La hora de irse

Editorial

Uno de los polemistas más brillantes de la política nacional, el expresidente Carlos Julio Arosemena Monroy, sostuvo que “Para el político no existe la retirada”. Su saeta apunta al mayor problema en la historia de América Latina, para los políticos no existe el día de decir adiós… y mientras más alta es su investidura, más difícil se vuelve partir. Es muy triste que Evo Morales, el primer presidente indígena de América Latina, que llegó al poder de manera democrática y que hizo un gobierno con resultados interesantes, haya debido salir por la puerta trasera de la historia. Empañó su legado por su incapacidad para comprender que era tiempo de irse. Evo Morales debió aceptar en 2016, el resultado del referendo político en que los bolivianos dijeron no a la reelección indefinida y le negaron un cuarto mandato. Su relevo pudo ser por las buenas. Ocurrió por las malas.
 
El mal que contaminó a Evo Morales, ha afectado a varios líderes de su tendencia el socialismo del siglo XXI: Lula no sintió que fueron suficientes dos periodos presidenciales; tampoco lo hizo Cristina Fernández, y qué decir de Nicolás Maduro y Daniel Ortega. No obstante, la enfermedad también contagió a exmandatarios de tendencias políticas diametralmente opuestas, como es el caso de Álvaro Uribe en Colombia, quien también buscó ser eterno, pero fue detenido por la Corte Suprema. Sin embargo, por su influencia asfixiante en los gobiernos subsiguientes terminó gastando su capital político, incluso el del actual presidente Iván Duque, quien fue apabullado en las recientes elecciones de autoridades seccionales.
 
Probablemente una de las causas más importantes para el deterioro de los partidos políticos en la región es el deseo de los políticos de seguir en este campo, que en el caso de exmandatarios se convierte en una influencia desmedida: los Lula, los Ortega, los Correa, los Fujimori, los Fernández, los Castro, los Piñera, los Bachelet, los Lagos, los Uribe continúan como una sombra omnipresente. Ese deseo enfermizo de no irse o de seguir influyendo ha impedido renovar liderazgos, encontrar nuevas maneras de enfrentar los problemas económicos y sociales, en otras palabras: avanzar. Y las sociedades en la región tienen un hartazgo con esta manera de hacer política. Las movilizaciones recientes son un reflejo de esto.
 
América Latina debe hacer de la no reelección una norma para que quienes alcanzaron la mayor dignidad del país busquen realizarse de otra manera, como lo hacen mandatarios de sociedades avanzadas donde una vez que termina el periodo, este termina y se dedican a escribir sus memorias, dictar conferencias y dejar el espacio a nuevos rostros y nuevas ideas.