El cáncer más grave

Alberto Acosta-Burneo

A Ecuador lo corroe un cáncer más grave que cualquiera que haya sido descubierto por la ciencia: la desconfianza. Nos hemos enfocado en crear capital físico (carreteras, puentes, maquinarias, etc.) como vía para desarrollarnos, pero hemos descuidado ampliar un capital igual de importante: el capital cultural. Es decir, una sociedad en donde la confiabilidad forme parte de los valores de todos los individuos; en donde la sanción social sea suficiente para evitar la mayoría de abusos sin necesidad de ir a la justicia. Una cultura de honestidad…
 
La desconfianza tiene profundos impactos económicos porque obliga a monitorear que no se produzcan abusos. Esta supervisión adicional eleva los costos de producción y nos lleva al dilema de ¿quién monitorea a los monitores? Al final del día, estamos destinando valiosos recursos para controlar, en vez de producir.
 
¿Existe alternativa? Sí, podemos crear una cultura acorde con los requerimientos de una economía próspera. Una cultura que maximice las relaciones voluntarias porque son las únicas en las que siempre ambas partes salen ganando.
 
Desde la esfera individual, empecemos por respetar la fila, por devolver lo que encontramos que no nos pertenece, por cumplir nuestras promesas... Desde la esfera pública, impulsemos leyes que creen incentivos para adoptar actitudes honestas y castiguen la deshonestidad. Por ejemplo, aranceles excesivos premian la deshonestidad (engañar al fisco vía contrabando). Es lamentable que al pícaro le vaya mejor en su negocio que al que actúa honestamente. Lo mismo ocurre con la maraña regulatoria del Estado que transforma la honestidad (formalidad) en una “cosa de tontos”.
 
Adicionalmente, las leyes deben garantizar un respeto irrestricto a los derechos de propiedad. Esa es la única vía para reducir los recursos que se destinan a: monitorear la deshonestidad, proteger la propiedad y garantizar el cumplimiento de los contratos. Respetar los derechos de propiedad beneficia incluso a quienes no tienen propiedad, porque reduce los costos de producción permitiendo que los ciudadanos compren bienes y servicios más baratos.
 
Abrámonos al mundo para aprender de otras culturas que han sido favorables al avance económico. La migración también puede ser una inyección de capital cultural. Muchos migrantes llegan a nuevas tierras sin ninguna propiedad, pero traen el mayor y único tesoro que no puede destruirse con guerras: el capital cultural.
 
La acumulación de capital cultural se verá reflejada en la creación de instituciones que impulsen la productividad y el crecimiento económico en el largo plazo. En materia formal, incluye: garantía al imperio de la ley, transparencia y existencia de pesos y contrapesos. En materia informal, incluye: códigos de conducta y convenciones que premien valores como la laboriosidad, creatividad y flexibilidad. Sus beneficios no solo impulsarán la economía, sino que mejorarán la vida diaria de las personas. ¡Es hora de abandonar la “ley del más vivo”!