Una campaña de cabeza hueca

Carlos Rojas Araujo

Esta campaña seccional de cara a los comicios del 24 de marzo quedará registrada como la más anodina de la historia. Hay muy poco que contar. Es como si los candidatos y sus estrategas se hubieran esforzado en diseñar un libreto previsible y gris, con el único fin de blindar a quienes desde antes de inscribirse ya se asumen como los alcaldes o prefectos herederos del ‘statu quo’.
 
No esperan mayores sorpresas. Al menos así lo pretenden demostrar sus equipos de campaña para quienes el mejor de los mundos ha sido prender el piloto automático y esperar a que los resultados en votos coincidan con las proyecciones de sus encuestas.
 
Y si alguna sorpresa ocurre, ya verán qué explicación dan a una ciudadanía a la que poco se interesaron por seducir en estos 45 días de proselitismo.
 
Resultó una paradoja que en esta competencia se batan récords con la participación de 280 organizaciones políticas de carácter nacional, provincial y local y con la inscripción de más de 80.000 candidatos, cuando el debate y la confrontación estuvieron ausentes.
 
El mal planteado principio de la equidad, vigente en la Constitución y el Código de la Democracia, impide a los medios de comunicación diseñar líneas editoriales sensatas para promover la discusión con los candidatos más relevantes. Y cuando la prensa optó por administrar el mismo espacio para 13, 17, 18 o 43 candidatos a una sola dignidad, el producto final termina en una innecesaria recitación de obras.
 
Los marqueteros y asesores reemplazaron a los partidos políticos. Lo penoso es que ni siquiera hubo creatividad en el diseño de los mensajes y sus enlatados, con lo cual el vacío de discusión sobre lo que verdaderamente importa, caló con mayor crudeza. La frase burda o la organización de un concierto inspirado en la farandulización de la política se impusieron incluso en la mentalidad de candidatos serios y de trayectoria.
 
El debilitamiento del correísmo, actor fundamental en los procesos electorales de los últimos 12 años, desarmó la lógica de la disputa a la que el país estaba acostumbrado, pues ya no existe ese contrincante al cual arrebatarle el poder omnímodo. El gobierno de Moreno dejó a su suerte a AP, optando por un apoyo discreto a los candidatos supuestamente más opcionados en Quito y Guayaquil.
 
Por eso es que el único espacio donde el debate se encendió con cierta fuerza fue alrededor del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social para plantear el voto nulo como una estrategia (acertada o no) para deslegitimar a un organismo con impronta y candidatos correístas.
 
Pero a nivel seccional, la desolación pudo más. El problema de una campaña electoral tan pobre como esta no se superará con la posesión de las nuevas autoridades el 14 de mayo. Todo lo contrario, se agravará ya que no habrá cómo exigirles resultados ni el cumplimiento de sus promesas. El desprestigio o la irrelevancia de una alcaldía o una prefectura se vuelven peligrosos, pues se supone que estas autoridades son las de mayor cercanía de la gente.
 
Es urgente que el país empuje una reforma electoral que corrija todas estas distorsiones, pero también, que la política respete al ciudadano. ¿De quién es esta tarea?