Falsificar la historia

Carlos Rojas Araujo

Con las excusas del Ministerio de Educación y de una editorial que publicó, –sin una revisión final–, textos de bachillerato con apología al correísmo se quiere asegurar que el intento de fraude a la historia ecuatoriana ha sido controlado.
 
Como esa cartera de Estado admitió que el correísmo quiso adoctrinar a los jóvenes estudiantes del sistema educativo, las reflexiones políticas y las investigaciones judiciales por semejante abuso de poder no pueden quedar de lado.
 
La construcción de la historia debiera ser un ejercicio colectivo, pero este privilegio siempre ha estado en manos de los poderosos y autoritarios. Un proyecto encaminado a durar 300 años no solo requería de una Constitución hipercontroladora, un sistema judicial sometido al gobierno y leyes electorales que multiplicaran los votos para tener más escaños. Lo urgente era contar con una ciudadanía funcional, a la que desde su corta edad se le inculque la adhesión a una corriente política tan buena o tan perversa como las tantas que gobernaron el Ecuador desde sus inicios.
 
El fenómeno de la posverdad inquieta al mundo por la capacidad de las redes sociales de soslayar los argumentos y los datos duros, dando rienda suelta a los pensamientos que surgen de lo emotivo y muchas veces del estómago. Pero en este país se pretendió echar raíces profundas desde el terreno educativo. “Es la corrupción de la integridad intelectual”, diría el británico A. C. Grayling a la hora de construir toda esta teoría que envuelve el discurso de lo público.
 
Por eso es que como ecuatorianos nos indignamos porque a un evento académico sobre los 40 años de democracia hayan invitado a los expresidentes de la ‘larga noche neoliberal’ y no porque el correísmo posicionara su relato en la gente más joven, donde el estatismo como modelo económico y sus gestores latinoamericanos como Chávez y Castro (grandes fracasos de la historia) cuentan más que la Doctrina Roldós, los extensos planes de alfabetización de los años 80 o el consenso nacional para conducir una guerra y construir la paz. Si de saqueo, atropello a las libertades, sobre endeudamiento y fracasos económicos quiere hablar el correísmo para desmerecer el pasado, cabe esperar a que la justicia, endeble todavía, le exija cuentas por el festín de la década ganada. 
 
En la posverdad, asegura Grayling, el tejido de la democracia está expuesto a un daño profundo. El desorden en los conceptos, el fanatismo con el que se discuten las ideas y se defienden caudillos le permiten sostener que el mundo respira un aire tan enrarecido como el que antecedió a la Segunda Guerra Mundial.
 
La polarización no ha perdido ímpetu en el Ecuador. Y si la falta de consensos le impide reconstruir la justicia y el Estado pleno de Derecho, difícilmente emprenderá una reedición más objetiva de su historia reciente. Así, el país seguirá cuestionando la charla vía Skype de Mahuad, pero inadvirtiendo el grave atropello que significa falsificar la historia a través de textos escolares.