Reseña | ‘Shaman: Entre Dios y el Diablo’ – Aire fresco para el cine latinoamericano de terror
El filme es una apuesta valiente dentro del cine latinoamericano de terror, que demuestra que se puede conjugar identidad cultural con géneros populares, sin perder integridad.
‘La película Shaman: Entre Dios y el Diablo’ es una propuesta de terror que combina la angustia sobrenatural del exorcismo con la riqueza simbólica de la cosmovisión andina. La historia aborda la figura de una misionera, Candice, que junto a su familia se instala en una zona rural de los Andes, con la intención de llevar su fe a una comunidad indígena.
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Pero pronto los hechos adquieren un giro inesperado: el hijo de Candice cae gravemente enfermo, y lo que parecía una enfermedad usual se revela como la presencia de una fuerza demoníaca ancestral. En ese momento la misión se ve obligada a recurrir a un chamán para enfrentarse a algo que supera cualquier credo occidental.
La estructura narrativa respeta el canon del género de terror de posesión, aunque lo renueva al situar la historia en un entorno andino y mezclar idiomas (inglés, español, kichwa) lo cual dota un sentido de autenticidad que tanta falta le hace a las propuestas actuales del género.
Por un lado, se presenta la invasión de lo sagrado del cristianismo sobre una tradición ancestral; por otro, la irrupción de lo demoníaco no como mero villano hollywoodense sino como una presencia primigenia. Este choque de mundos configura la esencia de la cinta: no solo un horror externo, sino una lucha interna de fe, de identidad, de pertenencia cultural.
Lo simbólico atraviesa imágenes como la del volcán (el filme se ambienta cerca del Volcán Chimborazo) y los rituales chamánicos: la naturaleza se convierte en escenario y participante del horror, no solo como paisaje, sino como presencia espiritual.
El filme invita al espectador a preguntarse hasta qué punto la fe occidental puede comprender o someter a lo ancestral, y qué sucede cuando las fuerzas que se creían controladas se vuelven contra quienes las invocan.
La dirección es de Antonio Negret, quien, junto con su hermano guionista Daniel Negret, decidió volver a sus raíces latinoamericanas para rodar en nuestro país. Si bien ellos son colombianos, vivieron en Ecuador durante parte de su infancia y adolescencia. Esa decisión se refleja en una puesta en escena que privilegia los silencios, los espacios abiertos de alta montaña, la luz natural o difusa, y los encuadres que muestran la pequeñez del ser humano frente a lo ancestral. La dirección de fotografía a cargo de Daniel Andrade contribuye con tonalidades que refuerzan la atmósfera de amenaza latente.
En cuanto a los efectos, destaca por una combinación inteligente de ambientes naturales, efectos prácticos (como la transformación o enfermedad del niño) y momentos de perturbación psicológica. El ruido ambiental, los tambores rituales, el viento en la montaña y los cánticos indígenas contribuyen a un efecto inmersivo bien conseguido. De este modo, la película convierte lo natural en terrorífico y refuerza que el verdadero enemigo puede no estar solo en lo que se muestra, sino en lo que se sugiere.
El elenco incluye a Sara Canning, Daniel Gillies, Jett Klyne, junto con nuestros compatriotas como Alejandro Fajardo y Humberto Morales. Sara Canning mezcla vulnerabilidad y determinación en su personaje Candice; Gillies funciona como contrapunto occidental que intenta controlar lo desconocido; el joven Jett Klyne encarna con credibilidad la inocencia y el sufrimiento del niño atrapado entre fuerzas que no comprende. Por su parte, Fajardo y Morales logran aportar credibilidad y sensibilidad local, lo que ayuda a que la película no se quede en un plano superficial, sino que transmita respeto por la cultura indígena.
Desarrollar propuestas arriesgadas con enfoques locales que permitan cambiar los registros tradicionales de géneros como el terror, demuestra la importancia de las alianzas internacionales y recursos técnicos suficientes para lograr una factura visual interesante con un sentido de respeto hacia las comunidades ya que para el desarrollo de la película se contó con el permiso de más de 80 familias indígenas de la región para filmar en su territorio, lo que refleja un compromiso ético con el entorno cultural.
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Hay momentos en que la trama podría parecer previsible para los aficionados de las películas sobre exorcismos: la progresiva posesión, el duelo de fe, la figura del chamán como mediador. Pero lo que diferencia esta propuesta es justamente el contexto: los Andes, el volcán, la cosmovisión indígena y los rituales.
‘Shaman: Entre Dios y el Diablo’ es una apuesta valiente dentro del cine latinoamericano de terror, que demuestra que se puede conjugar identidad cultural con géneros populares, sin perder integridad. Por su ambientación, sólidas actuaciones, dirección consciente y producción comprometida, es un aire fresco para el género y una prueba de que sí se pueden crear historias atrapantes con un sentido de identidad.