¿Por qué no nos sentimos seguros?

El entorno social, económico y ambiental de una persona son factores que definen si se siente seguro o no. Cada alteración a ese entorno genera una reacción en cadena que afecta a todos, sin importar la clase social.
Nicole Landín
El concepto de seguridad humana se transformó en los últimos 30 años. Hoy se basa en factores dentro del entorno social, económico y ambiental.

El entorno social, económico y ambiental de una persona son factores que definen si se siente seguro o no. Cada alteración a ese entorno genera una reacción en cadena que afecta a todos, sin importar la clase social.

Es fácil entender porque el COVID-19 logró que la población se sienta más insegura. Pero la realidad es que esa sensación de temor y la falta de bienestar viene desde antes. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), seis de cada siete personas en el mundo, incluyendo quienes viven en los países más ricos, experimentan altos niveles de inseguridad.

El concepto de “seguridad humana”, que fue introducido por primera vez en el Informe de Desarrollo Humano de 1994, tuvo un cambio radical: arrancó como esa sensación de certidumbre relacionada a vivir en una zona geográfica “segura”. Hoy, casi 30 años después, desde la ONU se aclara que a medida que la tecnología avanza y la emergencia climática empeora, la seguridad depende mucho más que de fronteras.

Esta problemática ha tomado tanta relevancia en los últimos años que la ONU lo fija dentro de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en Salud y Bienestar. La meta de este ODS es garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades para construir sociedades más prósperas.

¿Evidencias del problema? Innumerables. Por ejemplo, la esperanza de vida se redujo 1,5 años a nivel global; cada 11 minutos es asesinada una niña o mujer por sus parejas o familiares; cerca de 700 millones de personas padecen de hambre en el mundo; el calentamiento global amenaza la vida de 40 millones de personas que podrían fallecer por las altas temperaturas; 1.200 millones de personas viven en territorios afectados por los conflictos; y el número de refugiados y desplazados por injusticias son de 80 millones de personas: el doble de las cifras registradas en la última década.

En el caso de Ecuador, por ejemplo, la suma de migrantes, refugiados y solicitantes de asilo venezolanos son de 508 mil personas hasta el cierre de este reportaje. De esos grupos familiares (que tienen al menos un miembro con empleo), el 86 por ciento tiene un ingreso per cápita de menos de 70 dólares al mes y el 73 por ciento registra problemas para acceder a alimentos. Todo eso es una pequeña parte, porque las cifras pueden continuar...

CAUSA Y EFECTO

Los retos de antaño, como la desigualdad o conflictos de distintos tipos, cambiaron a partir de los avances tecnológicos. El último informe publicado por el PNUD, llamado “Las nuevas amenazas para la seguridad humana”, señala que en esta época los seres humanos están transformando el planeta de manera dañina y sin precedentes.

La socióloga Yojanna Ormaza cree que esto sucede porque la globalización mostró la rapidez y facilidad de las cosas. Es decir, por la supuesta obligación de satisfacer sus necesidades, los seres humanos ponen en peligro a otros. “La avaricia es una de las causas de la inseguridad porque por tener más, el ser humano explota la tierra, causa daño al planeta y, por ende, al prójimo”.

Precisamente, a pesar de que la riqueza mundial es más alta que nunca históricamente, una buena parte de la población a nivel global se siente temerosa sobre su futuro. El informe también señala que esto se debe a que en la búsqueda de un crecimiento económico desenfrenado, se sigue destruyendo el mundo natural mientras las desigualdades crecen dentro y entre países.

¿Cómo le afecta a Ecuador? El sentimiento de inseguridad que vive el país ha afectado a sus ciudadanos en diferentes áreas, incluso en el ámbito laboral. En la empresa logística DHL, por ejemplo, notaron que la incertidumbre apareció entre sus colaboradores porque empezaron a somatizar el estrés.

Es decir, tener ansiedad, problemas para conciliar el sueño e incluso síntomas físicos. Para las empresas, esto se traslada en ausentismo y, por ende, deteriora su rendimiento laboral y afecta al desarrollo normal del negocio.

En Ecuador, de los 12,8 millones de personas con edad para trabajar, apenas tres millones tienen empleo adecuado. La escasez de plazas de trabajo aumenta la sensación de fragilidad.

Fernando Gaona, consultor de Talento Humano, cree que justo por estas repercusiones el objetivo de su profesión siempre es tratar de “humanizar” a las empresas y que puedan tener un acercamiento sincero y transparente con los trabajadores, sobre todo después de la pandemia.

“La mejor ayuda que se puede brindar en una situación como la crisis sanitaria o en casos donde los colaboradores se sienten inseguros, es otorgar un acompañamiento directo y constante con todos los recursos al alcance”.

De hecho, en el informe del PNUD se menciona que todo esto se suma a una creciente desconfianza en los demás y “en las instituciones que, en teoría, fueron concebidas para protegernos”.

Un concepto integral de inseguridad que, en países como Ecuador, no es familiar. Si bien una de las principales problemáticas gira entorno a la delincuencia y fragilidad de la justicia, hay otras temáticas que alertan. Por eso, según los especialistas, una medida para combatir esa inseguridad es escuchar las necesidades de las generaciones presentes y futuras.Justo lo que sucede con poca frecuencia.