De la locura y Scorsese

La pluma de Juan Bone.
Redacción Hogar
El director cinematográfico Martin Scorsese. Foto: IG @martinscorsese_

El escritor chileno, Roberto Bolaño, decía que los personajes en la literatura son encarnaciones de la locura cotidiana. Su pensamiento es trasladable al cine.

Hace unos días volví a ver la película “Pandillas de Nueva York”, dirigida por Martin Scorsese, y la frase de Bolaño vino a mi mente, casi con su voz, como un fantasma de lentes redondos susurrando con su acento ambiguo las palabras: “locura cotidiana”. Repasaba las acciones de estas tribus de maleantes dispuestos a matar por poco menos que territorio, y en el fondo, siempre por poder. ¿Podría definirse esto como locura cotidiana?

El diccionario de la RAE define la palabra locura como: “alguien privado del juicio o la razón” o “acción que, por su carácter anómalo, causa sorpresa”. Al leer esta amplia definición, empecé a sospechar que, tal vez, yo podría estar loco, o que al menos, he estado loco momentáneamente. Ahora voy más lejos. Que lance el primer juicio el que no ha querido atacar al colado de la fila del cine, cuando se hacía fila, o el que en un arranque emocional no ha traicionado sus principios en favor de la desmesura. Pienso en Rimbaud y en la hybris de los poetas sin timón y en el delirio, del verso de Gilberto Owen. El que no se ha sorprendido a sí mismo alentando al villano de la película, deje de leer este texto, no pierda más su tiempo.

Creo que los humanos somos la encarnación de la locura cotidiana. Lo terrible en verdad, es la locura que nos exilia del resto, pero no entraré en ese tema. Si no hubiese locura, no habría historias: a nadie le interesa escuchar sobre la sobriedad del Papa, o sobre las elecciones saludables de un hombre cualquiera; pero nos capturan los tabloides de la prensa amarilla, lo insólito, el terreno fantástico de lo impío.

Al final del día, Galeano no se equivocó, estamos hechos de historias. La opción que nos queda es que nuestras vidas cuenten la historia que nos gustaría leer.

No puedo negar que, si el encargado de convertirnos en personajes literarios fuera el escritor británico Robert Louis Stevenson, sin duda nuestros nombres perdurarían por algo más de tiempo antes de que llegue el dulce y necesario olvido. Pero hasta que eso suceda, podemos seguir confiando en que seguirán existiendo las películas y el cine, y la libertad que tenemos de balancear nuestra locura en el escenario de la vida.

Tal vez, la “ventaja” que tuvo Martin Scorsese (MS) a la hora de crear personajes, es haber crecido a mediados del siglo XX, en el barrio Little Italy en Nueva York; un momento de la memoria norteamericana en el que la mafia italiana era dueña de todo. Los malevos sicilianos y calabreses, en sus trajes de solapas grandes y cabellos engominados, patentaron la elegante violencia, es decir, mataban con ametralladoras mientras conducían un Mercury Eight negro, con asientos de cuero, y luego frecuentaban restaurantes y bares también lujosos, donde familias enteras de criminales disfrutaban de los placeres vacuos del poder. Todo esto lo vio Martin, a veces a la distancia, otras, tal vez por accidente, fue testigo en primera fila.

Es “normal” que el director de Hollywood llevara a la pantalla a hombres y mujeres obsesionados con el poder, atraídos por la violencia, pero profundamente humanos en sus contradicciones.

La cotidianidad, así como la locura, cambia dependiendo del lugar y la era, la violencia de hoy no es igual a la de las batallas entre los pueblos de espada y escudo. Los personajes limitados por la época contemporánea ejercen su poder desde la hipocresía de la violencia encubierta: la pistola que apunta por debajo de la mesa o el hacker que activa las bombas desde la comodidad de su casa.

La genialidad de MS al momento de trasladar personajes a la gran pantalla, es que nos lleva en un viaje a la oscuridad del corazón humano y, no sé ustedes, pero es un viaje del que como espectador no busco huir. Al contrario, me encuentro encarnando a Jordan Belfort en el “Lobo de Wallstreet”, aliento su proceso decadente, lo aplaudo cuando evade la inteligencia policiaca y se aprovecha del sistema. Quiero resolver el crimen junto a Teddy Daniels en “La Isla Siniestra”. Gobierno Las Vegas y mi nombre es Nicky Santoro en la película “Casino”. Me toma horas e incluso días, luego de algunas tazas de café y solitarias disquisiciones en la ducha, concluir que verdaderamente no es ese el tipo de locura que me aqueja, ni el tipo de vida que busco, aunque, secretamente, cuando vuelvo a ver la película, mi corazón aplaude el caos.

El diccionario de la RAE define la palabra locura como: “alguien privado del juicio o la razón” o “acción que, por su carácter anómalo, causa sorpresa”. Al leer esta amplia definición, empecé a sospechar que, tal vez, yo podría estar loco, o que al menos, he estado loco momentáneamente. Ahora voy más lejos. Que lance el primer juicio el que no ha querido adornar de epítetos al que se cola en la fila del supermercado, o el que en un arranque emocional no ha traicionado sus principios en favor de la desmesura. Pienso en Rimbaud y en el Hybris de los poetas sin timón y en el delirio, del verso de Gilberto Owen. El que no se ha sorprendido a sí mismo alentando al villano de la película, deje de leer este texto, no pierda más su tiempo.

Creo que los humanos somos la encarnación de la locura cotidiana, lo terrible en verdad, es la locura que nos exilia del resto, pero no entraré en ese tema. Si no hubiese locura, no habría historias: a nadie le interesa escuchar sobre la sobriedad del Papa, o sobre las elecciones saludables de un hombre cualquiera; pero nos capturan los tabloides de la prensa amarilla, lo insólito, el terreno fantástico de lo impío. Al final del día, Galeano no se equivocó, estamos hechos de historias. La opción que nos queda es que nuestras vidas cuenten la historia que nos gustaría leer.

No puedo negar que, si el encargado de convertirnos en personajes literarios fuera el escritor británico Robert Louis Stevenson, sin duda nuestros nombres perdurarían en las memorias por algo más de tiempo antes de que llegue el dulce y necesario olvido. Pero hasta que eso suceda, podemos seguir confiando en que seguirán existiendo las películas y el cine, y la libertad que tenemos de balancear nuestra locura en el escenario de la vida.

Tal vez, la “ventaja” que tuvo Martin Scorsese (MS) a la hora de crear personajes, es haber crecido a mediados del siglo XX, en el barrio Little Italy en Nueva York; un momento de la memoria norteamericana en el que la mafia italiana era dueña de todo. Los malevos sicilianos y calabreses, en sus trajes de solapas grandes y cabellos engominados, patentaron la elegante violencia, es decir, mataban con ametralladoras mientras conducían un Mercury Eight negro con asientos de cuero, y luego frecuentaban restaurantes y bares también lujosos, donde familias enteras de criminales disfrutaban de los placeres vacuos del poder. Todo esto lo vio Martin, a veces a la distancia, otras, tal vez por accidente, fue testigo en primera fila. Es “normal” que el director de Hollywood llevara a la pantalla a hombres y mujeres obsesionados con el poder, atraídos por la violencia, pero profundamente humanos en sus contradicciones.

La cotidianidad, así como la locura, cambia dependiendo del lugar y la era, la violencia de hoy no es igual a la de las batallas entre los pueblos de espada y escudo, los personajes limitados por la época contemporánea ejercen su poder desde la hipocresía de la violencia encubierta: la pistola que apunta por debajo de la mesa o el hacker que activa las bombas desde la comodidad de su casa.

La genialidad de MS al momento de trasladar personajes a la gran pantalla, es que nos lleva en un viaje a la oscuridad del corazón humano y, no sé ustedes, pero es un viaje del que como espectador no busco huir. Al contrario, me encuentro encarnando a Jordan Belfort en “El Lobo de Wallstreet”, alentando su proceso decadente, lo aplaudo cuando evade la inteligencia policiaca y se aprovecha del sistema. Quiero resolver el crimen junto a Teddy Daniels en “La Isla Siniestra”, gobierno Las Vegas y mi nombre es Nicky Santoro en la película “Casino”. Me toma horas e incluso días, luego de algunas tazas de café y solitarias disquisiciones en la ducha, concluir que verdaderamente no es ese el tipo de locura que me aqueja, ni el tipo de vida que busco, aunque, secretamente, cuando vuelvo a ver la película, mi corazón aplaude el caos.

Tráiler oficial del filme "El Lobo de Wallstreet" (2013).

Por Juan Bone - juanbonez1988@gmail.com - IG: @juan_bone_z / Fb: juankbonillaa