El costo de la libertad

Alberto Acosta-Burneo

Es fácil amar el socialismo para quienes no han vivido sus resultados finales. Por los caprichos del destino, viví dos años en la Unión Soviética, que suponía ser la superpotencia sobreviviente detrás de la cortina de hierro. Sin embargo, se trataba de un muerto viviente, un sistema económico inviable que implosionaría en pocos meses…
 
Fui testigo de un régimen socialista en donde los individuos habían cedido toda su libertad a un Estado represivo; en donde la acción de las personas no se realizaba para satisfacer sus propios deseos, sino los de un tercero (el burócrata de turno en el partido comunista). El problema de fondo no fue una “mala aplicación” del socialismo, sino un antagonismo irreconciliable entre la coerción Estatal y la libertad individual; entre la violencia y la naturaleza humana de buscar incansablemente una vida mejor.
 
Desde una perspectiva económica, el socialismo es inviable porque destruye el sistema de precios, que es un mecanismo espontáneo de comunicación entre millones de consumidores y productores. Cuando un precio sube, los consumidores envían un mensaje a los productores indicando que desean más de ese producto. Este mensaje (precio más alto) es un incentivo para actuar, los productores reaccionan elevando su producción. Este mensaje se transmite a lo largo de toda la cadena productiva logrando un uso eficiente de los recursos escasos.
 
Al no contar con el lenguaje de comunicación vía precios, la economía socialista no tiene cómo asignar recursos a los usos más urgentes para los consumidores. Es así, que en aquellos años era fácil obtener grandes cantidades de caviar, pero se requerían cupones de racionamiento para comprar azúcar o gasolina.
 
El sistema productivo no estaba alineado con las necesidades de los consumidores. Sin “semáforo” en los precios, las prioridades de producción se colocaban desde “arriba” a través de la planificación central. Ya no eran los consumidores, sino un grupo de “iluminados” quienes decidían qué era prioritario producir y qué no.
 
La destrucción de precios también impide que los ingresos vayan a quien sirve mejor a los clientes (y por eso tiene más ventas). En un sistema socialista, la distribución de los ingresos depende de la cercanía al partido gobernante. Quienes estaban más cercanos al poder podían gozar de una vida de lujo, dachas (casas de campo), clubes, etc., para todo el resto: privación.
 
Mientras el socialismo solo ha creado pobreza y muerte, el capitalismo a través de la libertad ha sacado de la pobreza a más personas que en cualquier otra época de la historia de la humanidad. (Our World in Data)
 
Para preservar la libertad hay que permitir que cada individuo mantenga una esfera privada que lo proteja de la interferencia de terceros; limitar el poder del Estado a través de una Constitución con pesos y contrapesos adecuados; definir claramente la función del Estado para que proteja los derechos individuales a la vida, a la libertad y a la propiedad. El costo de la libertad, es luchar permanentemente para defenderla de los avances de la coerción de un Estado totalitario.