ese es el desafío. ¡No bajemos los brazos!