Escúchame por favor

Alegría Crespo

POR ALEGRÍA CRESPO
 
Recuerdo las tardes alrededor de la chimenea cuando era niña, horas interminables de conversación, de escuchar a los adultos contar sus experiencias de niñez, de sus travesuras, de los tíos abuelos, de sus amores de juventud. Realmente llegábamos a compenetrarnos mucho como familia al conocernos mediante el diálogo. Las sobre mesas eran largas, no había apuro por levantarse con toda rapidez después del almuerzo o de la cena. Siento nostalgia por esa vida sin invasores tecnológicos, por esa vida en la cual nos enfocábamos en lo real, en lo presente.
 
Los nativos digitales ya han nacido con ese chip y su forma de relacionarse es en gran parte, a través de los dispositivos móviles. Comienzan relaciones así, terminan relaciones así. Incluso, al terminar una relación: desaparecen a través de un bloqueo digital. Esto sucede tan a menudo que ya existe un verbo instaurado “ghosting” (fantasmear), porque literalmente al terminar una relación, se convierten en fantasmas.
 
Tal vez soy algo chapada a la antigua y creo mucho en los rituales de comunicación. Creo en llamar por el cumpleaños a quien te importa, creo en ver a los ojos y escuchar con atención.
 
Actualmente vivimos con la mirada hacia abajo, viendo el celular. Muchas veces quien nos habla, solo necesita que alcemos la mirada, que lo escuchemos, no con la necesidad de una respuesta, sino porque necesita sentirse escuchado. ¿Cuántas veces hemos sentido esa necesidad? Pues yo, a diario. Sin embargo, es complejo encontrar a alguien que real, profunda y auténticamente, escuche.
 
Se ha perdido tanto el saber escuchar con pausa que hoy en día dentro de las habilidades blandas y el trabajo en equipo se hace hincapié en la “escucha activa”. ¡A qué punto hemos llegado! Recordemos a Honoré de Balzac, quien dijo: “No escuchar al que nos habla, no solo es falta de cortesía, sino también de menosprecio. Atiende siempre al que te hable; en el trato social nada hay tan productivo como la limosna de la atención”.
 
Veo como la comunicación va cayendo a pedazos con mensajes cortos, fríos y que pueden ser tergiversados por el receptor. Que te quede algo práctico si has llegado a leer esta columna, que sepas volver a dar importancia al diálogo y que trabajes en cuán bien estás escuchando y poniendo atención a quien te necesita. Que trabajes en ese arte sencillo, pero poderoso y necesario: el arte de escuchar.
 
Vivimos en una sociedad ávida por ser escuchada, seamos protagonistas del cambio.