El reino mágico

Cada cuatro años el Mundial de fútbol es un reino mágico donde todo puede ocurrir. Volvemos a ser niños ingenuos con la capacidad de creer en lo imposible.
Sébastien Mélières
Foto: GLYN KIRK / AFP

Para mí el Mundial empieza cuando sale a la venta el álbum Panini. Llenarlo e intercambiar cromos con amigos y desconocidos no es más que calentar el cuerpo antes del partido inaugural. Abrir cada sobre es como soplar las velas de tu cumple y pedir un deseo. Cuando lo terminas, lo guardas en un lugar seguro y llamas a tus amigos para decirles que ya está, ¡el Mundial ya puede empezar!

El Mundial significa ser niño otra vez. Nadie te puede contradecir, se puede llorar y sonreír. Cualquier comentario desubicado o chiste malo es permitido. Cuando tu país juega, te conviertes en DT y patriota apasionado. No hay argumentos malos, todo vale, todo es posible. Recuerdo haber visto a mi padre llorar cuando Francia perdió con Alemania en semifinales de España 1982. Yo tenía 12 años y este partido me regaló un momento de eternidad con mi papi. El hombre que veía como una roca indestructible se quebró y ese día nos pertenece para siempre.

El Mundial fabrica recuerdos, nos transforma y nos pone a flor de piel. A partir del 20 de noviembre el planeta rueda más lento porque millones de personas estarán viendo 64 partidos cuyos guiones no están escritos. El Mundial no tiene razas, edades ni sexo, todos somos iguales ante un balón que rueda a su antojo. Cuando Francia ganó su primer mundial en 1998 llamé a mi mami y gritaba al teléfono: ¡Ganamos, ganamos! Creo que este día escuché los mayores gritos de una mujer normalmente tranquila y discreta que ese día deambulaba en los Campos Eliseos bailando y tomando algunas copas con una muchedumbre que gritaba: ¡Zizou presidente!

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Llegó el gran día. Podemos soltarnos, abrir la llave de nuestras emociones, bajar el breaker de la monotonía. Nada será igual durante un mes. Los amigos se reunirán, los bares y cafetería se llenarán, las pantallas se iluminarán en los rincones más humildes y prósperos del mundo. Nos pondremos de cabeza por un balón, una copa, un sueño...

Soy francés y vivo en Ecuador desde hace tanto tiempo que mi corazón vacila definitivamente con la Tri. Ecuador va por su cuarto mundial y nunca estuvo tan fuerte y preparado, la hazaña está cerca. En la mira de todos está un planeta dorado sostenido por dos figuras humanas, un trofeo que pesa 6,142 kg y una tonelada de sentimientos.

Mientras tanto, el corazón del Ecuador palpita por 26 jugadores que representan una de las selecciones más jovenes del mundo. Hoy todos somos potenciales ganadores de este gran evento deportivo. Volvimos a ser niños, como en un último respiro repasamos nuestro álbum Panini. En las páginas 10 y 11 están Piero, Ángelo, Felix, Moisés, Gonzalo... Pegamos cada cromo como si fuera la foto de nuestro pasaporte por la eternidad.

Algunos dicen que es solo fútbol...

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