El espejo de Alan García...

Carlos Rojas Araujo

¿Se nos fue la mano en la lucha contra la corrupción…? Fernando Vivas se hizo esta pregunta en el obituario sobre el expresidente peruano Alan García que recoge la edición de El Comercio de Lima, al día siguiente de su insólito suicidio. Su pieza periodística devela una doble tragedia: traza en unas líneas lo más relevante de uno de los más importantes políticos peruanos y, a la vez, se pregunta si la cruzada que lleva ese país, para develar la estela de fraudes, desfalcos, coimas y amarres que dejó el escándalo Odebrecht, terminó en una hoguera de odio, revanchas y persecución.
 
Cuando todo el mundo saludaba, entre 2007 y 2009, la solvencia del sistema judicial del Perú al condenar al expresidente Alberto Fujimori, por delitos de lesa humanidad, hoy se reflexiona, con una muerte impresionante de por medio, sobre su peligrosa politización. No es para menos, a los presidentes peruanos de los últimos 34 años les guiña la cárcel.
 
Experto en el arte del sofisma y la victimización, el expresidente Rafael Correa dedicó su tuit de condolencias para señalar que Alan García no se suicidó, sino que la persecución injusta, el daño a la honra y el haber jugado con su libertad lo asesinaron. Casi en un tono heroico, dijo que el sacrificio del dirigente peruano nos sirva a todos de lección.
 
Buena dosis de oportunismo para echar más lodo a una justicia que en Ecuador tiene la obligación moral de investigar su gobierno, el más largo, poderoso y con más dinero de toda la historia. Un gobierno que bloqueó la fiscalización y asedió con descaro a los opositores.
 
Por eso, el columnista peruano Carlos Basombrío pide no caer en la trampa del dolor y la vergüenza que emana del suicidio de un hombre de las dimensiones de García. El daño de Odebrecht –insiste– ha sido inmenso y su país merece justicia.
 
En Ecuador, esa justicia hace gala de su inoperancia y opacidad; da pie a que la mayoría de los ecuatorianos la califique de correísta y corrupta, mientras que la otra porción, con los prófugos Fernando Alvarado y Ricardo Patiño a la cabeza, la acusa de ensañarse con la década ganada y de perseguirlos sin fundamentos ni procedimientos claros.
 
Desde esa dicotomía, el país pierde tiempo y esperanzas. La popularidad de la transición se hunde, mientras el caudillismo busca alimentarse de esta saga de torpezas, errores administrativos, excesos policiales y yerros políticos y comunicacionales. Todo esto a vista y paciencia de los otros dirigentes políticos que tienen la mente puesta en 2021.
 
Las bravatas públicas de la fiscal Diana Salazar perderán fuerza si no se muestran resultados. Ecuador no quiere tener un Alan García inmolado; exige un Poder Judicial al que se lo mire con respeto y confianza, para que los políticos investigados vociferen desde la cárcel o se reivindiquen ante el país desde la tribuna de la honorabilidad.