Trágico, pero lógico

Victor Cabezas

POR VÍCTOR CABEZAS
 
Pareciera que la vida es un ejercicio perpetuo de tomar decisiones, sopesar ventajas y desventajas, asumir riesgos y tener resultados más o menos previsibles. Eso hacemos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Con esa dinámica, consciente o inconsciente, decidimos qué café tomar, dónde y con quién vivir, qué leer, qué consumir, etc. En la vida, los riesgos son ineludibles. Solo podemos sopesarlos y decidir cuáles valen la pena asumir. Tomemos un ejemplo clásico. De lejos una de las principales causas de muerte son los accidentes tránsito, que podrían casi anularse si imponemos una velocidad máxima de 10 km/h. ¿Por qué no lo hacemos? Pues, porque a pesar de que así salvaríamos vidas, el costo de no poder avanzar rápido, de enlentecer la movilidad con todo lo que ello implica, es demasiado alto. Salvar vidas no vale tanto como bajar la velocidad del mundo. ¿Es este un ejercicio cruel? Quizás sí, pero, aunque es trágico, es lógico.
 
Recientemente la Corte Constitucional dio luz verde a una consulta popular para eliminar la minería a gran escala en zonas de recarga hídrica en Azuay. Más allá de que es peligrosísimo que localmente se decida sobre cuestiones que debe administrar el Estado Central, como la minería, estoy de acuerdo en que, en unescenario ideal, con riqueza y bienes ilimitados, preferiría que no haya minería. Ahora, así como en los accidentes de tránsito, ¿cuál es el costo de esa decisión? Básicamente la anulación de una fuente de ingresos que, bien distribuidos e invertidos, dan equidad y potencian la estabilidad económica. Eso está en juego. Tener una minería responsable, auditada y científica versus mantener el atraso en bienestar social y no poder garantizar las decenas de maravillosos derechos que cuestan y que para la mayoría de los ecuatorianos son una cruel utopía disfrazada de Constitución. La “eliminación de la minería” no es un evento gratuito, y el estupendo discurso político y ambiental que le rodea se agotará en la medida que la economía, implacable y real, toque nuestras puertas.