Una “Fiebre de Carnaval” que se expande bajo la pluma de la escritora Yuliana Ortiz Ruano

La primera y laureada novela de la escritora esmeraldeña, Yuliana Ortiz Yuano, “Fiebre de Carnaval”, transita entre lo trágico y lo festivo para contar la historia de Ainhoa.
Gabriela Pinasco Nájera
La escritora esmeraldeña Yuliana Ortiz Ruano narra desde un 'lenguaje nación' su primera novela "Fiebre de Carnaval".

“El carnaval es la puerta abierta hacia el desvarío, la locura y la joda eterna”.

La primera y laureada novela de la escritora esmeraldeña, Yuliana Ortiz Yuano, “Fiebre de Carnaval”, navega entre lo trágico y lo festivo para contar la historia de Ainhoa, una niña deslenguada y ocurrida que comparte sus aventuras a los árboles de guayaba, mango y chirimoya que se asoman por su ventana. Esa infancia despreocupada se va desvaneciendo conforme crece y debe enfrentar diversos círculos de violencia y machismo.

“Tal vez me quede atrapada en este cuerpo afiebrado para siempre, pienso, con la piscina agrietando mi cerebro, entrándome agua hasta el fondo del cuerpo como un globo inflado para reventarlo en la jeta de alguien en carnaval”.

El carnaval no acaba. Esta obra publicada por el colectivo editorial Recodo Press en Ecuador y por La Navaja Suiza en España, ganó en enero el Premio IESS a la Ópera prima en Italia; está en la lista de Los 50 Mejores Libros de 2022 de la revista Babelia del diario español El País y Vanity Fair España la recomendó en su lista de libros para obsequiar en fin de año.

“Caminé en medio de botellas de cervezas rotas, de señores y señoras culiando. De música cada vez más alta, de olores que mi nariz no podía nombrar: estaba en el centro del corazón pujante del carnaval”.

Leer “Fiebre de Carnaval” es un viaje lírico que explota en los sentidos, los olores a sudor y otros fluidos, el fogonazo húmedo del manglar, la vibración desatada del bombo y el cununo, el gusto de un buen tapado arrecho y el contraste ecuatorianizado entre paraíso marino y pueblo olvidado.

“Abro la boca y lo que sale es un vaho que no mastica el sonido real de la palabra”.

En esta entrevista, Yuliana cuenta parte de su historia bifurcada entre la provincia verde de Esmeraldas y la caótica Guayaquil, que la impulsaron a escribir los poemarios “Sovoz”, “Canciones del fin del Mundo” y “Cuaderno del Imposible retorno a Pangea”. Desde la intimidad de una sala de lectura casi vacía en la Biblioteca de la Universidad que la licenció en Literatura, habla también del racismo y la negritud que transcurren en su narrativa, no como activista, pero sí como escritora afrodescendiente.

"Fiebre de Carnaval" narra la historia de Ainhoa, una niña deslenguada y ocurrida que comparte sus aventuras a los árboles de guayaba, mango y chirimoya que se asoman por su ventana.

¿Cuándo notaste que tenías esa narrativa en ti?

Si lo veo en retrospectiva, pienso que desde la infancia vivía ese encuentro con la literatura, mi familia tiene un vínculo muy fuerte con los libros, pero no un vínculo letrado, sino bastante lúdico con la literatura. La palabra siempre está mediando los juegos, las conversaciones, los encuentros, lo poético siempre hace que nos encontremos de alguna manera.

¿Qué eventos te motivaron a escribir en un comienzo?

Hay muchos eventos, pero el que yo digo “esta es la cosa por la que quiero escribir”, fue cuando vine a vivir a Guayaquil, todo el caos, toda la locura de la ciudad, es una ciudad rara y dura. Empecé a ser más reflexiva porque las dinámicas no eran amables, todo era una dinámica extraña que sigo sin entender, eso hace que uno se ensimisme y escribía mucho pensando en la ciudad, pensando en la calle, en los buses, todo lo que es habitar Guayaquil.

¿Puede haber simbiosis en esa falta de lógica dentro de una ciudad caótica como Guayaquil?

No me siento en simbiosis, pero creo que Guayaquil, sin idealizar el caos, sí te hace crear o pensar cosas y ese pensar me hace escribir. Siento que se me quedan las cosas tanto en la cabeza y empiezo a pensar en torno al cuerpo, al humano, a las personas, a la gente, a la represión, a las festividades, todo me hace pensar porque todo es raro en Guayaquil.

¿Cómo llegaste en todo este proceso a escribir tu primer libro, Sovoz?

“Sovoz” es un poemario, escribía un poema cada año, en cuadernos sueltos, en los viajes y trayectos. Me motivó ese desarraigo con la casa porque cada vez que llegaba a mi casa en Esmeraldas sentía que ya no quería volver, que tenía ganas de quedarme en Guayaquil, pero estando acá tampoco me sentía en casa; ese extrañamiento que te dan las migraciones, cuando uno migra no es ni de acá ni de allá.

Dos años después publicaste “Canciones del Fin del Mundo”, ¿cómo conecta con tu historia?

Siempre me han gustado los mitos y sentía que en algún punto se conectaban con lo histórico, pero tampoco es vivencial, tampoco es memoria, es una mezcla entre la ficción, la rareza, lo mágico. Hice el ejercicio de pensar en las cosas que te pasan o que le pasan a las personas que están cerca, como si fueran un personaje de mitología, me parecía divertido.

Tu bisabuela era curandera, ¿por ahí viene esta conexión con lo mitológico y mágico?

Nunca la conocí, pero mi mamá tiene un vínculo fuerte con ella y creo que la conexión que tengo con lo mitológico viene también de la oralidad en Esmeraldas, siempre te cuentan historias de personajes míticos como el duende. Hay un real letrado que niega esa realidad y me gusta que haya un grupo de personas que se aferren a esa irrealidad. Pero también, porque a veces leyendo los mitos, mitología griega, nórdica o lo que sea, uno se da cuenta que de alguna manera se repiten patrones, y dices “bueno, ¿hasta qué punto esto es mitológico o era la forma que esas poblaciones encontraron para dar dar nombre a ciertas cosas?”.

Yuliana Ortiz Ruano tiene en su lista de obras los poemarios “Sovoz”, “Canciones del fin del Mundo” y “Cuaderno del imposible retorno a Pangea”.

¿Cómo cambió la Yuliana que escribió “Cuaderno del Imposible retorno a Pangea” de la que parió “Canciones del fin del mundo”?

Creo que esa voz escribiente de “Cuaderno del imposible retorno a Pangea” tiene que ver mucho con el desborde porque cuando lo escribí estaba estudiando, trabajando y en un grupo de investigación filosófica que era muy duro, dormía tres horas diarias de lunes a domingo. Pasaba ocupada y no tenía tiempo para dormir y por eso eran como notas, algunos son poemas largos, pero la primera parte son notas, comentarios, conversaciones que fui recopilando en mi cuaderno de trabajo.

Lo corpóreo es recurrente en tus poemarios, ¿por qué?

Porque me parece que el cuerpo es lo único que tenemos, es también lo que nos conecta con el mundo, es lo que nos expande, el cuerpo es lo que nos permite tocar las cosas, expandir las posibilidades humanas. El cuerpo es lo que nos permite experimentar el mundo, jugar con el mundo.

El cuerpo también es lo que nos permite bailar, una expresión nuclear de “Fiebre de Carnaval” y de tu vida asumo, porque además eres Dj.

Desde muy pequeña amaba bailar. Bailar genera otra forma de encontrarse con el otro, otras relaciones físicas.

“Fiebre de Carnaval” se cuenta desde la jerga y lo no formal, ¿por qué ese matiz?

Antes de empezar a escribirlo ya sabía que tenía que ser así. Encontré el concepto de lenguaje nación, de Kamau Brathwaite, un filósofo de Barbados, poeta e historiador, él dice que el lenguaje nación es la lengua que se desentierra o que emerge a través de los lenguajes de las personas afrodescendientes que fueron esclavizadas y que fueron enterrando ese lenguaje que no se les permitía hablar. Esta lengua enterrada o sumergida, emerge en la poesía popular.

¿Cómo hilaste ese lenguaje nación en tu libro?

Le preguntaba palabras a mi padre, a mi madre, a mis tías, a mis amigos, a mis amigas, hay algunas historias de gente que volví a contactar y me las contaban con su acento, fue como encontrarme con esas palabras que uno va enterrando porque también cuando migras no te entienden, cuando yo digo cumbamba no me entienden, la gente dice ¿qué te duele?, cumbamba es mandíbula en Esmeraldas. La forma en la que llevo esos conceptos que me hicieron despertar de alguna manera, fue en un espacio más coloquial, más divertido, más gozoso, más festivo también porque es un carnaval.

¿Un carnaval entreverado con tragedia en Esmeraldas?

Creo que lo trágico y lo festivo conviven. Tenemos una refinería en el casco urbano, la gente que vive alrededor de esa refinería tiene problemas de piel, tiene plomo en la sangre, hay unos problemas tangibles y reales que vienen también desde el Estado.

Es la provincia más pobre de la costa ecuatoriana..

Claro y hay mucha población afrodescendiente, cosa que no es casual. Sí se sufre y se goza, la vida es lo trágico y lo festivo hermanados. Sería bueno que cambiaran las posibilidades, porque a pesar de que la comunidad esmeraldeña es una de las más empobrecidas del Ecuador, tiene unos productos culturales muy interesantes. La comida de la costa es básicamente afroesmeraldeña, la gente produce literatura, música, poesía.

La escritora trabaja en varios programas de la Universidad de las Artes, en donde se graduó de la Licenciatura de Literatura con mención en Artes y Escritura.

¿Cómo hallaste esa voz de una niña de 8 años? No es fácil hacer ese ejercicio de volver a pensar como una niña.

Yo no pensaba como Ainhoa cuando era niña, creo que más que recordar mi infancia fue un ejercicio de encarnar una voz distinta, Ainhoa es como loca, muy deslenguada, ocurrida, loquísima y muy extraña. Por ahí la han querido psicoanalizar, pero no me interesa patologizar, me parece más divertido desbordar esos personajes.

¿Te sentiste Ainhoa en algún momento?

Más que sentirme, me gustaba verla, la visualizaba mucho en la cabeza, la dibujé, hice unos dibujos de cómo era el cabello, su cuerpo, cómo hablaba, la soñaba mucho. Me gustó ver y pensar ese mundo con unos ojos que no tienen todas las herramientas para ver. Además, me hizo pensar en la violencia de los cuerpos, de qué manera un cuerpo atravesado por la violencia sexual construye su lenguajes de supervivencia.

¿Fiebre de Carnaval es en parte una manifestación, desde el activismo feminista, de lo que se vive a diario en Ecuador?

Sí. Se me hace difícil decir que soy una activista feminista porque yo trabajo más desde la escritura y el cuerpo, pongo el cuerpo más en la academia y en la escritura que en otra cosa y prefiero no verme como activista, sino como escritora afro, que no es poco considerando el contexto en el que vivimos. No puedo obviar los contextos, es difícil no pensar en esa violencias, a mí me gusta hacerles frente, me gusta mirarlas a los ojos.

Tener referentes de mujeres escritoras afrodescendientes es importante y te hace pensar en este otro activismo del cual no se hace mucha bulla como sí ha pasado con el feminismo.

Nosotros vivimos en sistemas republicanos de blanquitud, entonces hablar de eso es ceder poder y hay mujeres que están en ciertos espacios y no quieren ceder su poder, no quieren que se les apunte su privilegio, sienten que nos dividen, pero no es dividir. Yo termino yéndome de las cuestiones como ser la cara de algo porque es muy difícil no replicar el poder y la tiranía. No me interesa pensarme como activista, pero como soy escritora e investigo y me interesa el feminismo, la negritud, la afrodescendencia, siempre voy a pensar en los cuerpos negros escribientes que no se leen y que no es un gesto menor la ausencia de estas personas en la academia, hay un sistema que los excluye, no arbitrariamente, sino que está consciente de esa exclusión y es importante que se sepa que hay otros, que hay otras formas, que hay otras revoluciones, que hay otras luchas, que hay otras escrituras y otras estéticas también.

¿Qué es lo más difícil que te ha tocado enfrentar y qué te has llevado de ello?

Lo que más me ha costado es el racismo, que la gente piense que porque soy una persona afrodescendiente no soy capaz, como que tengo que demostrar que sé para que la gente que está alrededor sienta que soy merecedora de ese espacio, cuando hay gente que llega y no hace nada. Eso ha sido el mayor impedimento para muchas cosas, para conseguir trabajos, aunque ahora que lo veo en retrospectiva, fue genial no haber conseguido esos trabajos porque gracias a eso me dediqué a escribir. Estaba desocupada porque no me contrataban, porque ‘no tenía buena presencia’, para muchos tener buena presencia es no ser negra, no tener afro.

Tu cabello, como el de Ainhoa son protagonistas.

Una vez cuando iba a trabajar a un colegio de Guayaquil me dijeron “tiene que agarrarse el cabello” y lo más divertido fue que tenían una foto gigante de Angela Davis. Cuando estudiaba ingeniería, una profesora no me quería dejar entrar con el cabello suelto a un laboratorio y le dije “si yo me amarro el cabello, se tienen que amarrar el cabello todas las compañeras”; ella no tenía el cabello amarrado, estaba claro que era porque yo era afro. El racismo es lo que más me ha impedido hacer cosas, por eso empecé a publicar afuera, tal vez porque no veían el cuerpo, no estaba la presencia, solo leían el texto y se publicaba, todas esas cosas igual son racistas, eso ha sido lo más complejo, la raza, ni siquiera el género.

Lo sigue siendo...

Sí, lo sigue siendo, es una cosa heavy.