Aislamiento Endémico

Alberto Acosta-Burneo

Por: Alberto Acosta-Burneo
 
El coronavirus no solo ha puesto en riesgo la vida de miles de personas, sino que también está atacando los cimientos de la prosperidad mundial. Para defendernos del virus nos hemos visto obligados a refugiarnos en nuestras casas, a reducir al mínimo la interacción con otras personas, a cerrar las fronteras... Afortunadamente este aislamiento forzoso será temporal. Podemos confiar que la inteligencia humana y el avance de la ciencia permitirá pronto encontrar una cura.
 
Sin embargo, el aislamiento que actualmente es necesario para evitar la propagación del virus no es nuevo en el país. El aislamiento es una tendencia endémica que nos impulsa a refugiarnos en el proteccionismo, los mercados cautivos, controles a flujos de capitales, barreras migratorias, etc. Esta es una buena oportunidad para recordar qué políticas crean prosperidad y cuáles la destruyen. Expliquemos.
 
La vida en el mundo moderno se basa en la acción concertada entre individuos o cooperación social. Los individuos reconocen que cualquier actividad realizada en cooperación, bajo la división del trabajo, es más efectiva que el trabajo aislado. Todos nos necesitamos mutuamente.
 
Si por el aislamiento, Pepe debe sembrar sus propios alimentos y, además, dedicarse a su profesión de ingeniero, su productividad será baja. Reducirá el tiempo que puede destinar a aquello que sabe: ingeniería. Lo mismo le sucede a Juan, quien sabe mucho de agricultura y poco de ingeniería. Es más eficiente que Pepe compre sus alimentos a Juan, con amplia experiencia en agricultura, y que Juan contrate a Pepe para que le construya una casa. Todos ganan de esta especialización.
 
El aislamiento reduce las opciones de cooperación social. Nos obliga a dejar de comprar bienes y servicios del resto. El efecto inmediato es la caída drástica en la productividad y en el nivel de vida. En nuestro ejemplo, durante el aislamiento Pepe tendrá que dedicar parte de su tiempo a cultivar sus propios alimentos reduciendo el tiempo que le puede dedicar a la ingeniería, bajando su nivel de ingresos.
 
Huyamos del espejismo de pensar que puede existir bienestar en una “idílica sociedad primitiva” encerrada en sí misma. Ese tipo de organización social, que existió durante miles de años, mantuvo a los seres humanos viviendo en pequeñas aldeas en un estado de pobreza extrema. Todos debían hacer las mismas tareas, en vez de especializarse en aquello en lo que se destacaban.
 
Para elevar el bienestar, debemos impulsar la iniciativa individual y la cooperación voluntaria entre individuos. La globalización permite incrementar los beneficios mutuos de la especialización: yo me dedico a lo que soy bueno y compro al resto, aquello que ellos son buenos. El resultado es un mejor nivel de vida para todos. ¡Solo elevaremos nuestra capacidad de generar bienestar, acelerando nuestra integración con el mundo!