Un joven investigador de su identidad

Redacción
Un joven investigador de su identidad

La curiosidad por descifrar su identidad lo llevó a estudiar los rituales de las bodas indígenas; además, escribir un libro, grabar un disco y montar una obra de teatro. Ahora se concentra en terminar su tesis en la Politécnica Nacional y trasladarse a Estados Unidos a realizar un posgrado.

Una danza indígena, que se ejecutaba debajo de un poncho sostenido por cuatro personas, sedujo su curiosidad. Quiso descubrir los orígenes del ritmo –llamado fandango– que acompasaba el baile de hombres y mujeres. Así, Felipe Males empezó a buscar respuestas en los ancianos de las comunidades de Quinchuquí y Peguche, cantón Otavalo.

Pronto supo que el fandango era parte del ritual de las bodas indígenas y se empeñó en documentarlo. En el camino se le fueron sumando amigos, con quienes empezó a registrar los testimonios en audio y video.

Para este joven otavaleño, esta investigación era un pasatiempo al que dedicaba los fines de semana; de lunes a viernes estudiaba en la carrera de Ciencias Económicas en la Escuela Politécnica Nacional, en Quito.


Raíces musicales. Felipe toca el bandolín desde los 14 años. 

Este estudio se plasmó en un libro, y dio vida a un álbum musical y una obra de teatro, que fue presentada en Otavalo y Quito. Todo fue posible con la ayuda de sus padres, el apoyo financiero del Municipio donde nació y el aporte de sus amigos.

¿Orgulloso de su identidad? A tiempo completo. Pero no fue sino hasta que estudiaba en el colegio mestizo, cuando sus compañeros le preguntaron sobre su cabellera larga, que tuvo conciencia de lo poco que sabía de sus orígenes. “Lo primero que supe es que debía aprender nuestra lengua, el kichwa, porque es la llave para ingresar en la biblioteca de la historia cultural de nuestros ancestros”, comenta Felipe.

Le gustan las ciencias sociales y las matemáticas y por eso optó por estudiar Economía. Acaba de egresar y trabaja en su tesis de grado: una simulación y modelación matemática para optimizar los procesos de la empresa de artesanías de sus padres.

El año anterior viajó a Estados Unidos a visitar las universidades de California, Chicago, Stanford, Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Confía en que uno de estos centros de estudios le otorgue una beca para el posgrado. Se proyecta a Harvard, cuyas instalaciones en Cambridge visitó no hace mucho. Sueña en grande, no quiere dejar de especializarse, sin perder sus raíces. “Aunque no lo logre, me quedaré con la satisfacción de decir que lo intenté. Tengo una identidad kichwa otavaleña y así me proyecto al mundo”.

TRADICIONES DEL PASADO

El libro de Felipe Males da cuenta de la tradición de bodas indígenas en el siglo XX. Eran rituales y fiestas para las familias de prominentes recursos, aunque hace más de 30 años que nadie en Otavalo ha festejado una alianza respetando todos esos rituales, según cuenta el autor.


Ligas mayores. En su visita a la Universidad de Harvard
entabló amistad y recibió consejos de Amartya Sen,
premio Nobel de Economía en 1998.

Sin embargo, logró incentivar a varios grupos musicales que se dedicaron a recuperar el fandango y atrajo la atención de los jóvenes que se interesaron en las antiguas costumbres. A más de representar las obras de teatro, junto a los mayores, simularon los antiguos rituales de las bodas.

Felipe consiguió documentar un pedazo de historia pero le gustaría tener más registros de las tradiciones de sus antecesores. “La generación que tiene la memoria cultural de nuestro pueblo, está a punto de desaparecer, tienen 80 o 90 años”, alerta.

LA ÚLTIMA BODA INDÍGENA

En un pequeño libro de 180 páginas que Felipe Males publicó en 2014 explica que el cortejo del kari (hombre) era la primera opción para llegar al corazón de la warmi (mujer). Si la chica correspondía los sentimientos del joven, se dejaba quitar la fachalina, una prenda que las mujeres otavaleñas usan sobre sus espaldas. Con la fachalina en manos del pretendiente, la unión ya tenía un pie en el altar.


Felipe Males logró recrear los rituales indígenas de
Otavalo preguntando a los más ancianos. Las entrevistas
se hacían en la cotidianidad de los hogares.

Un segundo método consistía en pagar a un mestizo para que escribiera cartas a los padres de la chica, en el que se exponía el respeto hacia la familia y el interés por la hija. Y en la tercera, y menos apreciada por los jóvenes, los padres acordaban un matrimonio sin el consentimiento de sus hijos, interesados en ampliar sus posesiones materiales o unir lazos con una familia conocida.

Shimishitachi Para formalizar la unión, los padres del joven acudían a la casa de la novia, acompañados de una persona respetada por la comunidad. A este personaje se lo llamaba “alcalde” y se encargaba de hablar bien del pretendiente.

Era tradición asistir con las manos llenas de presentes, comida y licor, como tributos para la familia. Allí, el kari mostraba la fachalina arrebatada o rememoraba las cartas enviadas con anterioridad. Las dos familias aconsejaban a sus hijos sobre la vida en familia y se acordaba una fecha para empezar los rituales del matrimonio.

PALABRAY

Es la primera ceremonia de la alianza frente a la comunidad, en la que los novios ratificaban su amor y recibían las bendiciones de sus padres. Un “maestro rezador” se encargaba de colocar los anillos matrimoniales en un recipiente, esparcir pétalos de claveles rojos y blancos sobre una mesa, formando una cruz cristiana con los tallos y, en los extremos del tallo horizontal, ubicar rosarios. El ritual mezcla símbolos indígenas y católicos.


Con el grupo “Tudapay” grabaron el disco
de los rituales de bodas indígenas que
acompaña su investigación.

YAYKUY O PEDIDO DE MANO

Después del palabray viene el pedido de mano. La familia del novio preparaba la mejor cena, que consistía en papas, granos, gallinas y cuyes, comida que sería llevada a la casa de la novia, como símbolo de su consentimiento para celebrar el matrimonio civil y eclesiástico.

El novio, con sus familiares y amigos, realizaban una caminata hacia la casa de la novia, acompañada de música y licor. La cantidad de comida que llevaran daría cuenta de la situación económica. La prometida no participaba de esta ceremonia.

UNIÓN CIVIL

Los padrinos o achik taytas acompañaban al matrimonio civil que, con frecuencia, se lo hacía los viernes en el registro civil de la ciudad. Según los testimonios que recogió Felipe, se tenía la tradición errada de escoger como padrinos a los dueños de las cantinas porque podían proporcionar el licor para los festejos, en lugar de elegir personas que conocieran y guiaran a la pareja. El sábado los novios eran llevados ante un sacerdote para que se confesaran, antes del matrimonio eclesiástico.


Ritual en extinción. Felipe Males y sus amigos se vieron
obligados a recrear pasajes de las bodas indígenas,
ya que en la actualidad nadie las practica.

SHAWARINA PUNCHA
Llegaba el domingo, el día más codiciado. Padres, padrinos, invitados y novios asistían a la iglesia, acompañados por músicos con flautas, rondines y un arpa. Sin embargo, el arpa no entraba a la iglesia por considerarla poseedora de energías masculinas malignas. Mientras se celebraba la boda, en la casa de la novia se preparaba la comida.

Al caer la tarde, se purificaba la “choza o mediagua” donde los novios pasarían su primera noche de intimidad, tras el consentimiento de padres, padrinos y alcaldes. Esta ceremonia se denomina sirichina. La pareja era rociada con agua bendita y los alcaldes cerraban la puerta con candado hasta la mañana siguiente, advirtiéndoles del respeto que debían guardarse.

ÑAWI MAYLLAY

En esta ceremonia, llamada ñawy mayllay o “lavado de cara”, se consagraba la alianza ante la naturaleza. El escenario de este ritual eran los ríos o manantiales, ya que el agua simboliza la purificación. Cuerpos y mentes de la nueva pareja eran lavados con pétalos de claveles y ortiga, porque en la cosmovisión kichwa, se cree que “una cabeza y mente purificadas tienen capacidad de originar ideas y pensamientos positivos para el progreso y bienestar del hogar formado”.

Después de esta ceremonia llegaba el anhelado fandango, ritmo musical que se lo ejecuta predominantemente con el arpa y que guarda “un sonido cálido y femenino, diferente al San Juanito que suele ser masculino”.