Otto y la fórmula que le funcionó a Correa

Carlos Rojas Araujo

POR CARLOS ROJAS ARAUJO
 
5 de agosto de 2005. Rafael Correa renunciaba al ministerio de Economía, cargo que ejerció durante la primera etapa del siempre frágil gobierno de Alfredo Palacio. Aunque luego la estrategia geopolítica resultó obvia y cobró sentido, los motivos de entonces para su dimisión sonaban forzados. Denunciaba el boicot del Gobierno para que las relaciones financieras, comerciales y petroleras entre Ecuador y la Venezuela de Hugo Chávez no cobraran dinamismo, en el marco de sus permanentes críticas al FMI y los multilaterales.
 
No obstante, las primeras lecturas a su decisión salían de otros renglones: a Correa le asfixiaba el ministerio porque le interesaba la Presidencia de la República.
 
En las horas subsiguientes a ese anuncio hubo de todo: discursos con alto sentido patriótico, una retahíla de argumentos que mostraban su sensación de fracaso por la manipulación de las fuerzas oscuras y derechosas a Palacio y, por cierto, abrazos, vivas y lamentos de la gente que ya lo asumía como el líder político de los nuevos tiempos.
 
Correa evitaba confirmar sus planes electorales. No era el momento; la estrategia intentaba posicionar la idea de un frente amplio que cambiara el país y le devolviera la esperanza.
 
Así fue que el proyecto colectivo que triunfó de forma abrumadora en las elecciones sucesivas derivó en un peligroso personalismo que puso al Estado de derecho en segundo plano.
 
El libreto de aquel agosto se parece al que Otto Sonnenholzner escogió para renunciar a la Vicepresidencia de un gobierno igual de debilitado. Por 19 meses estuvo en este alto cargo que a fuerza de carisma, gestos y voluntad de poder también le ha quedado estrecho.
 
Otto se mostró agradecido y calmado con Moreno. Dejó su despacho entre aplausos y lágrimas. No dijo si será candidato el 2021, aunque habló de un proyecto amplio, renovador y disruptivo para las elecciones más importantes de la historia.
 
Quince años después las formas se repiten. La diferencia es que el joven Ministro de Economía hablaba de soberanía e izquierda, delineando un proyecto económico –aunque fallido– que conectó con el votante. Desde su idea de país, giraba el debate nacional.
 
Al joven exvicepresidente aún le falta crear la receta de su plan de salvación. Es claro y positivo que repudie un modelo concentrador de poder parecido al de Correa y Venezuela, pero aún no se vislumbra la agenda por donde quiere trabajar, más allá de sus ideas generales de dinamizar la producción, el emprendimiento o mostrarse intolerante con la corrupción. 
 
Para cuando Correa dejó a Palacio para soñar con el palacio, ya se conocían a muchos de los personajes que estaban detrás de él, como Gustavo Larrea, Alberto Acosta y Ricardo Patiño. Hoy, el mapa de aliados de Sonnenholzner es difuso, extendiéndose una tela de dudas por el alto nivel de oportunismo que puede brotar en un proyecto político que tendrá que estar listo y convencer en pocos meses. 
 
Hasta el momento, el factor sorpresa le ha resultado exitoso. El país aprendió a pronunciar su apellido y a verlo con mascarilla recorrer hospitales colapsados sobre la plataforma de una maquinaria estatal que lo potenció como candidato en un nuevo ambiente de personalismos.