¿Esa derecha...? No, gracias

Carlos Rojas Araujo

Mauricio Macri, Jair Bolsonaro e Iván Duque no merecen la solidaridad de la derecha latinoamericana; merecen una crítica contundente. A los partidos, agrupaciones, líderes y pensadores que comulgan con esta corriente (desde una concepción liberal contemporánea), puede resultarles letal caer en un espíritu de cuerpo, sin comprender que la mera conquista del poder es insuficiente para cambiar la región.
 
Se necesita más que políticos estridentes de discurso irresponsable o presidentes manipulados por el marketing político o el caudillo de siempre. Si la derecha quiere gobernar debe impulsar programas y promover cuadros comprometidos; mirar a la sociedad. Lo contrario es ver cómo Argentina se hunde en la desesperanza económica, Brasil pierde su reputación internacional y Colombia vuelve a los años de la guerra.
 
Es verdad, el momento en el que llegaron Macri, Bolsonaro y Duque demandaba la adopción de medidas duras y cambios drásticos en la conducción de los Estados. Pero también, un sentido de trascendencia y liderazgo.
 
Macri se perdió en una asesoría edulcorada, donde lo único importante era ser simpático, descuidando los apremios fiscales que le obligaban a tomar medidas inmediatas. Improvisó en la conducción de un Estado quebrado y corrompido; evitó desgastarse al principio, pero se quemó al final, cuando los problemas se habían multiplicado. Terminó como un presidente fallido, que se lamenta por sus errores y cae en la demagogia de último minuto a ver si se acerca un par de puntos al kirchnerismo, que puede volver sin dar cuentas por sus desfalcos.
 
Brasil tiene un gobierno insólito. Bolsonaro llegó con el aplauso del odio, el relativismo y lo absurdo; y cuando medio país se le incendia, sus excusas no tienen credibilidad. Un mandatario moderno y sensato no puede desmerecer la discusión política sobre el medio ambiente y menos, debilitarla en función de su idea de expandir las fronteras agrícolas, porque la productividad y la eficiencia no se miden en grandes extensiones. El presidente Bolsonaro, que en un año ha consumido más de la mitad de su capital político interno por su mala gestión económica, es el centro de la crítica mundial por su discurso incendiario.
 
Duque generó preocupación desde el principio. Se sabía que el presidente más joven de Colombia iba tener en sus espaldas al caudillo más influyente de las últimas décadas. A Álvaro Uribe nunca le interesó el acuerdo de paz con las FARC y ahora, su agenda de la guerra interna y el glifosato, puede despertar en un país harto de la zozobra.
 
El esquema que se logró con la guerrilla tuvo vacíos y debilidades; que su músculo económico –el narcotráfico– nunca logró disminuir. Pero Duque se enredó en los conceptos, no construyó una propia identidad. Su misión está en fortalecer una política de Estado que vaya más allá de una guerra interminable que tanto apasiona a Uribe. 
 
Venezuela, Ecuador o Bolivia fueron laboratorios donde la izquierda arrojó distintos resultados; la derecha continental tiene la obligación de mirarse en Argentina, Brasil y Colombia y empujar una doctrina sensata que no la condene al fracaso. Aún está a tiempo.